viernes, 13 de agosto de 2010

Trece de Agosto

   Nubes de verano - Emil Nolde
 
 
Trece de Agosto

Sólo puede ver su cabeza rubia, sus largas guedejas doradas desparramadas sobre la almohada, la curva de su espalda emergiendo de entre las sábanas. Neal la contempla mientras se viste lentamente, con cuidado para no despertarla y no tener que despedirse de ella. No quiere ver su mirada azul esa mañana, así, de espaldas, podría ser otra, aquella que añora y con la que sueña por las noches.

—Ya no pienso en ella, la he olvidado —le dice a su hermana cuando lo mira preocupada. Eliza sabe que es mentira, pero asiente y lo arrastra hasta fiestas y reuniones donde las mujeres lo rodean y él puede ser desdeñoso y rechazarlas y, a veces, cuando el alcohol corre por sus venas más que la sangre, se deja llevar por una de ellas hasta una habitación de hotel donde sueña con otro cuerpo y otros brazos.

Esa noche no había sido distinta, Neal recuerda sus ojos azules pero no su nombre, su sonrisa dulce cuando él añora una traviesa. Termina de abrocharse la camisa y coge la chaqueta, la mira por última vez antes de marcharse.

-No es culpa suya —murmura—. No es amor, sólo deseo. En realidad ninguna me ama.

El pasillo del hotel está apenas iluminado, Neal avanza entre las puertas que parecen alejarse a medida que se aproxima a ellas. No lleva zapatos, sus pies descalzos se hunden en la mullida alfombra el pasillo. Piensa por un momento en volver a buscarlos pero desiste de hacerlo. Quiere salir allí. Hace calor y no se pone la chaqueta, se pregunta porqué no encuentra a nadie en el hotel.

En el exterior lo recibe una fina llovizna. El calor es sofocante y Neal camina bajo la lluvia dejando que le empape, la camisa se adhiere a su piel, sus pies descalzos se hunden en los charcos. A lo lejos, tras los altos edificios de la ciudad, el sol intenta salir y apartar las nubes. Un gato maúlla desde un callejón.

Es mi cumpleaños, piensa Neal, esa noche se celebraría una gran fiesta en su honor, recibiría miles de regalos, un enorme pastel y champán, miles de amigos le darían palmadas en la espalda mientras miles de muchachas le suplicarían que bailara con ellas. Neal sonríe con satisfacción al pensar en ello y se para bajo un portal para encender un cigarrillo. Ella no había sido invitada a la fiesta, Neal lo lamentaba, quería que Ella lo viera, brillante y triunfador, adorado por todos, pero Eliza no la soportaba y era su hermana la que lo había preparado todo, tampoco se le ocurría a Neal que a Ella le hubiera gustado más verlo así, sólo, bajo la lluvia de verano, pensando en lo que era su vida en vez de deseando huir. El gato maúlla aún más fuerte.

Entra en el callejón, buscándolo, el amanecer tiñe las nubes de color naranja y el gato maúlla escondido entre unos cartones apilados en el suelo. Se acerca, extiende la mano. El gato es arisco y le da un arañazo antes de esconderse al fondo de los cartones. Neal se agacha y lo sigue, la caja de cartón es más profunda de lo que parecía y cala el agua de lluvia, al final encuentra al gato acurrucado y lo coge, sale de allí con él en brazos. Es apenas una cría, un pequeño gatito siamés que alguien debe haber abandonado. Neal lo envuelve con su chaqueta y el gato se tranquiliza. Neal mira el callejón, un lugar sucio y oscuro, con cubos de basura al lado de las cajas vacías y olor a pescado pasado.

—El gato es mío.

Neal se da la vuelta, sorprendido, detrás de él hay una mujer, o eso parecía. Una anciana cubierta de mugre y harapos, su pelo blanco parece estropajo y los piojos saltan sobre ellos, sus dedos tienen uñas largas y sucias que lo señalan. Neal retrocede un paso.

—Tiene que aprender a vivir solo —dice la mujer.

—Es muy pequeño —protesta Neal.

—¿Cuánto tiempo se es demasiado pequeño?

—No lo sé…

—Lo verás… Sígueme.

La vieja avanza hacia el fondo del callejón, Neal la sigue con el gato aún en brazos, al fondo se oyen sonidos, quejidos lastimeros de otros vagabundos. La mujer pasa entre ellos sin mirarlos y Neal hace lo mismo, alguno extiende su mano para tocarlo, manos descarnadas de fantasmas de ojos vidriosos. Neal se apresura tras la mujer. Al final hay un largo parque, al principio los bancos están ocupados por vagabundos, conforme van andando, cada vez se ve menos gente hasta llegar a una zona solitaria, allí, entre los álamos, una joven se sienta en uno de los bancos del parque. Neal no sabe si el rostro de la joven estaba húmedo por la lluvia o por las lágrimas, quizás por ambas. Se acerca a ella, sus pies descalzos se hunden en el césped y pequeñas ramas escondidas en la hierba arañan su piel. La mujer es muy joven, lleva un largo y anticuado vestido y retuerce entre las manos un pañuelo hecho jirones. Sólo cuando llega a su lado Neal se da cuenta de lo avanzado de su embarazo.
La soñadora - Tissot                    
—¿Puedo ayudarla, señora? —Neal se fija en el pañuelo de fino encaje, en la pulsera que adornaba su muñeca, aquella mujer no era una vagabunda. O no lo había sido hasta hacia muy poco.

—¿Qué hace aquí sola? ¿Puedo sentarme? —Neal se sienta a su lado sin saber si ella desea realmente compañía. Los cabellos castaños de ella están mojados y desordenados, Neal piensa que él tampoco tendría mejor aspecto.

—El niño va a nacer —anunció ella—. Voy a tener a mi niño, y no sé qué hacer.

Huir. Eso era lo fácil. Lo sencillo, lo que había hecho siempre. Salir corriendo cuando se metía en líos, cuando encontraba alguna complicación. ¿Había luchado alguna vez? Sí, solo un vez, por Ella, y había perdido.

—Me fui, no aguantaba más, mi familia… mi familia me tenía encerrada, yo quería estar con Él, huí para encontrarle. La ciudad es tan grande. Yo quería… No me dejaban moverme, por el niño, así que tuve que escaparme. —la joven miró los pies descalzos de Neal, confusa—. ¿También tú huyes de algo?

—De mí mismo, supongo.

La joven le coge la mano, Neal la siente muy cálida, ella aprieta, contraído el rostro por un espasmo de dolor que pasa a los pocos minutos.

—Tenemos que buscar un médico, permítame llamar a uno —era su ocasión de marcharse, de huir, con su caballerosidad intacta. ¿Acaso la tenía? Pero aquella joven era una desconocida, sólo los que no te conocen no te juzgan.

-No me deje sola, por favor –suplica ella-. Me siento tan sola…. Hace una semana que me marché de casa. ¿Tú puedes entender que yo no quiera abandonar a mi niño? Ni siquiera me atrevía a contárselo al padre. ¿Y si hubiera estado de acuerdo con el resto de la familia?

Neal asiente sin saber qué hacer. Si él fuera el padre habría huido lejos, aunque su novia fuera hermosa y estuviera asustada, aunque fuera tan joven como aquella chica. Lo sabía. Él habría huido, incapaz de aceptar una responsabilidad. La joven vuelve a apretarle la mano.

—Tenemos que pensar en el niño, no puedes tenerlo aquí sola, en medio del parque.

—No estoy sola –ella lo mira a los ojos y Neal siente una corriente cálida—. Me ayudaras.

Quiero huir, piensa Neal mientras traga saliva, deseaba huir más que nada en el mundo.

—Ya empieza  —dice ella—. El niño tiene prisa por salir.

Las nubes se vuelven cada vez más grises y el sol más pálido. La vieja vagabunda regresa con unos cartones sucios para que la mujer se recueste en el suelo sobre ellos.

—Tienes que ayudar, chico, o el niño morirá.

Neal asiente, más asustado de lo que le gustaría.

—¿Y si llamamos a un médico? —sugiere una vez más.

—No nos harán caso. Los médicos no vienen aquí. Ella llegó hace una semana, nosotros no hacemos preguntas, pero no somos tontos. Se ha escapado de su casa y tiene miedo de volver.

—¿Por qué? ¿Por el embarazo?

—Es posible. Las jóvenes ricas no tienen hijos que no desean.

—¿Y ella lo desea?

—En este momento, es el niño el que tiene que desear vivir.

La lluvia se vuelve más fina y casi no molesta, la vieja da vueltas alrededor de la mujer.

—No estoy casada, yo… —confiesa la joven al cabo de un rato, cuando Neal decide no hacer más preguntas—. No sé si él querrá casarse conmigo, no se lo he dicho. Ahora te avergonzarás de mí.

Neal siente como las lágrimas acuden a sus ojos, ella era una niña, sólo una niña frágil y asustada que se había enamorado y se había dejado llevar. La abrazó y hundió la cabeza en su hombro.

—Claro que no, claro que no.

—No habrá regalos ni felicitaciones. Nadie vendrá a ver a mi niño, nadie sabrá que existe, mi familia quería que lo tuviera a escondidas y luego lo diera… Sé que es una vergüenza pero no puedo hacerlo, es mi niño.

—Y él te querrá muchísimo.

—La vieja, esa vieja que anda por aquí me dijo que quizás el niño no quiera nacer.

—Claro que quiere. Aguanta. Nacerá, nacerá pronto.

La lluvia arrecia con fuerza, el agua se mezcla con la sangre, el gato se enrosca junto al cuerpo de la joven pero el calor no parece ser suficiente. Neal siente la piel de la joven helada mientras la sostiene y cada vez hace más frío, mucho frío cuando vio salir la cabeza del niño. No se atreve a tocarlo, querría ayudar pero no puede hacer más que apretar los brazos de la desconocida. La joven busca al niño para abrazarlo y darle calor, el cordón aún une a la madre y al hijo, ella misma lo corta y el niño empieza a llorar, Neal también llora sin dejar de abrazarla mientras la lluvia los empapa a todos.

—¡Señora! ¿Se encuentra bien? —es un hombre, un hombre vestido con ropas anticuadas que corre hacia ellos—. La llevaré al hospital, señora. ¿Cómo se llama? ¿Puedo avisar a alguien? ¿Y su esposo?

—Sí —murmura ella—. Avíselo a él. Es su hijo, avíselo a él.

El hombre se aleja corriendo para pedir ayuda. La mujer mira a Neal con una sonrisa en el rostro cansado.

—Es hermoso, ¿verdad? Mi niño.

El niño es pequeño y arrugado, con la cabeza llena de pelo negro, llora y se abraza a la joven como si no quisiera separarse de ella.

—Ha elegido la vida —la vieja vagabunda vuelve a estar junto a ellos, Neal se pregunta donde habría estado metida todo ese tiempo. Neal se aparta un poco de la mujer y le dice a la vieja, en confianza.

—No es fácil lo que le espera, si el padre no se hace cargo y se casa con ella…

—¿Tú qué harías, Neal? Sé sincero.

Neal mira a la joven y a su bebé. Suspira. Es  difícil ser sincero cuando sabes qué es lo que realmente debes decir.

—Huir. Supongo que es lo que haría yo. Huir. Salir corriendo, pero no sé cómo es ese hombre ni lo que hará cuando se entere —no todos son como yo.

—¿No lo sabes? ¿Estás seguro?

—Deseo que salgan las cosas bien, algunas historias tienen final feliz.

—¿Es un final feliz andar descalzo bajo la lluvia?

Neal se mira los pies, mojados y fríos.

—Si hubiera criado al niño sola tendría un hogar humilde, lejos de las fiestas de sociedad, el niño tendría que haber aprendido a luchar, no tendría hermanos, aunque quizás siguiera huyendo ante los problemas, eso está en su naturaleza.

La vieja habla pero Neal ya no la escucha, sólo mira a la joven abrazando a su hijo, ahora sólo le habla al pequeño, como si Neal ya no existiera.  Se aleja sin dejar de mirarla y el parque poco a poco se va tornando borroso hasta que se desvanece como si nunca hubiera estado allí. La lluvia se vuelve más fina, hasta que deja de caer. Neal no se da cuenta, sólo recuerda. Cabellos rubios sobre la almohada que no le querían, quizás, algún día, pero no ahora.
 
Es casi mediodía, piensa, hora de regresar a casa y prepararse para la fiesta, los regalos y el alcohol, sus pies descalzos en cambio atraviesan la ciudad que bulle a su alrededor, llena de gente que no le mira ni sabe que hoy es su cumpleaños, los pies lo llevan hasta la estación, aprovecha un teléfono público para llamar a su hermana.
 
     Paseante - Van Gogh
—Eliza, voy al campo a ver a mamá, no llegaré a la fiesta.

Cuelga antes de que su hermana empiece a protestar y sigue caminando, sin prisa. Mojado y exhausto pero contento, como si acabara de nacer. 
 
 
 
 

martes, 10 de agosto de 2010

Orilla

Friedrich
 
 
Y fui volcán enfurecido,
rocas ardientes,
sobre la arena blanca.

Y fui mar embravecido,
espuma hueca,
sobre la arena blanca.

Y fui tormenta enloquecida,
áspera,
rugiente,
crispada.

Y arrastré mis pies
sobre la arena blanca.


martes, 3 de agosto de 2010

Variety - Marc Almond

En realidad hoy tocaba un post de estos de bajón, además tenía distintos temas depresivos entre los que elegir xDDDDD, pero al llegar a casa me encontré con un regalo que me animó el día: Varieté, el  nuevo disco de Marc Almond en la edición limitada con cajita chula, 7 bonus track, trae el libreto con las letras de las canciones ¡ains!! ¡¡qué bonito es!! Son dos cds, sólo me ha dado tiempo a escuchar uno y, de momento, ¡me encanta! Los discos de versiones están bien, pero ya se echaba en falta un disco propio.

Os dejo el video del primer single: Variety

domingo, 1 de agosto de 2010

The Kinks: Sunny Afternoon



Lazing on a sunny afternoon
In a Summertime

¡Qué ganas de coger vacaciones! ¡Ya queda menos!