sábado, 26 de diciembre de 2009

[Trasfondo] Siobel uth Borg


Siobel es una Dama de Solamnia que viaja con un grupo de aventureros, trasfondo para una partida por foro que estoy jugando actualmente.


Ahora todo ha terminado, y puedo empezar de nuevo. No tengo miedo. Todo ha quedado atrás, ahora no soy nadie. ¿Lo fui, alguna vez? Ya no importa. Tengo que dejar el pasado atrás. Nunca volveré a Palanthas. Allí están mi padres, mis amigos, si voy me mirarán a la cara y sabrán que me han derrotado. No he estado a la altura de lo que se esperaba de mi. Mi madre me echará en cara la lista de todos sus antepasados hasta llegar a aquel que fue amigo de Vinas Solamnus. Procedo de familia antigua pero solo es la mitad de mi sangre, y es sangre que a veces parece débil y aguada. ¿Qué héroes hay en la familia desde hace cien años, madre? O desde hace trescientos. He hecho lo que he podido.

Con mi padre será distinto, con él no puedo poner excusas, entre mi abuelo y él hicieron un imperio comercial de la herrería que heredaron de mi bisabuelo. Ahora mi padre controla el gremio de comerciantes de Palanthas. Se casó con una dama de rancia familia para asegurarse una posición. Diseñó su propio escudo de armas. ¿Qué más da que se enriqueciera con métodos a veces poco lícitos, aprovechando las guerras que han asolado Ansalon en los últimos cuarenta años? Es el honor del que finge tenerlo, eso es lo importante. Si hubiera fallado y nadie lo supiera daría igual, pero todos lo saben y soy una vergüenza para él, para la familia. He fracasado.

A mis espaldas llevo muchos muertos, dos maridos que murieron en el campo de batalla, en Sanction. Quise viajar con ellos, luchar con ellos pero no me dejaron. Esperaba en casa, en las dos casas que realmente nunca fueron mi hogar a que volvieran. Uno detrás de otro, me casé con el segundo antes de que se enfriara el cadáver del primero. Eran hombres importantea, valientes caballeros. Era lo que me convenia, lo que convenía a mi familia. Ahora me alegra no haber tenido hijos con ninguno de los dos.

También en eso fallé. Como dama y como guerrera, no tengo un lugar realmente. Obligaciones sin cumplir una y otra vez. Aunque fueran fáciles. Conocí a mucha gente y extendí las relaciones de mi familia. Eso sí pude hacerlo. Pero eran mentiras, siempre mentiras. Sonrisas falsas para atraer relaciones, usarlos para firmar tratados que no siempre se cumplen. Fingir que las cosas van bien, que las amenazas de los grandes dragones no nos afectaban. Perderme en leyes y normas que nunca he llegado a comprender muy bien, y que tampoco importan si no sirven para lo que necesitamos.

El honor es mi vida. Una frase vacía que mi padre quería incluir en nuestro escudo de armas. No ha habido honor en nuestras vidas y, cuando he querido ganármelo, solo ha servido para que mucha gente muriera por mi culpa.

Tras la muerte de mi segundo marido quise irme de la ciudad. No lo amaba. Apenas pude conocerlo pues se marchó un mes después de la boda. Su muerte fue la muerte de un desconocido que afectó a mis cuñadas y a mis suegros y me hicieron ver que aquel no era mi lugar. Pensaron que estaba destrozada de dolor cuando les dije que tomaría las armas y lucharía como no había podido luchar él, que vencería donde no había podido vencer él. No me lo impideron. Ya no está tan mal visto que una mujer entre en la caballería y realmente no soy una dama. En momentos como este es cuando me alegra tener la sangre de mi padre, que es roja y fuerte y nadie olvida de dónde viene.

No les dije nada a ellos. Para mis padres me estaba comportando mal. Sé que si los hubiera mirado a la cara habría visto negativas y decepción. Una dama no se subía en un caballo ni atacaba al enemigo espada en mano. Pero yo no quería casarme otra vez. Un nuevo castillo, una nueva familia, un nuevo esposo que se marcharía a luchar y a morir y me volvería a quedar sola. Y yo quería luchar, ganarme por la espada ese honor que mi padre tanto ansiaba. No que lo ganaran por mi, con mi enseña prendida en el casco mientras luchaban. Yo quería estar allí y sentir que era mi espada la que derrotaba a los enemigos. Que huían y nuestro mundo volvía a estar en paz. Una paz que yo nunca he conocido.

Pero fracasé. Me nombraron dama de Solamnia y luché por mi país durante la Guerra de los Espiritus, me enfrenté a seres incorpóreos luchando contra ellos y contra mis temores. Ayudé a evacuar pueblos atacados. A reconstruir pueblos derrotados. Y entonces, cuando mis jefes tuvieron confianza en mi, cuando pusieron a mis órdenes un pequeño destacamento y lo lancé a la batalla, entonces fallé.

Si hubiera muerto no pasaría nada. Mis errores habrían quedado tapados por mi valor y mi heroísmo. Si hubiera muerto el orgullo seguiría intacto y me habrían enterrado en el panteón familiar. Pero no he muerto. Aun peor. Huí y dejé que los demás murieran. Ahora veo los rostros de los muertos todas las noches cuando duermo, los veo acusándome de cobardía. Yo era su capitán, ellos hicieron lo que yo les dije. Y yo me equivoqué. Ahora no puedo perdonármelo.

Mis superiores sí me perdonaron. El consejo de guerra duró varios días y no sé cuanto tuvo que pagar mi padre para que me declararan inocente. No lo soy, todos saben que no lo soy. Me miran y lo leo en sus ojos. Y son desconocidos, por eso no quiero volver a casa y leerlo en los ojos de los que me conocen. Decidí entonces dejar mi cargo. No merecía llevar la Espada de Kiri Jolith en mi escudo. El dios había vuelto justo para ver cómo yo fracasaba, ahora tengo que ganarme su favor antes de volver a lucir sus colores. Aunque me dijeron que todo estaba bien, yo preferí marcharme.

Encuentro trabajos como mercenaria, a veces, otras intento ayudar a aquellos que lo necesitan, ni siquiera sé si busco una redención o si tengo derecho a ella. Salvar una vida no compensa a los que murieron por mi culpa, ni siquiera salvar miles de vidas lo compensaría. Si al menos no los hubiera dejado solos. Si hubiera muerto con ellos. Si hubiera aceptado que cometí un error y sufrido sus consecuencias.

Me digo una y otra vez que no sirve de nada lamentarlo, que podría esperar unos años y luego volver, casarme de nuevo y todo se olvidaría. Pero yo no soy capaz de olvidarlo, necesito una redención que no llega. Necesito sentir que puedo enfrentarme al peligro sin echarme atrás, que soy capaz de tomar una decisión correcta, aunque sea una única vez. Necesito poder mirar a mi padre a los ojos y decirle: "El honor es mi vida" y que sea verdad, que no sea una mentira que fingimos ante los demás, que me he ganado el escudo que llevo. Es posible que a él no le importe, que mi madre no lo comprenda. Su sangre llega hasta Vinas Solamnus, la mia no ha empezado a derramarse por el honor todavía. Quizás no lo haga nunca. Quizás, la próxima vez que me enfrente a un enemigo terrible también tenga miedo y más hombres mueran por mi culpa. Y quizás esa vez sea capaz de quedarme a morir con ellos.

Ahora todo ha quedado atrás. No olvido el pasado, lo llevo sobre el alma y pesa, pero voy a empezar de nuevo y me prometo a mí misma no cometer errores. Tierras nuevas que no he visto, gente que no me conoce y que no me juzga. Los dioses han vuelto, los grandes dragones han muerto pero aún es tiempo de héroes. Tengo una oportunidad y también tengo miedo.

martes, 22 de diciembre de 2009

[Reseña] Un año de palabras



Un año de palabras es algo más que una recopilación de relatos, en este libro está plasmado todo un año que Nachob (Ignacio Becerril) nos dejó compartir con él.

Hace un par de años me pasé por OcioJoven, un portal donde iba a veces pero que no frecuentaba mucho, descubrí allí en ese momento un grupo de jóvenes escritores que intentaban aprender unos de otros en un ambiente de camaradería que me gustó e intenté participar todo lo que pude. Escríbiamos, comentábamos los relatos de los demás, corregíamos, intercambiabamos ideas. Nachob era uno de los escritores más comprometidos del foro, siempre estaba allí para ayudarte con sus comentarios, siempre recibía las críticas con una sonrisa, viendo qué podía sacar de ellas para mejorar.

Este libro es ese año que compartí con él. Yo leí estos relatos cuando eran embriones y los vi crecer, cambiar, mejorar con nada nueva revisión. He visto a un autor comprometido con su obra, buscando la perfección, Nachob investigaba, experimentaba, se proponía retos y los llevaba a cabo. Un año de palabras es el resultado de todo ese trabajo y algo más. Es un sueño, realmente, un sueño de palabras y papel.

Me sentí muy orgullosa de tener la posibilidad de prologarle uno de los relatos. Nachob ha querido que todos estuvieramos ahi, en el libro, con él. Miro ahora los prólogos y recuerdo la gente, el ambiente, releo los relatos y vuelvo a aquel año mágico, donde me sentía más joven y más entusiasmada con las cosas.

Si queréis echarle un vistazo a sus relatos, os dejo la dirección de su blog: Un año de palabras donde podéis ver también la trayectoria que ha seguido después de este libro.


     Las estrellas cubren el firmamento. He acabado. Quedan muchas más historias, muchos más relatos. Pero serán para otro momento. Por hoy ya han tenido suficiente. Inmóviles, parecen dormitar mientras los ecos de mi voz todavía resuenan en el aire como susurros apagados.
     Esta noche, soñarán... De máquinas y hombres (Nachob)

jueves, 17 de diciembre de 2009

[Recursos]Escaleras

La escalera de los Gigantes- Canaletto
Estoy escribiendo un relato y he situado al personaje subiendo unas escaleras. No es un recurso original, es algo que he usado muchas veces. La escalera es un marco pequeño y centrado que sin embargo da movimiento a la escena, el personaje está encajado pero se está moviendo. Me gusta esa imagen y esa idea.

Escribí una novela en mi adolescencia en la que dediqué todo un capítulo a contar cómo uno de los personajes subía unas escaleras. Recuperé el recurso en el relato "Los Orbes de los Dragones", donde esta vez la escalera no es el centro ni lo ocupa todo, sólo es una parte, y a difrencia del anterior esta vez el personaje sí llega arriba.

Y el caso es que mis personajes siempre suben, a veces escalan una torre, el guerrero que buscaba al dragón en "La caza del dragón" ascendía por una montaña, en la partida que estoy dirigiendo ahora mis jugadores cayeron en un talud que los llevó a las profundidades de la montaña y toda la partida ha consistido en ir ascendiendo hasta llegar a la superficie.

No es algo que haga de forma consciente, empiezo el relato y de pronto me encuentro que los personajes están subiendo, y me ha parecido curioso precisamente por eso, porque es algo recurrente que mis personajes suban y, sin embargo, en muy raras ocasiones descienden. Recuerdo un par de casos, en uno de ellos la bajada es brusca, una caída, en "La orilla del mundo" los personajes descienden buscando supervivientes y después ascienden con el que han encontrado, pero es algo puntual, una anécdota que no centra el relato como en los otros casos.

Las escaleras son el centro del relato cuando los personajes suben, pero no lo son cuando los personajes bajan. Son curiosas las cosas que hacemos de forma inconsciente.

Escaleras - Victor Horta

sábado, 12 de diciembre de 2009

[Relato] El baile

Este relato fue inicialmente un fanfic, ahora lo he remodelado un poco y he cambiado algunas cosas para que se entienda mejor si el lector no conoce la serie de la que he tomado prestados los personajes. Algunos reconoceréis el relato original, a los demás, espero que os guste.



Jan Toorop

 
EL BAILE
I.

Sus ojos eran dos ascuas de fuego ardiendo. Parecían brillar en la noche. Furiosos. Llenos de un deseo que invadía cada centímetro de su ser. Se sentía furioso por sentirlo, por creer que las cosas habían cambiado. La ausencia no había servido de nada y le dolía. Le dolía no haber podido olvidarla.

Neal temblaba cada vez que sus ojos se cruzaban con los de ella. Temblaba pero no de miedo. Ni de odio, aunque intentaba hacerse creer a sí mismo que esta era la emoción que lo embargaba. ¿Podía ser amor? No quería aceptarlo, quería llamarlo deseo, pasión. No es tan sencillo a veces engañarse a uno mismo.

Un capricho, había dicho su hermana con una sonrisa sardónica en los labios. Una estupidez, había dicho su madre, con altanería, añadiendo que ella nunca estaría a su altura. Su padre había permanecido en silencio, sin decir nada, aunque a Neal le pareció que bajo su adusto bigote sonreía.

La noche era cálida y Neal había bailado con todas. Con todas menos con ella. Los rizos rubios le caían en cascada por la espalda. El vestido era más azul que el cielo y la sonrisa que iluminaba su rostro no estaba dirigida a él.

-Aún la amas -su hermana le había cogido del brazo y había conseguido que desviara los ojos de la hermosa joven que era el alma de la fiesta-. Te despreció. Te rechazó. Te dejó en ridículo delante de todos. Pero aún la amas.

-No quiero amarla -la voz de Neal sonaba furiosa, escupía las palabras más que las pronunciaba, enfadado consigo mismo por lo que sentía y porque era tan evidente para su hermana-. No quiero, de veras, pero no sé cómo dejar de hacerlo.

-Ella nunca te perdonará -la voz de su hermana sonaba dura, pero la mano que ceñía su brazo era cálida, comprensiva. Neal se deshizo del contacto con un gesto.

-Cierto. Ella nunca me perdonará.

Neal se alejó de la pista de baile y se sirvió un cumplido whisky. Lo bebió con parsimonia, dejando que el fuego del licor se fundiera con el que le corría por las venas. Sabía que iba a sufrir al volver a verla. Todos aquellos años alejado de ella no habían hecho más que idealizar su recuerdo. La había dejado siendo poco más que una niña, una adolescente que se abría al mundo con valentía y coraje. Seguía siendo valiente y dulce a la vez, y mucho más hermosa. Miles de jóvenes la rodeaban, se deshacían en cumplidos con ella, la adoraban. Se casaría con alguno de ellos y él tendría que verlo. Neal terminó su copa de un trago y se armó de valor. Se cubrió con un escudo de indiferencia. Un escudo que cualquiera podría hacer añicos como si fuera de cristal, pero que era el único que tenía. Sus pasos atravesaron el salón de baile sin que supieran a dónde se dirigía. La copa vacía en su mano había dejado de temblar.

Ella estaba tan cerca. Oía su risa. Su voz aguda vibrando en el aire. Uno de sus admiradores salió del círculo para ir a traerle un poco de ponche. Neal aprovechó el hueco para adentrarse en el círculo, como si todo hubiera sido por casualidad.

Se miraron. En ningún momento de la noche habían estado tan cerca, tan solos a pesar de la gente que los rodeaba. Los reflejos del fuego en los ojos de Neal se hicieron más brillantes. La sonrisa de Claire desapareció de su rostro.

-Neal -murmuró ella.

-Claire -la saludó él, tragando saliva antes de continuar-. ¿Quieres bailar?

Ella bajó los ojos, quizás recordando pasadas humillaciones, quizás preguntándose qué tendría él esta vez escondido en la manga.

Neal esperó un segundo que se le hizo eterno.

-No, Neal, gracias. Mejor no.

Lo dijeron sus ojos antes de que las palabras salieran de sus labios. Ojos líquidos como el agua del mar. Había una súplica en ellos y Neal apartó sus ojos de fuego para dejarla pasar.

La contempló mientras se alejaba, rodeada de sus admiradores solícitos, alguno miró hacia atrás, hacia donde él se encontraba, con un gesto de triunfo. El fuego subió por los hombros y coloreó sus mejillas hasta hacerlas arder.

Le rechazaría. Le rechazaría una otra vez. Lo sabía. Sabía que nunca lo perdonaría, pero no podía dejar de amarla.



II. El OTRO LADO

Claire hubiera preferido no estar allí. Sonrisas huecas de gente que apenas conocía, que no la aceptaba del todo. Jóvenes que la buscaban porque era una rica heredera y no porque la conocieran. No sabían quién era. No sabían qué la hacía reír ni qué la hacía llorar. ¿Había alguno de ellos, en aquel salón, que lo supiera? Claire podía pasear entre ellos envuelta en seda azul y no encontraría a nadie. Ninguno la conocía.

Ella estaba allí por el orfanato que estaba intentando ayudar. Sus sonrisas se convertirían en donativos de todos aquellos satisfechos ricos, sería una carrera universitaria para Tommy y sería el carísimo tratamiento de un doctor alemán para Peggy. Eso la hacía sonreír, pero si hablaba de los niños a cualquiera de sus acompañantes sólo encontraba gestos difusos. No les importaba. No la escuchaban. Risas y sonrisas. Baile, música y ponche. Era mejor dejarse llevar. Disimular que era un pez fuera de su estanque.

Su hermano estaba lejos, en uno de sus largos y extraños viajes. ¿Negocios o huída? Claire nunca lo sabía. Tal vez las dos cosas. Tal vez ninguna. Ella aceptaba la responsabilidad igual que lo hacía él, con una sonrisa en los labios y el deseo de escapar pronto de allí en la cabeza. Sonrió a los jóvenes que la rodeaban, bailó con ellos. Ninguno de ellos la conocía. No sabían que lo que quería era salir de allí, trepar al más alto árbol del jardín y nadar en el lago a la luz de la luna. Ninguno de ellos quería conocerla realmente.

Vio cómo Neal se acercaba a ella. Llevaban años sin verse, desde aquellos amargos días donde ambos eran adolescentes y él había intentado imponerle su amor sin importarle que ella no sintiera lo mismo. A Claire no le gustaba guardar rencor. No lo odiaba. Aquella parte de su vida había quedado atrás y lo que importaba esa noche era su obra benéfica. Quizás podían empezar de nuevo. Quizás las cosas fueran distintas ahora que ambos habían crecido.

Neal se acercaba y sus ojos la miraban fijamente. Claire se dio la vuelta y dejó que sus admiradores la rodearan, cubriéndose con ellos, alejándose de esa mirada que la había perturbado en una noche aparentemente perfecta. Podría haber ido a su encuentro y saludarlo, ella era la anfitriona y él un viejo amigo de su hermano, pero no quería hacerlo. El pasado no estaba enterrado, lo había visto en los ojos de Neal. Claire no quería recordarlo, no quería que se acercara.

El estaba allí. Había traspasado el escudo de sus admiradores y estaba delante de ella. Sus ojos parecían estar ardiendo, consumidos por un fuego interior, y a Claire le pareció que si seguía mirándolos podría perderse entre las llamas. La voz de él sonó ronca, como si surgiera de muy dentro, la de ella tímida e insegura. El pasado se erguía ante ellos como un muro que él intentaba saltar y detrás del que ella se escondía. Claire se preguntó si le guardaría rencor todavía. Si la odiaba.

-Neal –consiguió murmurar, a modo de saludo.

-Claire –la saludó él.

Un leve saludo, un reconocimiento. No hacía falta más. Todos los que la rodeaban sabían que eran viejos conocidos, quizás debería haber dicho algo más, pero Claire no sabía qué.

Neal tardó un par de segundos en volver a hablar. Inseguro y decidido a la vez. Su mano apretaba con fuerza el vaso vacío que llevaba en la mano. Cubitos de hielo se deshacían rápidamente. A Claire le pareció que Neal era lo único real de todo cuanto la rodeaba.

-¿Quieres bailar?

Una pregunta inocente. Una petición que había oído mil veces esa noche. Había dejado que manos extrañas la condujeran por la pista de baile. Se había dejado llevar por ellas. Neal apretaba con fuerza el vaso y las venas se marcaban en sus dedos tensos, pero Claire tenía la mirada prendida en sus ojos, que no parecían querer soltarla. Dudó. Vio en ellos que él no había olvidado. Le resultó imposible contestarle mirándole a los ojos así que los bajó.

-No, Neal, gracias. Mejor no.

Se alejó de él rápidamente, sin intentar que la sonrisa de circunstancias adornara sus labios. Se alejó, y dejó que sus admiradores la rodearan de nuevo. Alguien le trajo una copa. Claire se volvió a medias y miró hacia atrás. Neal seguía en el mismo sitio, mirándola. Neal la conocía. Sabía cómo hacerle daño.

Sus miradas se cruzaron de nuevo, en la distancia. Claire vio cómo la mano de Neal apretaba el vaso con tanta fuerza que el cristal se hizo añicos entre sus dedos. El seguía mirándola, como si no se hubiera dado cuenta. Claire bajó la vista. No tenía que decir nada. El la conocía. Una gota de sangre cayó sobre los cristales rotos.



Adolf Gottlieb

martes, 8 de diciembre de 2009

[Reseña] Que el cielo la juzgue




Es curioso como la memoria cambia las imágenes. Hace muchos, muchos años que vi la película. Recuerdo un color falso, brillante, de grandes contrastes, recuerdo un lago inmenso de aguas calmadas y una mujer en una barca. Rema, la cámara se centra en ella. Creo recordar sus ojos pero he buscado imágenes para colgarlas con la reseña y en todas las que he visto tiene puestas gafas oscuras.

Sin embargo cuando leía la novela de Ben Ames Williams era el mismo rostro el que recordaba, no conseguía recordarlo a él, ni a Ruth, sólo recordaba a Gene Tierney, aunque no sabía que era ella, recordaba su rostro y lo veía cada vez que aparecía Ellen.

Apenas recuerdo nada más de la película. La sensación. Una protagonista que era mala, seguro que fue una de las primeras películas que vi donde pasaba eso. Los protagonistas nunca eran malos, nunca se sentía rechazo hacia ellos. Ellen ponía los pelos de punta.

El libro no ha resultado tan impactante, tal vez porque sabía lo que iba a pasar. Es de desarrollo muy lento, demasiado. Toda la primera parte se hace eterna y aburrida, no conseguí sentir empatía hacia Dick, ni hacia Ellen, ni hacia Ruth.

Dick se deja llevar, se nos presenta serio y equilibrado, pero en realidad siempre se deja llevar intentando complacer los deseos de todos los que le rodean. Es ese también su papel en la trama, un punto de vista que sólo aporta lo que ve y lo que siente, pero que no mueve la acción. Cuando Ellen desaparece, es Ruth la que toma el protagonismo, tira de él y Dick puede seguir siendo un personaje pasivo.

Ellen es el timón alrededor del cual se mueve todo, el centro, el personaje funciona por impulsos y así es como va haciendo avanzar la trama, a golpes en medio de una calma ficticia, la pérdida de su punto de vista es algo que lastra toda la segunda parte de la novela, que pierde intensidad.

La multiplicidad de puntos de vista es un gran error. Yo misma he usado ese recurso a veces en mis relatos y me ha gustado verlo aquí porque no me daba cuenta de lo mucho que ralentiza la trama ver las cosas narradas una y otra vez. Da más profundidad a los personajes, se entienden mejor, pero es un recurso que debería limitarse a determinadas escenas, las más relevantes y el libro resultaría más fluido. De todas formas ha sido una lectura interesante, que me ha hecho recordar una película que tenía olvidada pero que me impactó mucho.

viernes, 4 de diciembre de 2009

[Relato] Ceniza

Este es el relato que presenté al TDL 8, donde quedé en el puesto 37, al releerlo veo que quizás las 100 palabras que tuve que recortarlo se notan más de lo que creía pero lo cuelgo tal y como lo envié.


CENIZA

 

I.

—Lleva demasiado tiempo dormida.

Nadelle oyó las palabras que se abrían paso hasta su abotargado cerebro, movió la cabeza para indicar que no, que estaba despierta, que los escuchaba. Parpadeó intentando abrir los ojos y cuando lo consiguió los vio a los dos. Licos estaba arrodillado en el suelo, junto a ella, nervioso. No dejaba de mover las manos aunque no se atrevía a tocarla. Xleiros no había cruzado el círculo de ceniza y permanecía de pie, más contenido que su compañero.

—Estoy despierta —murmuró, y lo repitió varias veces—. Estoy despierta.

No regañó a Licos por cruzar el círculo de ceniza, ya no importaba. Rechazó sus solícitas manos, se incorporó y miró a su alrededor, todavía algo confusa. El laboratorio no había estallado en llamas, el libro permanecía en el atril, la marmita hervía al fuego, el círculo de ceniza seguía rodeándola… nada había cambiado. Suspiró resignada. Incluso la destrucción total hubiera sido mejor, señal de que la magia había actuado aunque ella no hubiera conseguido controlarla. Así era como si el conjuro nunca hubiera sido pronunciado. Había fracasado.

Se levantó y con pasos inseguros se acercó al atril para repasar el conjuro. No lo entendía, todo era correcto. Cada sílaba había sonado perfecta. Se volvió hacia sus ayudantes, pero no creía que el fallo estuviera en ellos. Tenía que ser ella. Licos y Xleiros continuaban quietos, sin saber qué hacer, evitando mirarla a los ojos, conscientes como ella del fracaso. Alguien había movido la marmita y el humo estaba llenando el laboratorio, todo se veía borroso. No eran lágrimas, no, no eran lágrimas.

—Siempre te equivocas en lo más fácil —Nadelle odiaba la voz susurrante de su maestro, sus palabras de consuelo que encerraban más reproche que si le hubiera dado una reprimenda. Esa iba a ser la última vez, se había dicho, pero siempre había una más, y otra. Los pequeños éxitos no podían compensar los fracasos.

—No lo soporto, odio fracasar. —ella lo miró, sin preguntarse cómo había llegado su viejo maestro al laboratorio, ni porqué parecía haber retrocedido en el tiempo y se sentía como una adolescente impaciente. ¿Y por qué no? Nunca he sido capaz de madurar del todo.

—Hay conjuros que no desean ser pronunciados —contestó él, aunque su voz parecía venir desde muy lejos—. La magia es algo vivo, que apenas podemos controlar. A veces hay que dejarla libre y dejarnos llevar.

—Nunca he podido —se lamentó ella—. Pongo una barrera para impedir que me arrastre. Me da miedo dejarme llevar. No poder controlarla.

–Tienes que confiar en la magia.

—Sí… cerrar los ojos y abandonarme a ella —su voz sonó desafiante, aunque Nadelle sabía que no era capaz de hacerlo. Un hechicero tiene que confiar en la magia, sentirse uno con ella. Nadelle se resistía y ahora pagaba las consecuencias. Aquel conjuro era demasiado poderoso para controlarlo, tenía que haberse dejado llevar.

—No estás muerta. Respiras.

— ¿Y eso debería bastarme? Ahora podría tener el mundo en la palma de mi mano, mi nombre sería temido por todos. Y he fallado. He fallado.

Nadelle miró el libro. Había tardado muchos años en conseguirlo, había malgastado su vida en un sueño que ya no podría hacer realidad. Era demasiado tarde para intentarlo otra vez, los preparativos eran largos y costosos y ella demasiado vieja.

—Maestro —llamó, pero la imagen del anciano había desaparecido y ahora estaba sola, la habitación de pronto era demasiado grande y no era capaz de dar un paso para salir del círculo de ceniza. Se dio cuenta de que estaba tumbada en el suelo y se arrastró, intentando salir. Todo se volvía difuso. Miró a Licos, pero su rostro se había vuelto borroso. Nadelle sintió que la magia la estaba abandonando.

—Nunca la amé, realmente, sólo la utilizaba.





Dos círculos - Milkhailovich


II.

—Lleva demasiado tiempo dormida.

Licos se retorció las manos, nervioso. Xleiros se había quedado quieto, esperando y observando, pero él no podía aguantar más. Había dudado un poco pero al final sus pies habían cruzado el círculo de ceniza para acercarse a ella. No eran esas las órdenes que Nadelle les había dado. Xleiros no siempre obedecía pero él sí. Licos no destacaba, no se arriesgaba nunca, apenas avanzaba, pero para él era suficiente con haber llegado hasta allí. Era el ayudante de una poderosa hechicera y no la envidiaba como sí le sucedía a Xleiros. Para Licos era un placer trabajar al lado de Nadelle. No había nada que ella no conociera, nada que no quisiera investigar. Ella lo regañaba cuando se divertía con la magia pero ¿Cómo podía no hacerlo? Si Xleiros era siempre todo control, a él le gustaba dejarse llevar.

Se arrodilló a su lado, intentando incorporarla, pero Xleiros se lo impidió con un gesto, Licos asintió, le preocupaba pero sabía que era peligroso despertar a alguien de un sueño mágico.

—Siempre te equivocas en lo más fácil —dijo Xleiros y Licos se encogió de hombros. No podían hacer mucho más que esperar.

— ¿Qué crees que ha pasado? —la voz casi no le salía de la garganta, pero Xleiros lo oyó.

—Hay conjuros que no desean ser pronunciados —Xleiros recitaba una lección aprendida-. La magia es algo vivo, que apenas podemos controlar. A veces hay que dejarla libre y dejarnos llevar.

Licos tragó saliva, en aquel momento nada de lo que conocía le parecía seguro.

—Tienes que confiar en la magia.

Licos asintió de nuevo. Confiaba, o eso creía él, se dejaba llevar. La amaba. Pero solo quería sus caricias de amante, no el poder que podía proporcionarle. Es más fácil dejar que sean los otros los que arriesguen. Yo espero el resultado. Juego mientras ellos arriesgan.

— ¿Y si ha muerto? —pensó, pero no se atrevió a decirlo en voz alta, miró a Xleiros, ninguno de los dos se atrevería a tocarla.

—No está muerta. Respira.

Licos suspiró y cerró un momento los ojos. La magia parecía rodearle y era más poderosa que nunca. No entendía lo que había pasado, pero de pronto sintió que no lo necesitaba. Se dejaba llevar. Abrió los ojos y vio a su compañero de pie, ahora borroso, como si hubiera bebido tanta magia que se hubiera emborrachado. Nadelle reposaba en el suelo, Licos dejó de mirarla y se puso de pie, tambaleándose, como si las piernas ya no pudieran sostenerle. Abrió los brazos y dejó que la magia fluyera de él, miles de partículas rutilantes que llenaban toda la habitación. Y él las controlaba. El conjuro era suyo. Lo tenía dentro. Sólo tenía que abrir las manos y tirar de los hilos de magia. Le obedecerían. No sabía cómo lo había conseguido pero tampoco le importaba, sólo quería disfrutar.


III.

—Lleva demasiado tiempo dormida.

Xleiros miró a Licos, que estaba más nervioso de lo que esperaba. Estuvo a punto de impedir que entrara en el círculo de ceniza pero se contuvo. ¿Qué importaba? No se había dado cuenta de nada. Él era el primer ayudante, el más capacitado y ahora el heredero. Licos nunca se transformaría en un competidor, pero podía llegar a ser molesto. Era mejor así.

En su rostro se dibujó una breve sonrisa que murió en cuanto Licos volvió a levantar la vista. Lo veía ya borroso, pero él seguía sin darse cuenta. Estaba perdiendo la voz y Xleiros contestó a su pregunta con una de las lecciones aprendidas hacía mucho. Sólo estaba ganando tiempo hasta que Licos cerrara los ojos. Sólo tenía que cerrar los ojos.

No aguantó mucho más, el cuerpo de Licos cayó junto al de Nadelle, la cabeza de él sobre el pecho de ella. La hechicera parecía inquieta en sueños, Licos en cambio parecía tener sueños agradables y una sonrisa se dibujó en su rostro. Pronto desaparecerá. Pronto seréis sombras, atrapadas en la ceniza.

Xleiros observó cómo la respiración de los cuerpos se iba haciendo más lenta, los rasgos difuminando y ennegreciendo. Licos fue el primero en reaccionar, intentando ponerse de pie, pero su nueva forma parecía inestable. Abrió los brazos. Quizás llamaba a alguien.

—Ya no puedo oírte, Licos, ya no tienes voz. Ni ella tampoco.

La otra sombra, Nadelle, parecía retorcerse sobre sí misma. No había abandonado el suelo y se arrastraba hasta los límites del círculo una y otra vez, después retrocedía. Xlerios contemplaba complacido sus esfuerzos.

—Pronto entenderás que estás soñando, sabrás que he sido yo y que no puedes hacer nada. Alégrate, Licos ni siquiera se dará cuenta.

Hizo una pausa, antes de darse la vuelta.

—Volveré, Nadelle, volveré cuando sea capaz de manejarte. Y caminaré seguro sobre el mundo con tres sombras a mis pies, las vuestras y la mía.

Xleiros se acercó a la puerta del laboratorio, las sombras quedaron detrás, ya no le oían. Se giró una última vez y vio la suya, proyectada en la pared. Le pareció que lo miraba. Se preguntó si no habría pisado el círculo de ceniza por error. Si había cerrado los ojos un momento.

Se preguntó si no estaría soñando.



Sombra: Antón Goyanes