sábado, 24 de julio de 2010

Diario de Aenleif 2

 Pues como era de esperar, el personaje no ha durado mucho. :__( 
Esta es la segunda parte del diario, todavía queda otra más antes del final del pj.


Zale, el joven Flecha Negra superviviente, no tardó demasiado en volver de su espionaje a los ogros. No había podido acercarse demasiado, pero la información que traía nos daba un punto de partida para discutir durante horas bajo la lluvia el plan a seguir.

Lo de discutir durante horas cualquier plan es algo que se convertirá en la señal de identidad de este grupo, eso y el que siempre nos salga todo mal. La fortuna es caprichosa y se ve que ha dejado de lado a los Flechas Negras, y ya que estábamos cerca, a nosotros también.

No adelantemos acontecimientos, el plan definitivo parecía bueno y no tardamos en ponerlo en práctica. Habíamos decidido intentar dejar fuera de combate al ogro de la puerta sin que alertara a los ogros del interior; para conseguirlo teníamos que librarnos primero de los perros; para ello Talith, la bruja de Cala, los separó de su amo con una ilusión que los alejó de él. El ogro llamaba a los perros, no nos había visto, Talith pretendía aprovechar este momento para dormir al ogro pero, desgraciadamente, nuestro adversario tenía el oído más fino de lo que pensábamos y creo que nos oyó. Talith comenzó a hacer gestos con las manos y a canturrear en  la lengua de la magia pero no pasó nada, el ogro seguía de pie y ahora, encima, nos miraba. El conjuro no había surtido efecto.

Shalelu intentó disparar pero sólo una de sus flechas dio en el blanco, sobre uno de los perros. El ogroide gritaba pidiendo ayuda a sus congéneres mientras disparaba su arco y una lluvia de flechas se abatió sobre nosotros. Bueno, en realidad fueron tres flechas que cayeron sobre la exploradora. Los ogros si tienen buena puntería. Uno de los perros intentó atacar a Talith, pero al saltar se dio un buen trompazo contra un árbol, ¡ah! Es que la mala fortuna es contagiosa y el perro se había acercado demasiado a nosotros.

Fue entonces cuando yo me lancé a la carga contra el ogroide, rugiendo de felicidad al ver que lo que llevaba en las manos era un arco y no una lanza que pudiera derribarme. No tardé en llegar hasta él y le asesté un fuerte golpe con Otälig, mi gran hacha.

¡Ah! ¡Qué gran placer sentir que tu arma atraviesa la carne del enemigo! Oler la sangre que se derrama, retirar el hacha y ver el hueco que ha quedado en su piel. No tuve tiempo de disfrutarlo, pronto me vi rodeada por aquellos malditos perros que clavaban sus fauces en mis pantorrillas, intentando apartarme de su amo. Raegar, el paladín enamorado de la bruja, acudió en mi ayuda y golpeó al ogroide con su espada.

Detrás seguía Melglin, el clérigo de Shelyn, que curaba a Shalelu y a Talith.  La bruja realizó otro conjuro que llenó de grasa el arco del ogroide, pero ese vil engendro era más hábil de lo que parecía y el arma no se le cayó de las manos. ¡Maldita sea! Se apartó un paso para disparar y yo sentí cómo la flecha atravesaba mi armadura hasta llegar a la carne. El dolor fue intenso, me costaba respirar, la flecha había atravesado el pulmon.

Rugí de rabia. ¡Vil escoria! ¡Ahora iba a enterarse bien! La ira encendía mi sangre, subía hasta mi cabeza hasta que solo veía una cosa, mi objetivo, el blanco donde iba a clavarse mi hacha. No me molesté en sacar la flecha, dejé de sentirla, sólo estábamos él y yo.  ¡Y fui a por él! Le golpeé con fuerza, quería machacarle, destrozarle, el hacha se clavó en su carne mientras los perros seguían a mi alrededor intentando morderme.

El ogroide quedó muy malherido después del golpe y Raegar le asestó el último ataque con su espada, que lo hizo caer al suelo. Un enemigo menos. Zale se reunió entonces con nosotros e intentamos deslizarnos sigilosamente hasta la casa del ogroide antes de que el resto nos descubriera.

Alli, Zale decidió subir al tejado para escuchar por la chimenea. Estaba alto. Estaba mojado. No había dejado de llover ni un momento. Yo me crucé de brazos mientras lo veía subir trepando por la pared… hasta que de pronto cayó al suelo, en medio del barro. Sólo era un tropiezo, Zlae se levantó rezongando y volvió a intentarlo, las manos de Zale resbalaron y volvió a caer, manchándose esta vez hasta las cejas de barro. Me aparté un poco por si volvía a salpicar.

Se quejó a la suerte, cómo no. Esa dama caprichosa que no mira a Zale por muchos regalos que le haga su admirador. Quizás le escuchó, pues a la tercera vez Zale consiguió encaramarse al techo aunque con gran dificultad, pero sólo fue una broma más de la dama fortuna, al momento resbaló en el tejado y volvió a caer al suelo.

No lo intentó una cuarta vez, decidió escuchar tras la puerta, pero no oyó nada, ni bueno ni malo. Estuvo un tiempo prudencial escuchando, asegurándose de que allí no había nadie. Su respuesta fue que ningún peligro nos esperaba. Zale abrió la puerta.

Al momento cuatro estacas salieron de la nada clavándose en el pecho de Zale mientras el resto del grupo intentaba evitar una enorme sierra que apareció a nuestros pies. Sólo Raegar y Shalelu lo consiguieron. Por lo visto el peligro no estaba sólo en toparnos de frente con un ogro.

—Ag...estaba seguro de que no había nada... —dijo Zale, lamentándose mientras se desangraba.

Melglin y Raegar se aprestaron a curar nuestras heridas, la sangre aguada por la lluvia que no dejaba de caer.

Continuará...

jueves, 22 de julio de 2010

Sobre el rol y el croché

Hace unos meses, en uno de estos días en los que te desesperas y le das la paliza al primer amigo que te abre ventana en el msn, Baltha me dijo que dejara el rol y me dedicara a hacer croché. Me lo pensé en serio, realmente el croché se me da mejor que el rol, aunque él me lo dijo en tono de broma. 

Pero es que me he dado cuenta de que, en realidad, estoy haciendo croché con mi partida de rol. Tengo una maraña de hilos que voy enredando y enredando para formar un dibujo que no se ve, que los jugadores ni siquiera intuyen.

Noto que ellos no esperan eso; quizás me equivoco, pero tengo la sensación de que la mayoria esperan respuestas sencillas en momentos concretos, un combate es sólo un combate para vencer al malo, pero en realidad no es así. Baltha, mi gran mentor en esto de dirigir por foro, me decía que nunca metiera un combate que no aportara algo a la trama, intento hacerlo, aunque a veces saco combates porque noto que es lo que ellos quieren pero intento que haya algo más, que el combate no sólo sirva para sacar tesoro (bueno... lo del tesoro es relativo, porque mis jugadores raramente saquean después del combate, lo que me costó darles tesoro al final de la primera parte, prácticamente tuve que poner un cartel luminoso tipo: Al Tesoro por Aquí).

He cometido un fallo, un fallo grande, pues he ido repartiendo la información entre ellos. Es como una cadeneta, cada uno de ellos tiene un nudo y hay que saber donde meter el hilo para que salga el dibujo que queremos. A veces te equivocas y metes el hilo en un nudo que no es, entonces el dibujo se distorsiona, no se ve, y eso está pasando.

Algunos jugadores se fueron, otros participan poco, otros creo que ni se han dado cuenta de que tienen información. Y les cuesta compartirla, les cuesta tanto hablar entre ellos, veo a uno o dos que van uniendo hilos y pienso: puf, estos por lo menos saben de qué va la cosa. ¿Pero qué hago con el resto? ¿Cómo motivas al jugador porque se interese en la trama que has montado? Creo que el problema no es que sea complicada, en realidad creo que no lo es tanto, el problema es el sistema que estoy usando, el dar a cada uno una parte esperando que ellos mismos den las vueltas y retuerzan los hilos y no lo hacen, sólo están confudidos. 

Zandomeneghi


Otro problema son los jugadores nuevos. Es dificil meterlos en la trama, lo que hago es darles una excusa, pero no es una motivación real. Los meto en plan: pues tú eres amigo de la infancia de X, o tú trabajas para X, pero se encuentran en medio de una trama que no saben de dónde viene, ni tengo claro que les interese lo suficiente para seguirla cuando llegue el momento. La mayoría de los jugadores que he metido nuevos me han fallado, ocurrio así en la primera parte. Algunos simplemente desaparecieron, otros me dijeron claramente que se aburrían y que no entendian nada, sigo cometiendo el mismo fallo, no consigo personalizar las cosas para los jugadores, les doy los hilos y no saben qué hacer con ellos, pero es porque realmente, esos hilos son de una trama que no les interesa. 

Quizás tenga que deshacer algunos puntos y volverlos a hacer. A ver cómo queda la cosa al final.

lunes, 19 de julio de 2010

[Reseña] Trayectoria de Boomerang

Aviso importante: Contiene spoliers de la trama.

Es una novela ágil, con una trama interesante, en la que Agatha Christie olvida a sus detectives más conocidos, Poirot y Miss Marple para presentarnos una pareja joven en una historia donde la aventura es tan importante como la investigación en sí.

Hay una ventaja en utilizar a este tipo de protagonista, que se les puede engañar, manipular con facilidad, hacerles cometer locuras e imprudencias, cosas que Poirot, siempre tan medido, no haría, eso da a la novela una gran frescura, la relación entre los personajes se hace más real y su interrelacción con los sospechosos mucho más emocionante, pues se están poniendo en peligro continuamente. 

El fallo del libro está en la trama, al contrario que otras novelas de Christie donde está todo medido y enlazado hasta el último detalle, aquí en cambio parece que está escrito con prisas, sin preocuparse de enlazar bien las pistas. Evans tendría que haber aparecido en los primeros capítulos, para que así, al salir al final, hubieramos podido decirnos: ¡anda! si estaba aquí todo el tiempo. Al no mencionarse siquiera al principio, queda muy forzada su aparición al final. Otro detalle extraño que no está explicado es el retrato de Moira en casa de los Bassinton-ffrench. ¿Qué hacía ese retrato alli? Es importante que esté, pues así Castairs lo reconoce pero no es lógico que esté, viendo que la relación que tiene Moira con esa familia es bastante superficial y que, con el miembro con el que más se relaciona, lo hace de forma oculta. La aparición de Badgers, un personaje que llega a hacerse muy simpático en las pocas páginas en las que sale, también parece un recurso muy traído por los pelos. 

Menciono aparte la carta del asesino desde sudamérica, es algo que le he visto en varias novelas. Es como si, caundo saca un asesino simpático, no fuera capaz de matarlo y dejara que se escape. 

In the car - Roy Lichtenstein

viernes, 16 de julio de 2010

Orpheus in Exile

Mientras espero que salga el nuevo disco de Marc Almond, me han regalado hoy el anterior, que no lo tenía. Es un disco al estilo de Heart on Snow, mientras que el anterior era un recopilatorio variado de canciones rusas, este está dedicado a versionear las canciones de Vadim Kozin. 

Os pongo una de ellas: Brave Boy.

jueves, 8 de julio de 2010

[Relato] Herencia

 Este es el relato con el que he quedado finalista en el concurso de relatos de terror y suspense "El Abismo del Fénix"


Herencia


Audrey se detuvo frente a la puerta cerrada, no se oía nada, ni el susurro del viento colándose entre las rendijas de la madera. Extendió la mano para abrirla, una mano blanca, de largos dedos que se difuminaban en el aire sin conseguir tocar el pomo de la puerta.

Se quedó allí largo rato, pensando, esperando. Oyó pasos que se acercaban por las escaleras, pasos apresurados que hacían crujir los viejos escalones. Se aplastó contra la pared, oculta en las sombras, esperando que no la vieran. No debía estar allí y nadie debía descubrirla. Siempre estaba en lugares donde no debía.

Una joven llegó corriendo hasta la puerta, su respiración era agitada y nerviosa, sus cabellos largos y cobrizos estaban perlados de sudor, la llama de una vela ondeaba en su mano. Se detuvo un momento a recuperar el aliento, mirando la puerta cerrada. Audrey sintió deseos de llorar, casi podía notar cómo sus ojos se humedecían aunque fuera mentira. Se acercó a la joven y extendió su mano junto a la de ella. Manos blancas de largos dedos que no podían tocarse, tan parecidas y, sin embargo, distintas. La joven se estremeció como si sintiera frío, pero su mano apretó con fuerza el pomo y abrió la puerta.

Audrey sabía lo que encontraría dentro.

El viejo laboratorio estaba intacto, como si la puerta no llevara cerrada cincuenta años. La joven se adentró en él con pasos vacilantes, con respeto, sin atreverse a tocar nada. Audrey la observaba desde el quicio de la puerta, quería gritar, quería advertirle de lo que iba a pasar, pero no salía la voz de su garganta, sólo un aire helado que hacía que la chica se estremeciera.

La joven pasó de largo sobre los estantes cubiertos de libros antiguos y los anaqueles con redomas llenas de líquidos pardos de olor penetrante, lo que buscaba estaba en el centro de la habitación, encima del atril. No se fijó en los dibujos del suelo, ni en que sus pies rozaban el centro de una intrincada estrella dibujada en las losas oscuras. Su mirada estaba fija en el objeto que reposaba en el atril.

La diadema emitía un brillo tenue, como si el sol se reflejara en ella aunque ninguno de sus rayos pudiera llegar hasta el sótano. La joven dejó la vela sobre el atril y acarició los intrincados dibujos de la diadema. Dudó un segundo antes de cogerla, un segundo en el que Audrey tuvo la esperanza de que esa chica fuera distinta a las demás y no lo hiciera, pero no lo era. Audrey vio cómo cogía la diadema y la llevaba hasta sus cabellos cobrizos, casi sintió cómo encajaba en la cabeza.

—¡Nooo! —gritó Audrey, entrando corriendo en la habitación, extendiendo las manos para impedirlo. La puerta se cerró tras ella y la joven desconcertada se volvió hacia la ráfaga de aire que entraba pero no veía nada. La llama de la vela se apagó, la diadema siguió reluciendo en su cabeza.

Se había equivocado, como Audrey, como todas las demás.

Audrey adivinó el miedo que debía sentir ahora la joven, igual al que había sentido ella, hacía ya tanto tiempo. Recordaba, recordaba como si fuera la primera vez. Nunca podría olvidarlo.

Al principio no había sabido dónde estaba. Todo estaba oscuro, el áspero tintineo de una gota sobre el suelo de piedra, el murmullo del aire que la rodeaba. Audrey se había llevado las manos a la cabeza, donde sentía aún la diadema que al tocarla comenzó a emitir un leve fulgor. Miró entonces a su alrededor, estaba en una cueva, un lugar grande, húmedo y oscuro. Tropezó con viejos huesos al andar, esqueletos que se agolpaban exhibiendo sonrisas huecas. No sabía de dónde venía el aire pero lo sentía a su alrededor como manos intentando sujetarla.

Comenzó a andar, la caverna parecía extenderse durante kilómetros. Encontró un estanque donde pudo calmar la sed. Se miró en las aguas y contempló un semblante demacrado, con profundas ojeras. ¿Cuánto tiempo llevaba caminando? ¿Dónde estaba? Se dio la vuelta y el estanque había desaparecido, como si lo hubiera imaginado.

No bajes al sótano, le habían dicho, no entres en el viejo laboratorio de tu abuelo. No leas sus libros traídos de los más remotos rincones del mundo, no mires sus experimentos, no bebas sus pociones. Todo lo había hecho y no había pasado nada, nadie se había enterado. Habían sido juegos de niña, juegos sin consecuencia. Jugaba a llamar a los espíritus, pero los espíritus nunca acudían, hasta que un día había entrado en el laboratorio y había visto en el atril la extraña diadema.

No sabía cómo había llegado hasta allí, parecía un regalo, un regalo mágico que le hacia su abuelo, ese hombre del que sólo contaban historias de terror, que habían quemado en la hoguera antes de que ella naciera, ese hombre al que todos seguían teniendo miedo a pesar de los años que llevaba muerto. Audrey siempre había imaginado a su abuelo como a un hombre misterioso y sabio y ahora le dejaba un regalo. No podía creerlo. Se acercó al atril con respeto y admiración. Nunca había tenido nada tan hermoso. Le atraía el leve fulgor que desprendía la joya y, cuando la tocó, le pareció suave y cálida. Algo en su interior le recordaba que no debía tocar las cosas de su abuelo pero, como siempre, no le hizo caso. Nadie se enteraría si se la ponía una vez, nadie tenía que saber que era de él. Audrey no se lo diría a nadie. Sintió una corriente de de aire a su alrededor y pensó que era nerviosismo. No estaba de más probársela antes de llevársela. Probársela y mirarse al espejo, no iba a pasar nada.

Tuvo muchos años para lamentarse de ello, en aquella caverna oscura. Al principio pensó que había entrado en una pesadilla. Caminaba y caminaba y al final le parecía que estaba dando vueltas alrededor del mismo sitio. Los huesos de los muertos la acompañaban, era lo único que había allí. Lloraba sin saber que hacer hasta que caía desplomada de miedo y cansancio. Cerraba los ojos, deseando abrirlos y estar de nuevo en casa pero nunca era así. Aquello no era un mal sueño, era real. Sentía a veces que no estaba sola, el viento soplaba, ráfagas de viento que a veces parecía que quisieran arrancarle la diadema de la cabeza. La diadema se resistía, era como si el mismo objeto quisiera seguir anclado en su frente, le apretaba, era como una garra que la aprisionaba.

Audrey gritó y la caverna le devolvió el grito multiplicado mil veces. Lloró y escuchó miles de llantos. Se obligó a poner las manos sobre la cabeza, se obligó a quitarse la diadema.

Lo vio. Estaba delante de ella, difuso como si estuviera hecho de aire en vez de carne. Lo reconoció por los retratos, era su abuelo, el abuelo que había sido quemado en la hoguera por practicar artes oscuras, el que había jurado que volvería y se vengaría, gritando mientras su cuerpo ardía. Y ahora estás aquí, abuelo. ¿Pero dónde estamos?

No le contestó. Ella extendió la mano para darle la diadema, pero la mano etérea de su abuelo no podía sujetarla y cayó al suelo, rodando hasta pararse a los pies de un esqueleto que no se había desmoronado. El esqueleto de un hombre que la miraba con sus cuencas vacías, con la macabra sonrisa de los muertos Supo que era él. Se acercó y puso la diadema sobre la cabeza del esqueleto.

Audrey se echó a temblar. Se reconoció. Eran sus cuencas vacías las que la miraban. Era su sonrisa la que tenía delante. Era ella la que estaba difuminada, vacía, la que era aire flotando alrededor de un esqueleto demasiado frágil. ¿Cuánto tiempo llevo aquí? A su alrededor todo estaba muerto, sólo la diadema parecía viva.

Con el tiempo se acostumbró a verlos, miles de fantasmas flotando cerca de ella, intentando alargar las manos hacia la joya que resplandecía en la cabeza de su esqueleto, queriendo alcanzarla. ¿No podemos hacer nada?, quiso preguntar, pero no conseguía emitir ningún sonido.

Es una fosa, estoy en una fosa, comprendió al fin. La fosa de los brujos, los impuros, los que han jugado con lo prohibido. Me descubrieron, me arrastraron, me quemaron a mí también… Y no lo recuerdo, no recuerdo nada, porque entonces no era yo.

Audrey ya no sentía miedo, no lloraba, se limitaba a flotar en el aire, sin alejarse del cuerpo que había sido suyo. A veces se introducía en los huesos, intentaba moverlos pero no podía, otras veces soplaba encima de él, intentando arrancar la diadema de la cabeza, pero era imposible; hasta que un día abrieron la fosa y la luz entró iluminando los viejos huesos. Audrey aprovechó una ráfaga de aire para soplar con él, haciendo caer la diadema de su cabeza.

El enterrador se santiguó y dejó allí un nuevo cadáver, una mujer. Las ennegrecidas ropas que llevaba le resultaron extrañas a Audrey, también la apariencia del enterrador. El tiempo había cambiado el mundo. ¿Cuánto habría pasado? Quizás siglos. La fosa estaba abierta y Audrey aprovechó el momento para escapar de ella, para salir al cielo y al sol. El aire la arrastraba pero no le importaba, se dejó llevar por él hasta que estuvo lejos, hasta que llegó a un lugar que reconoció como su vieja casa, hasta que decidió atreverse a entrar, preguntándose si todo seguiría igual o si habría cambiado, hasta que bajó las escaleras que llevaban al sótano y se quedó parada delante de la puerta, la única puerta que no se atrevía a franquear.

Y esperó, y oyó los pasos apresurados una y otra vez, y sintió el horror de recordarlo todo una y otra vez.

Se escondió una vez más, cuando oyó los pasos bajando la escalera. Observó a la joven que se acercaba a la puerta, se vio otra vez, una vez más, pero no era ella. Los cabellos rubios enmarcaban un rostro demasiado joven. ¿Cuántas veces había sucedido aquello? Su hija, la hija de su hija, la hija de la hija de su hija… Audrey se quedó quieta esta vez, oculta en su rincón, sin acercarse a aquella joven que era la más parecida a como fue ella una vez, sin intentar impedir que traspasara la puerta, dejando que desapareciera en el interior del laboratorio hasta que la luz sobre el atril fue sólo un reflejo esquivo. Y vio entonces cómo otra figura bajaba las escaleras, lenta y silenciosa, la sombra de un hombre con los brazos atados a la espalda. Su ropa eran jirones de tela ennegrecida, su rostro el de un cadáver quemado. No se fijó en Audrey, escondida en un rincón, avanzó hasta entrar en la habitación, la puerta se cerró tras él. Audrey casi podía sentir cómo el aire helado la rodeaba,  cómo la diadema se posaba en su cabeza.

Se acercó a la puerta y miró por el ojo de la cerradura, oyó las palabras que pronunció una voz muy parecida a la suya, a la que había tenido una vez, una voz que salía de los labios de la joven aunque Audrey sabía que era él quien estaba hablando. El espíritu de la joven debía estar ya lejos, en la misma fosa donde habían enterrado a su abuelo, donde la habían enterrado a ella, años después, y a su hija, y a su nieta. Recipientes para un mismo espíritu.

La joven sonrió, con una sonrisa feliz y malsana, estiró los brazos como si hiciera mucho tiempo que no sintiera su cuerpo, empezó a examinar los libros del laboratorio, dispuesta a trabajar. Se volvió un momento hacia la puerta, como si pudiera notar que Audrey estaba allí, detrás de la madera, observándola, sintiendo el aire frío en la nuca.

Dejé de ser yo, por eso puedo estar aquí ahora, por eso puedo verlo. Yo dejé de ser yo. Viviste mi vida.

Audrey extendió la mano para abrir la puerta, una mano blanca, de largos dedos que se difuminaban en el aire sin conseguir tocar el pomo. Ese no era el camino, se dijo, nunca lo había sido. Y avanzó un paso, sorprendiéndose de que la puerta pareciera no estar delante de ella. Se coló entre las rendijas, como si fuera aire, y se acercó flotando hasta la joven que, junto al atril, pasaba impaciente las páginas de un libro. Se detuvo de pronto y se volvió, sin ocultar la sorpresa en sus ojos. Audrey sabía que no podía verla, pero que sabía que estaba allí.

No sabes cuál de ellas soy ¿verdad?

La joven se llevó las manos a la diadema, Audrey veía que la sorpresa de sus ojos se iba transformando en terror. Sin embargo la joven no fue capaz de dar un paso y salir del centro de la intrincada estrella que se dibujaba en el suelo.

Han sido muchos años, abuelo, te he visto, he aprendido.

Audrey se acerco, se acercó más y más, un paso más y la diadema comenzaría a brillar, muy fuerte; otro paso y la atraería hacia el interior de ese cuerpo que temblaba y gemía. Sólo un paso más, un último paso y el espíritu de su abuelo ya no estaría allí, habría regresado a la tumba y Audrey podría vivir una vida. Aunque no fuera la suya.

Sintió de pronto el frío y el miedo, vio de nuevo a través de unos ojos. Intentó dar un paso, salir del laboratorio, pero trastabilló, incapaz de controlar el cuerpo donde estaba ahora. Cayó de rodillas y se arrastró hasta conseguir salir. Se apoyó un momento junto a la puerta, recuperando el aliento. Le costaba respirar, o quizás es que no recordaba cómo hacerlo. Se miró las manos, unas manos blancas, de largos dedos, que subieron hasta su frente y se ciñeron en torno a la diadema hasta que la arrancó de la cabeza. La arrojó dentro del laboratorio, el objeto rodó hasta quedar justo en el centro de la estrella, a los pies del atril. Adecuado, pensó, mientras hacía esfuerzos para levantarse, mientras cogía con fuerza el pomo de la puerta y la cerraba dando un portazo, mientras se volvía hacia las escaleras y comenzaba a subirlas con cuidado.

Viviría una vida.



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Imágenes de Arnold Böklin

lunes, 5 de julio de 2010

[Reseña] Glee

Empecé a ver esta serie porque leí una reseña en el blog de Iztia y me llamó la atención, me suelen gustar  mucho los musicales, aunque con las series musicales  tengo reservas, pues suelen ser bastante malas, de todas formas si en sus tiempos me enganché a UPA ¿por qué no probar con esta? Y al final me ha gustado mucho más de lo que esperaba.

En realidad, al analizarla, la serie no es que sea gran cosa, los números musicales son muy buenos y están bien trabajados pero la trama en sí de la serie es batante tópica: nos presenta el típico instituto americano y a un grupo de perdedores que sólo tienen el coro para sentir que están haciendo algo especial, los personajes son estereotipados y las tramas están entre ir a lo sensible y a buscar la lágrima fácil o son absurdas a más no poder.

Es en lo absurdo donde creo que la serie más engancha, aprovecha los estereotipos para llevarlos al extremo, sin concesiones, y se burla de ellos o simplemente no se toma a sí misma en serio, hay cosas que parecen increibles, pero que dentro de la serie, aunque no te las creas, vas pensando: a ver con qué me van a salir ahora.

Abusan un poco de la competitividad, llega un momento en que se hace monótono que solo hablen de ganar campeonatos y que el coro esté siempre en la cuerda floja, a punto de ser cancelado. Es otro recurso típico que me parece que no está bien gestionado, tendrian que haber abusado menos de él y meter más variedad de motivaciones. También al conocer más a los personajes la segunda parte de la serie tiene más momentos sensibles y menos monentos absurdos, hay personajes que pierden al conocerlos más, unos pocos ganan, la entrenadora de las animadoras gana mucho al ir conocíendola, sin perder la exageración hasta el absurdo han sabido humanizarla en el punto justo, dejando que siga siendo la mala de la serie, pero haciendo que las comprendamos un poco mejor.

La selección de canciones de la serie es muy buena, aunque le estoy cogiendo una tirria a los medley (en mis tiempos se los llamaban así, antes erán popurrí y en la serie los llaman de otra manera que no me acuerdo) que no es normal ¿porqué esa manía de ponerme trozos, con lo bien que están las canciones enteras? Esperemos que en la próxima temporada hagan menos.