domingo, 13 de junio de 2010

[Reseña]Identity

Aviso, puede haber algún spolier de la trama.


Hace un par de días, hablando con mi hermano me acordé de esta película de John Cusack y se la recomendé. Yo la vi hará un año, una de estas tardes de sábado que te apetece tumbarte delante de la tele a vegetar. El argumento sonaba bien, un grupo de desconocidos que coinciden en un motel durante una tormenta y que empiezan a morir uno tras otro. Recordaba a diez negritos de Agatha Christie y esperaba algo así. Un misterio a descubrir, un asesino, algo simple para un día tranquilo.

Y me encontré con una pelicula desasosegante. La lluvia, la noche, te meten en un ambiente siniestro donde las cosas se van retorciendo de forma imposible. Y me dio miedo. Hay películas que se meten dentro, que tocan alguna fibra sensible y que después no puedes olvidarlas. Con Indentity me pasó esto, y menos mal que no la vi de noche, porque me tuvo inquieta varios días y aún hoy la recuerdo como una película que me dio miedo y que, aunque me gustó, no volveré a ver.

Y no es que sea una pelicula de miedo, en realidad es de intriga y tampoco es que sea una gran pelicula, es simplemente entretenida. Yo descubrí muy pronto quien era el asesino y durante parte del metraje solo esperaba descubrir si mis sospechas eran ciertas. Después llegó el giro de la última parte y ahi es donde me entró el miedo. Es el momento en que John Cusak se mira en un espejo y no es su rostro el que ve. Ahi empecé a pensar en como somos realmente. ¿Nos vemos a nosotros mismos como nos ven los demás? ¿Hasta qué punto nuestra visión de nosotros mismos está distorsionada? ¿Nos conocemos, realmente? ¿Nos engañamos? ¿O engañamos a los demás? Son preguntas que surgieron al ver esta pelicula, una pelicula que me dejó intranquila, aunque me esperara el final. 

He olvidado peliculas mucho mejores que esta, pero Identity es algo recurrente, de vez en cuando algo me hace acordarme de ella como si la hubiera visto ayer, y me sigue dando miedo.



miércoles, 9 de junio de 2010

[Relato] Nacimiento

Me hago añicos, me desintegro, me estoy desintegrando. Las lágrimas son trozos del alma que salen por las grietas. Se escapa. Quiere huir antes de que el dolor la alcance. El dolor. ¿Cómo será cuando ya no lo sienta? ¿Cómo será entonces? Cuando el sudor no empape las sábanas. Grito. No puedo más, simplemente no puedo más, pero las palabras no llegan a salir de mis labios. Las contengo. Las reprimo. Queman mi garganta, mi frente, hacen temblar mis manos...Tengo sed. El esfuerzo de levantar la cabeza para que mis labios ardientes rocen el paño mojado es demasiado intenso. Ella no se cansa. Lo hace una y otra vez. El agua resbala por las comisuras de mis labios. Me hundo. Me estoy hundiendo. Y el silencio me devuelve el eco de una vida que se aleja. No tengo futuro. ¿Y el presente? ¿Dónde está el presente? ¿Por qué me ha abandonado? Sólo quiero pasar mis últimas horas consciente, sin dolor. Ojalá pudiera convertirme en humo. Salir volando y alejarme de este fuego que me quema desde dentro. Sé que ni siquiera en la muerte hallaré descanso. No quiero morir. Me rompo. Me estoy rompiendo...


—Está muerto.

—No, no lo está, aún respira. ¿No ves cómo se mueve su pecho?

—Es sólo un reflejo. Acerca el espejo, a ver si lo mancha con su aliento.

—No hace falta, Iulian. Es mi hijo, sigue vivo. Todavía sigue vivo.

Iulian se acercó al lecho, con cuidado. El joven apenas tenía catorce años y sólo hacía unos días que había sido alto y robusto. Ahora la maldición había consumido su cuerpo hasta dejarlo tan esquelético como un fantasma. Alba, la madre, parecía tan consumida como él, cansada tras largas noches en vela, tras una semana de agonía, esperando un milagro que nunca llegaba. Los milagros no existen cuando la maldición te ha alcanzado.

—Se está enfriando, ha dejado de sudar.

—Es la fiebre, que remite. —Alba volvió a aplicar el paño húmedo en las sienes, borrando las huellas del sudor; volvió a mojar los labios, intentado que algo del preciado líquido llegara a la garganta reseca del enfermo. Iulian se acercó a su lado y tocó la frente pálida del joven.

—No remite, Alba, tu hijo se muere.

—Sí, se muere —Alba miró a Iulian a los ojos, clavándolos en él como dos puñales—. Se muere, pero todavía no está muerto.

Alba sacudió sus cabellos, prematuramente encanecidos, y se levantó. Se asomó a la ventana donde el sol se ponía una vez más, dando paso a otra noche que pasaría en vela.

—Tuve dos hijos, Iulian, y a los dos los he perdido. Mi esposo. Mis hermanos. Ojalá hubieran nacido muertos. Ojalá. Es mucho peor que ver cómo la vida se les escapa poco a poco. Ver cómo mueren dos veces... Es lo único que me queda.

—Ya no respira, Alba, está muerto. Ha abierto los ojos.

—No está muerto, Iulian, aún no. No está muerto. No está muerto.


Tengo los ojos abiertos. No siento nada. Ni frío ni calor. Mi madre se ha alejado de la cama, la veo junto a la ventana. Quizás espera que los fantasmas vengan a ayudarnos. Los fantasmas no pueden hacer nada. Hay demasiados muertos. Iulian se ha sentado a mi lado, y toca mi frente. Sus ojos son tristes y están surcados por profundas arrugas de cansancio. Es anciano, muy anciano. El más anciano de la aldea. Sin embargo no es capaz de recordar ningún tiempo en el que las cosas fueran bien. Estoy tranquilo. Por primera vez en mi vida estoy tranquilo. Eso me asusta. El dolor ha desaparecido. La angustia se ha marchado. La vida. ¿Dónde está la vida? Iulian ha acercado un espejo a mi rostro y no puedo verme reflejado. Mejor. Mi rostro tiene que estar pálido y ojeroso, consumido por las horas de fiebre. Iulian lo retira, y mira a mi madre.


—No hay aliento.

Iulian muestra el espejo. La imagen se refleja clara y concisa, la imagen de una mujer que acaba de ver morir al último de sus hijos. Las lágrimas se agolpan en torno a sus párpados, tan húmedos que parecen incapaces de contenerlas pero lo hace. Las contiene. Intenta negar con la cabeza pero los ojos de Iulian están tan seguros y tan tristes que no tiene más remedio que bajar los suyos, para que él no la vea llorar.

—No se podía hacer otra cosa, Alba.

—Nunca se puede hacer nada.

Alba volvió de nuevo a sentarse junto a su hijo y le cerró los ojos, amorosamente, y acarició sus cabellos empapados de sudor. Él había sido su vida ¿qué iba a hacer ahora? Ya no tenía nada.
Me ha cerrado los ojos pero sigo viendo en la oscuridad. Es como si no tuviera párpados, o como si fueran transparentes. Creo que no puedo mover los ojos. Tampoco puedo sentir sus manos. Me gustaría que me hiciera daño, que me clavara las uñas y notar cómo la sangre se escapa de mis venas. La sangre ya no corre. La echo de menos. Sin embargo estoy tranquilo. No quiero estar tranquilo. No quiero estar en paz. Me enterrarán. Me cubrirán de tierra áspera y yo seguiré viendo a través de mis ojos sin párpados. Pero sólo veré los gusanos arrastrándose sobre mi cuerpo. Nada más. No hay nada más. Eso es lo que me espera. Mi cuerpo se consumirá en la tierra y seguiré viendo. ¿Veré? ¿Podré hacerlo cuando no tenga ojos? ¿Por qué no dejo de pensar? No dejo de pensar. No estoy muerto. El dolor ha remitido, la angustia ha cesado. El miedo. El miedo continúa.  

—Ha movido la mano.

—Sí, pronto empezará, Alba, debemos darnos prisa, antes de que se convierta en un monstruo.

—No. Todavía está vivo. Estoy segura, ha movido la mano.

—Es como la respiración, un acto reflejo. Todo ha terminado, Alba.

—Ha movido la mano. Mi hijo ha movido la mano.

—¿Quieres que acerque otra vez el espejo?

—No. No hace falta. Mi hijo está muerto. Lo sé. Su corazón no late. Pero ha movido la mano. Esperemos. Hasta el amanecer, sólo hasta el amanecer.


Despierto. Me elevo. Me estoy elevando. El miedo es sólo el último suspiro. No lo he entregado. Aún lo tengo. No lo he perdido. No me he abandonado a la inconsciencia. Ahora no podré irme. Me levantaré. Me sentaré a su lado. La gente que amo sigue viva. Mi madre llora sobre mis ojos cerrados. Me aprieta la mano con fuerza. Le digo que ya no siento dolor. La fiebre se ha ido. Ahora estoy frío. De mis ojos no salen lágrimas. No estoy tranquilo. Me siento vacío. Como si me faltara algo. ¿Se puede echar de menos la enfermedad? ¿Las pesadillas también han desaparecido? ¿Con qué soñaré a partir de ahora? Ya no puedo morir. Estoy muerto. Tengo toda la eternidad para averiguarlo.


—¿Qué haremos ahora, Iulian?

Alba apretaba la mano de su hijo, como si la fuerza pudiera hacer que la sangre volviera a correr de nuevo por sus venas.

—No podemos hacer nada —los ojos de Iulian estaban de pronto cansados y temerosos, viendo como el joven apartaba la mano de su madre y, trabajosamente, se ponía de pie.

Alba lo miraba, incapaz de dirigirse a él como cuando estaba vivo. Caminó a trompicones por la habitación, con los ojos cerrados.

—Pero tenemos que ayudarle. Es mi hijo —susurró.

—Está maldito, no podemos hacer nada. Nadie sobrevive a un ataque como el que sufrió. Ha estado agonizando demasiado tiempo.

—Sufrirá, ahora.

—Sufriremos nosotros. Él ya no sufre. Ahora es uno de ellos.

—Lo matarán, cuando lo descubran.

—Ya está muerto, Alba, ya está muerto.

—No, no lo está. ¿No lo ves? Anda.

—Está maldito. Y tú lo estarás también, muy pronto. Sería mejor que estuviera realmente muerto, debemos enterrarlo.

Alba se había acercado a él, y le puso con cuidado una mano en el hombro pero la retiró, apresuradamente

—Está frío —dijo, y tembló.

Ahora es de noche. Me marcharé. Mi madre duerme. Y sus ojos no son como los míos. No pueden verme a través de los párpados cerrados. Iulian se ha dejado el espejo sobre la mesa. Me acerco y abro los párpados con las manos. Aprenderé a hacerlo de nuevo. Aprenderé a fingir que sigo vivo. No es tan difícil. Otros lo hacen. Él lo hace. No sospeché nada hasta que fue demasiado tarde. Me arrastré hasta mi casa, no estaba tan lejos... Me arrastré para que mi madre me acogiera amorosamente entre sus brazos, por última vez. Han tenido que pasar muchos días para que mi cuerpo se acostumbre a no tener sangre en las venas. Cada vez más frío. Sin embargo, yo no lo siento. ¿Cómo era el frío? No lo recuerdo. No recuerdo muchas cosas. Estoy maldito. Ellos quieren ahorrarme sufrimientos, Iulian lo dijo. Como si no pudiera oírles, como si no pudiera verlos. Quizás mi madre lo cree así. Iulian lo sabe. Me gustaría gritarles que no soy un monstruo. No quiero ser un monstruo. No lo seré... Es mejor que me vaya. No volveré a morir de nuevo, no los dejaré. Mi madre aún llora en sueños. Podría decirle que ya no siento dolor, ni angustia. De mis ojos no pueden salir lágrimas. En el fondo me siento vacío, como si me faltara algo. ¿Se pueden echar de menos las pesadillas? No siento nada. ¿Encontraré alguna vez algo que llegue a despertar de nuevo mis sentidos? Ni la sangre. Ni siquiera la sangre.


—Se ha ido.

Pronto amanecería. Y el sol entraría de nuevo por la ventana, acariciando su piel a pesar del frío. Alba despertó, entumecida. Recordó y las lágrimas corrieron de nuevo por su rostro. Se preguntó porqué seguía viva. Las cosas no debían ser así. Ella había deseado compartir la maldición de su hijo, ya que no podía cambiarse con él. Poder andar muerta a su lado. Llevarlo de la mano en la oscuridad como lo había llevado a plena luz del día. Le había dado la oportunidad, pero él se había ido.

Se levantó para comprobarlo, lo buscó por toda la casa. No estaba. No la había tocado. Quizás le había dado un beso, antes de marcharse. Un roce de sus labios fríos, tan leve que no la había despertado. Alba buscó los signos de la maldición en su garganta pero no estaban. Los de su hijo eran dos círculos grandes, profundos, terribles... y no había podido borrarlos. El cuello de Alba estaba surcado por pequeñas arrugas de la edad, pero ninguna marca maldita lo atravesaba. Estaba a salvo. Estaba viva. Le quedaban todavía muchas lágrimas.

Iulian llegó pronto y la encontró tendida de nuevo en el lecho, llorando. Su cuerpo respiraba, sus ojos veían. Su voz murmuraba incoherencias. El anciano no pudo reprimir un suspiro de alivio antes de acercarse.

—Se ha ido —dijo, y ella levantó la cabeza para mirarlo.

—Se ha ido. Pero volverá. Sé que volverá a mi lado.

—Ya no es tu hijo, Alba, tu hijo ha muerto. Ahora es un monstruo. Debimos hacer algo anoche. No teníamos que haber esperado. Ahora se ha ido. Lo hemos dejado escapar.

—Es mi hijo, Iulian. No podía enterrar a otro hijo.

Él la miró, y en sus ojos había una pena inmensa.

—No sabes lo que deseas, no sabes lo terrible que es. La semana que pasas agonizando no es nada comparado con lo que viene después. Y no puedes escapar. He visto morir a muchos así. Dejan de ser hombres y se convierten en seres malditos. Hacen daño. No sabes lo que deseas.

Alba se dejó caer de nuevo en el lecho.

—Tengo que encontrar a mi hijo. No tengo nada más.

Iulian le acarició el encanecido cabello y lo apartó del rostro. El cuello de la mujer se le ofrecía casi de forma voluptuosa, con una desgarrada súplica. Sus labios se acercaron a ella. Labios fríos como los de un cadáver. Alba se dio cuenta de pronto de que no sentía su aliento. De pronto, Iulian se apartó.

—¡Ayúdame! —gritó ella.

Pero Iulian negó con la cabeza y, lentamente, recogió el espejo que aún permanecía sobre la mesa. Lo guardó en uno de sus bolsillos y salió de la casa sin decir nada más. El día empezaría a clarear pronto. Alba se dejó caer sobre el lecho y esperó, hasta que los primeros rayos del sol le acariciaron el rostro.

domingo, 6 de junio de 2010

Sobre fanfics

Hoy toca pataleta. ;)

Cuando yo era joven, escribí tres horribles novelas. En aquel entonces yo quería ser una gran escritora, hacer algo importante y maravilloso, publicar y que me leyeran, ganar el premio Nobel (ya puestos a soñar...) el resultado fueron novelas pretenciosas y grandilocuentes, a cual peor, me costaron mucho trabajo y esfuerzo que luego sentí que no había servido para nada, porque yo no era capaz de estar al nivel de mis esperanzas. 

La primera fue la mejor, una novela fantástica ambientada en la Atlántida; me leí a Platón, leí muchos ensayos sobre el tema, aunque creo que nada de eso se ve en el libro, tardé lo mismo en documentarme que luego en escribir la historia. La segunda ya fue una novela histórica en toda regla, ambientada en la Florencia del Renacimiento, una época que me gustaba mucho y que conocía ya bastante por los estudios, me documenté también mucho, todavía tengo por ahí cuadernos con las notas que fui tomando para esa novela. Que el resultado del trabajo no sea bueno no significa que no haya habido trabajo, sólo que estaba por encima de mis posibilidades.

La tercera novela es la peor, una historia de crímenes ambientada en la actualidad para la que apenas me documenté y que es la más grandilocuente y pretenciosa de las tres. 

Después de esa dejé de escribir, no sólo porque veía que no tenía futuro escribiendo, también tuve un momento de bajón por motivos personales y era incapaz de coger el bolígrafo. Estuve sin escribir un tiempo, dos o tres años, no estoy segura. Entonces empecé a conectarme a internet, y descubrí el mundo del fanfic.

Vidar me dijo una vez que yo era una fangirl. Tiene razón, me apasiono con las cosas que me gustan. Me enamoro de personajes de novelas, me entusiasmo con una canción, o me obsesiono con una película y la veo una y otra vez. Quizás por eso, cuando descubrí que la gente hacía historias con las cosas que le gustaban y disfrutaban con ello, sentí que aquel era mi medio natural. Empecé en páginas de Dragonlance, acababa de releerme las crónicas y entré en foros donde vi que la gente no sólo hablaba y comentaba, sino que también escribían. Y empecé a escribir de nuevo, al principio historias cortas que, para mi sorpresa, la gente leía, me hacían comentarios, me pedían que escribiera más. En aquel momento las páginas de Dragonlance tenían mucho más movimiento que ahora, estaba escribiendo y me estaban leyendo y para mi eso era importante.

Entonces mi amigo Klangor empezó a pincharme para que escribiera una novela. Yo no me sentía capaz, pero él pinchaba y pinchaba, hasta que decidí intentarlo. Y así nació Tiempos Oscuros, la única novela de la que me siento orgullosa, la única de la que no me avergüenzo. La primera parte la escribí en una época muy dura para mi, durante la enfermedad de mi madre, escribía y escribía de forma compulsiva, esa novela me sostenía, fue a lo que me agarré durante esos largos nueve meses, fue lo que hizo que no me hundiera. Lo di todo en ella, no es sólo un fanfic de Dragonlance, todo lo que me gusta está ahí. Los títulos de los capítulos son canciones de Marc Almond, Thera bebe directamente de D'Artagnan. Kráteros y Hefestion son compañeros de Alejandro Magno, Nate es el nombre que Simkim daba a su supuesto hermano en La Espada de Joram, Nate y Lyuda son hermanos porque también lo son Neal y Eliza, aparece un capitán Picard, que fue muy criticado porque era posiblemente el homenaje más obvio y el que chocaba más,. Y Velien, Velien es posiblemente el alter ego más fiel que he metido nunca en una historia.

Yo di mi vida entera en ese fanfic, aparte tuve muchisimo trabajo de documentación, mucho más que cuando escribía novelas históricas, Dragonlance es un mundo muy amplio, donde han escrito muchos autores, me leí un montón de novelas buscando información que no me cuadraba, busqué en manuales de rol que tampoco cuadraban con las novelas, intenté dar una explicación a los descuadres que hay, algo que los autores de Dragonlance no se molestan en hacer. El trabajo era enorme, pero yo me sentía bien haciéndolo. Era mi novela y estaba tomando forma. Y me gustaba. No iba a ser una gran novela, que dejara boquiabierto al mundo, ya no pretendía eso, solo quería darme, sacar lo que tenía dentro, nada más, hacerlo lo mejor posible. Los personajes de la saga no los usé, sólo algunos secundarios para centrar la historia en una época y que el lector los reconociera. Los protagonistas eran mis personajes y, aunque no había inventado yo Krynn, cuando escribía sobre él sentía que era mi mundo.

Tiempo Oscuros no es un sobrino que me dejan cuidar, es un hijo que saqué de las entrañas con mucho esfuerzo, que bebió de mi más de lo que hicieron mis otras novelas, Y salió bien, estoy orgullosa de haber escrito esa novela. Creo que es buena, incluso mejor que otras que hay publicadas de Dragonlance.

Por eso, cuando alguien habla del fanfic como si fuera algo... inferior, me siento ofendida, porque para mi el fanfic no es una escuela para aprender, ni algo que me tome menos en serio que los relatos que hago ambientados en mis propios mundos, no intento imitar el estilo de nadie cuando los escribo, soy yo y es mi estilo, no me resulta más fácil escribir fanfics porque el mundo esté inventado o los personajes estén ahí, al contrario, es más difícil porque tienes que tener un cierto respeto para reflejarlos como son y no como te conviene que sean. La única ventaja que tiene el fanfic es que es más fácil encontrar lectores interesados en leerte que cuando haces historias propias.

Hay muchos fanfics malos por ahí, igual que seguramente habrá muchas novelas malas guardadas en cajones, como las mías, pero también los hay buenos, de gente que se preocupa por hacerlo bien, que tiene un buen estilo y que los usa como marco para crear sus propias historias y hablar de lo que les interesa. Es una pena que te pongan una etiqueta y hablen del género como algo malo, cuando en sí no lo es, sólo es un género más y dentro de él hay de todo, igual que en cualquier otro género, sólo que hay mucho y hay que rebuscar un poco más para encontrar lo que merece la pena.

Supongo que reinvidicar el fanfic es una una causa perdida de antemano, pero, como dice Rhett Buttler en "Lo que el viento se llevó" (la peli, el libro no lo he leído): "siempre he sentido debilidad por las causas perdidas cuando realmente lo están".

viernes, 4 de junio de 2010

Los condenados. Moradores del Multiverso


Ya ha salido el primer número de Los condenados, revista literaria dedidcada a la ciencia-ficción, fantasía y terror donde podéis encontrar historias cortas, micorrrelatos, artículos y en su edición online una novela pulp por entregas.

Se puede leer online o descargar en pdf. Si os vais al dibujo de la portada, abajo del todo hay una visualización online donde os aparece la revista en forma de libro y se puede poner más grande o más pequeña, es muy curioso.

Yo he contribuido con un pequeño microrrelato, si os animáis a leer, ¡no olvidéis dejar comentarios!

jueves, 3 de junio de 2010

Diario de Aenleif

Hemos empezado el tercer módulo de Rise of the Runelords y yo he estrenado personaje nuevo: Aenleif , una bárbara-guerrera de las Tierras de los Reyes Linnord que se acaba de unir al grupo de aventureros y que, aunque parezca mentira, es más gafada para los dados que ellos. Aquí os dejo la crónica de lo que llevamos jugado escrita en forma de diario del personaje.

El próximo (que me da que será pronto) me hago un bardo...



El grupo de aventureros que me contrató no sabía el desastre que había ocurrido con la última caravana que escolté. Si lo hubieran sabido tal vez no me hubieran contratado así que pensé que era mejor no decir nada. No iba a tener tan mala suerte otra vez ¿no? Pero la mala suerte es como un amante pesado, que le gusta acompañarnos aunque lo que deseemos sea darle esquinazo.

El grupo lo componía una pareja un tanto extraña, una bruja y un paladín que parecían llevar casados ya un tiempo por la forma en la que discutían y un joven clérigo de Shelyn, que parecía muy frágil para ser un aventurero. Aunque yo no parezco frágil y ahora os contaré como acabé en mi primer combate junto a ellos.

Los conocí en una taberna, nos presento Shalelu, la exploradora que me había salvado de los ogros y a la primera insinuación acepté trabajar para ellos, no iba a encontrar otros pardillos que no supieran nada de lo mal que me iba últimamente y el dinero siempre viene bien. Estaban investigando los problemas del fuerte de los flechas negras, tenían previsto visitar al alcalde y los acompañé.

Se quedaron allí hablando con él mientras yo seguía, no muy sigilosamente, a un leñador despistado que tenía un tatuaje que les había llamado la atención. Después me explicaron que ese tatuaje era de un grupo de asesinos que marcaban a sus víctimas antes de matarlos y que estaban relacionados con el prostíbulo del pueblo, que se había quemado hacía poco en un incendio. Queríamos investigar el tema, pero era más importante averiguar qué había pasado con los flechas negras, pues era la misión que les habían encargado las autoridades de Magnimar, y por la que les pagaban.

Nos encaminamos hacia allí, Shalelu también nos acompañaba, y estábamos a mitad de camino cuando oímos un ruido que venía del bosque. Era un animal atrapado en un cepo, un enorme oso que querían liberar. Parecía peligroso acercarse a él, pero el peligro en realidad estaba por llegar, cuando apareció un ogro con un montón de perros que no tardaron en abalanzarse sobre nosotros.

El ogro estaba persiguiendo a un muchacho que hacía lo que debimos hacer todos en ese momento: correr. No fue así, nos plantamos delante del ogro, luchamos contra los perros y logramos una gran victor…

Bueno, no fue exactamente así.

Los perros fueron los primeros en atacarnos, que se abalanzaron sobre el muchacho que corría y sobre la bruja, yo sin dudarlo me lancé sobre el ogro que con un hábil movimiento de su lanza me derribó y me dejó tendida de bruces en el suelo ¡Maldito cobarde! No me dio tiempo ni a darme cuenta de qué me había pasado cuando me clavó la lanza en las costillas con tanta  fuerza que ya no vi nada más.

El paladín no tuvo mucha más suerte que yo con el ogro y también terminó en el suelo, pero se apartó rápido y se mantuvo a prudente distancia. O eso me contaron, porque en ese momento yo estaba inconsciente, me dijeron también que la bruja y el clérigo no dudaron en atacar al ogro a distancia, claro, así cualquiera,  el clérigo se arriesgó a acercarse a mi para curarme, mientras el joven desconocido arremetía contra los perros.

Recuperé la consciencia y vi que la lucha no había terminado. El ogro se encontraba cerca de mí, y giré hacia mi derecha para poder levantarme sin peligro. ¡Qué se había creído ese vil engendro! La ira se apoderaba de mí y mi rostro enrojecía. ¡Me había tirado al suelo! ¡Ahora iba a enterarse! Cargué contra él con todas mis fuerzas pero, en mi camino, encontré la maldita lanza otra vez, que se enredó en mis piernas y volví a caer al suelo.

Lo último que recuerdo es ver la lanza muy cerca de mi cabeza y luego… nada otra vez.

Cuando desperté el ogro estaba en el suelo y mis compañeros estaban vivos y maltrechos. Las heridas habían sido cuantiosas y todos estaban doloridos y cansados. Este es el momento en que en mi tierra nos decimos los unos a los otros: el dolor nos hace fuertes y valientes, pero como sé que estos dichos no son bien recibidos en estas tierras extrañas del sur no dije nada. La bruja me dio un anillo como pago por mi ¿ayuda? Y el joven desconocido nos contó que era miembro de los flechas negras, que habían sido atacados por ogros más grandes que el que nos había destrozado a nosotros y que tres compañeros suyos aún eran prisioneros.

La idea de ir a buscar un ejército para luchar contra los ogros no fue bien recibida, parecían pensar que era mejor que nos enfrentáramos nosotros solos contra ellos. Yo no tenía tan claro que fuera mejor, pero son ellos los que pagan.  El joven que ya no es desconocido ha ido a explorar la zona, mientras tanto creo que voy a practicar la lucha tumbada, por si acaso.