domingo, 13 de marzo de 2011

Escribir sin ganas

Habitualmente, cuando escribo algo es porque me apetece hacerlo, a veces escribo relatos expresamente para concursos, o con algún tema determinado, pero siempre es porque me apetece. A veces salen bien y otras veces no tanto, a veces llego a enviarlos y otras veces no, pero siempre me pongo a escribirlos con entusiasmo.

Sin embargo, me ha pasado ya dos veces que me he puesto a escribir sin ganas, por compromiso.

La primera vez fue el año pasado, un amigo tenía mucha ilusión con un proyecto y yo quería ayudarle. Al principio dudaba mucho, le daba largas, después veía que la gente con la que contaba no participaba, se echaban atrás, yo no quería dejarle colgado también y me propuse escribir algo. Me costó mucho ese relato, se salía de lo que hago habitualmente, por género, por extensión, y lo escribí más por no decepcionarle que porque realmente me apeteciera. El resultado final me gustó, a mi amigo no tanto (¡qué le vamos a hacer! yo hice lo que pude), no llegué a entusiasmarme con ese relato pero no fue mala la experiencia.

Y este año me ha vuelto a pasar y por el mismo motivo: no dejar a la gente colgada. 

Me apunté al proyecto (Per)versiones el año pasado, para su tercera antología. Aquello no me lo pensé, el tema era (Per)versionar un clásico metiendo a un monstruo. La oportunidad de poder hacer algo con "Los tres mosqueteros", un libro que adoro, no me la podía perder. Si no hubiera estado disponible ese libro quizás no hubiera participado, empecé a escribir el relato incluso antes de que se cerrara la convocatoria, incluso llegué a escribir un segundo relato, que luego fue publicado en la antología: Clásicos y zombis.

Para la cuarta antología de (Per)versiones en cambio me apunté por apuntarme, no tenía un tema pensado como había pasado con la antología anterior, quedaba mucho tiempo así que decidí que ya lo pensaría más adelante. Me metí en otros proyectos, no pensé nada. Lo cierto es que ningún tema me llamaba la atención, no me apetecía escribir.

Pensé en no participar, pero pasé por el foro y vi que mucha gente estaba dejando el proyecto. Me dio cosa y pensé que todavía tenía tiempo de hacer algo. No tenía que ser muy largo, tenía tiempo, podía intentarlo, hacer algo por cumplir... No tenía tema y entonces, un día, hablando con Erein, me sugirió uno.

Cogí ese tema sin tener ni idea de qué iba, el tema me era indiferente, sólo quería quitarme el relato de encima. Me apunté con él y empecé a investigar. Encontré mucha información. Tuve una idea. La esbocé y seguí buscando información. Retardaba el momento de ponerme a escribir porque la verdad es que no tenía ganas.

Y un día empecé a escribir. Y de pronto todo cambió. Los datos, muchos datos, se adaptaban al relato sin ningún problema, los personajes eran históricos, pero los veía en mi cabeza como si fueran míos. Escribí el primer borrador de un tirón, sin parar. No podía parar de tan metida como estaba en la historia. A cada letra que escribía el nivel de motivación aumentaba, de forma increible. Luego llegaron las reescrituras, cuatro he hecho, hasta que lo he dado por terminado, intentando encajar mejor los datos, puliendo la prosa. Deseando mostrar mucho más, pero ya me pasaba en 1200 palabras del máximo permitido. Pocas veces he terminado un relato sintiendome tan satisfecha de lo que he hecho. No sé si estará bien o mal, eso mis correctores me lo dirán y en realidad es lo de menos. Siento que he escrito un buen relato, no tengo dudas, me siento satisfecha, plena, como me pasa muy pocas veces al terminar algo. Y me da pena dejarlo, me gustaría seguir escribiendo, en este momento no dejo de pensar en detalles que podría ampliar, en personajes que apenas menciono que merecería la pena desarrollarlos. No me suele pasar eso cuando escribo, todo suele estar medido, cerrado, completo, digo lo que quiero decir y me olvido de esa historia para pasar a otra, con este no ha sido así, sigo metida en la historia, dándole vueltas, con un enorme subidón y muy motivada.

Y no tenía ganas de ponerme a escribir, si es que las cosas surgen cuando menos te lo esperas.

Me he enamorado de un barco. :D



Gustave Doré: I looked upon the rotting sea












lunes, 7 de marzo de 2011

De relatos antiguos

Hay relatos a los que se les guarda un cariño especial, relatos que en su momento disfruté mucho escribiendo y con los que sentía que había dado un paso adelante, que había hecho algo distinto a lo que había hecho hasta ese momento. Son relatos de los que me siento orgullosa. Hace poco recordé uno de esos viejos relatos, pensé que podría hacer algo con él, lo escribí hará unos cinco años y en su momento me parecía muy bueno, entonces, hace unos días, lo releí.

La relectura fue una gran decepción, ya no me parecía tan bueno. Le vi tantos fallos que de pronto no sabía por dónde empezar a retocarlo. No era sólo la prosa, que eso más o menos se puede arreglar, también encontré fallos en la estructura, una introducción demasiado larga, un final precipitado, el relato está descompensado tarda en arrancar y luego fluye demasiado rápido. 

Por un lado esa relectura me ha ha hecho ver que he mejorado en estos cinco años, que entonces cometía fallos que ahora no comento, que no me daba cuenta de cosas en las que ahora sí me fijo; por otro lado me ha hecho descubrir que uno de mis relatos favoritos no es tan bueno como yo creía. Eso me ha pasado antes. No me gusta releer mis cuentos por eso. No me gusta releer nada de lo que hago, cuando lo doy por terminado me olvido y no lo miro más, porque si lo hago no puedo evitar seguir retocándolo.

                         Chirico
Y en este caso sentía que merecía la pena, que la base del relato era una buena idea y que podía retocarlo y mejorar el texto, pensé en intentarlo, pero el relato tal y como está tiene su sentido, es lo que yo era hace cinco años y reescribirlo entero sería como traicionar lo que quería hacer en ese momento. Algunas cosas perderían el sentido, aunque ese sentido sólo se lo vea yo, es curioso pero hay cosas que realmente he descubierto con la perspectiva que da el tiempo y que en su momento no me había dado cuenta de que las había metido en el relato.

Cada relato que escribimos es parte de nosotros, de lo que somos, de lo que hemos sido. Velázquez repintaba las patas de sus caballos, detalles, pero no el cuadro entero.

Si os preguntáis qué he hecho al final, lo he retocado. He sido incapaz de dejarlo como estaba. No he hecho grandes cambios, a pesar de las tentaciones de borrar párrafos enteros del principio para aligerarlo no lo he hecho, he retocado la prosa, algunos elementos que no me convencían. Los personajes no los he tocado, son lo más importante de ese relato. He intentado mejorar la prosa intentando que el relato siga siendo lo que yo era hace cinco años, aunque seguramente si lo hubiera reescrito ahora lo hubiera hecho de forma muy distinta.

Creo que hoy no lo hubiera escrito, porque hay cosas que han cambiado, yo no soy la misma.

Releer uno de tus viejos relatos es como mirarte en una fotografía antigua, te miras y no te terminas de reconocer del todo. Intentas recordarte, no siempre lo consigues. Me digo que esa era yo. Lo fui. Me define.

Nunca he tenido problemas en retocar, en reescribir, en rehacer relatos enteros. Si no estoy convencida no me importa darle mil vueltas. Y, sin embargo, en este caso estaba sintiendo que al retocar ese relato que creía perfecto me estaba traicionando a mí misma. Tal vez porque realmente era perfecto hace cinco años, aunque no lo sea ahora.

A veces es mejor no releer, y seguir recordando el relato perfecto.