domingo, 26 de diciembre de 2010

[Reseña] Esa bella melodía

Las historias con final feliz no son como nos las han contado. ¿Pero es necesario saberlo? ¿Es necesario mirar la sociedad de manera tan cruda? Ya sabemos como es, lo sabemos porque podemos reconocerla en cada línea de Esa Bella Melodía, de Pedro Escudero, porque este libro no nos está hablando de nuestros miedos ni nuestras preocupaciones, sólo nos estás mostrando de forma descarnada un reflejo de la parte más desagradable de la sociedad en la que vivimos.

El nanorelato me hace sentir incómoda, reducida la palabra a su mínima expresión, el mensaje te golpea, te estremece. Paso las páginas, pero en las siguientes tampoco me siento a gusto. Es demasiado duro para mí. Veo un texto más largo, una página, me siento más a gusto, las palabras me envuelven, la prosa se luce más que en los nanos, el mensaje aparentemente está más diluido, pero llega el final y de todas formas estremece.

No me gusta el humor negro, no consigo reirme cuando algo es cruel, no me gusta el terror cuando hace daño. Quiero ponerme una venda en los ojos y no verlo, soñar que sí existen los finales felices, aunque sea mentira. Con Esa Bella Melodía no puedo hacerlo.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Como se hizo: "Setas"

A veces te preguntan de donde salen las cosas, cómo surgen las ideas, lo cierto es que no ocurre igual en todos los relatos, pero este puede valer como un ejemplo. El proceso de creación de Setas , el relato que escribí para el Reto X, fue bastante largo y complicado, aquí podéis ver la de vueltas que le di a un relato que realmente es bastante sencillo.

Cuando vi las normas del Reto X no me parecieron muy complicadas, sólo había que incluir en el relato los temas de la lujuría, la gula y la pereza; parecía mucho más fácil que los finales múltiples del reto IX. Teníamos tres meses de plazo para escribir el relato, parecía tiempo suficiente, pero al final las cosas no resultaron ser tan sencillas.

Me resultó muy dificil meter los tres temas dentro del relato, en cada idea que tenía siempre había uno que se me escapaba y no había forma de meterlo o, si lo conseguía, se veía muy forzado. Al principio pensé en relacionar la lujuria con la gula, parecía más sencillo, pero en  cuanto intentaba meter la pereza dentro de la historia ya nada cuadraba. Me apetecía escribir algo de fantasía y eso intenté, planteé varias historias que no llegué a desarrollar pero que menciono porque en una de ellas estaba el germen de lo que luego fue Quinto. Iba a ser una historia de un grupo de ladrones que entraban a robar en un palacio donde se estaba desarrollando un banquete y la gula iba a estar personificada por un joven adolescente tranquilo e inocente que no se daba cuenta de lo que sucedía a su alrededor.

Todas las historias que planteé dentro de la fantasía chocaban siempre contra la pereza. Los personajes eran decididos, hacían cosas, actuaban, no me cuadraba meter un personaje perezoso dentro de ninguna de las historias que se me ocurrían. Le di vueltas durante dos meses, empezando historias que se quedaban a la mitad, pensé en retirarme del Reto y no participar y entonces, un día, decidí hacer un último intento antes de rendirme. Dejé de lado todos los intentos que había hecho y decidí darle la vuelta y empezar de cero.

El problema con el que chocaba una y otra vez era la pereza, así que decidí partir de ahí, la protagonista tenía que ser perezoza y la pereza le impediría hacer nada. Se me ocurrió una historia muy aburrida, que llegué a escribir, sobre una chica tumbada en el salón viendo la tele, que pensaba en ir a una fiesta donde viviría momentos golosos y lujuriosos pero no llegaba a levantarse del sillón. Esa historia tenía los tres temas metidos y más o menos no se veía ninguno forzado pero era ¡tan aburrida! No llegué a desecharla, la dejé a un lado por si no se me ocurría otra cosa. No era una buena historia pero al menos era algo, podría participar. 

Me quedé con la idea del final. No llegar a hacer algo por pereza. Recordé a Escarlata O'Hara, sentada en la escaleras, diciendo que "ya lo pensaría mañana". Y supe el final que quería darle a la historia y la frase con la que quería cerrar el relato. 

Tenía el final, un final que me gustaba mucho, así que volví a empezar de nuevo, con ese final en mente y el tema de la pereza. Ahora tenía que encontrar un desarrollo que llevara a ese final, un desarrollo que me permitiera meter la gula y la lujuria y que fuera lo suficientemente interesante. Recordé un micro que había leído de Manchi, sobre una mujer que asesina a su marido: Anoche soñé que te mataba, ese me parecía un buen tema, y en vez de rajarle la garganta con un cuchillo, podía envenarle y así podría meter la gula sin ningún problema.

Tenía la trama, una mujer que quiere envenenar a su marido pero que por pereza no llega a hacerlo. La idea me gustaba y le fui dando vueltas, pensé que la gente trataría más la gula relacionándola con lo dulce, así que quería evitar eso, pensé en comidas y... recordé a Claudio envenenado por Agripina con setas. Ese fue el momento en que el relato tomó forma en mi cabeza, la ambientación romana era perfecta para lo que quería contar, y también supe que el relato tenía que empezar con esa palabra: Setas.

Al principio me planteé hacer un relato histórico, con el mismo Claudio y Agripina, pero no me atreví, apenas quedaban un par de semanas para el final del plazo, no me daba tiempo a documentarme correctamente y, ante el temor de meter patones gordos, opté por inventar una familia romana. Recordé al joven de aquella primera historia que empecé y lo transformé en un tribuno romano, lo llamé Quinto por Quinto Curcio, un escritor que no me gusta nada y Marcio por el dios Marte. 

Sabina fue el primer nombre que se me vino a la cabeza cuando empecé a escribir sobre ella. A veces pongo nombre provisionales mientras escribo para no perder tiempo con eso y luego los cambio, pero Sabina me encantó, no conseguía imaginarmela con otro nombre así que se quedó con el improvisado. Decidí que Sabina viniera de Grecia para darle un toque oriental, para hacerla exótica sin que dejara de ser romana y que su actitud fuera vista por los que le rodeaban como un rasgo extranjero.

Faltaba por meter la lujuria, desde el principio había querido relacionar la lujuria con la gula, pero en el escenario que había planteado, no me cuadraba demasiado. Sabina tenía que ser distante, fría y eso no cuadraba con alguien apasionado, podía centrar la lujuria en Quinto, pero sería entonces sólo un rasgo del personaje, no una parte importante del relato. Recordé entonces un capítulo de Mentes Criminales en el que un psicópata obtenía placer sexual no cometiendo crímenes, sino viendo cómo otros los cometían. ¿Se puede obtener placer sexual al ver comer a alguien? Se podría considerar un tipo de fetichismo, supongo, aunque en realidad no sé si algo así existe en la realidad. Recordé también un capítulo de Star Trek, dónde una raza alienígena consideraba la comida y el sexo de la misma forma, como un tabú que debía practicarse en la intimidad. ¿Por qué no relacionarlos si eran la misma cosa? Y cuadraba perfectamente con el personaje de Sabina y la idea que me había hecho de ella.

Tenía ya los temas, los personajes y, lo más difícil para mí, tenía el final. 

Decidí crear una estructura basada en tres puntos de vista y ahí nació Marcia. Quinto no podía sospechar nada de lo que sucedía a su alrededor, porque era la característica más acusada del personaje y con esa inocencia pretendía que el lector simpatizara con él y no deseara su muerte. Sabina no podía contar nada claramente, porque si la acercaba demasiado al lector perdía ese aire lángido y distante que había conseguido darle, necesitaba un tercer personaje que me ayudara a trasladar las sospechas al lector, que las marcara para distraerle y que el final resultara sorprendente. Quizás me equivoqué al meter este tercer personaje, fue lo que más me criticaron en los comentarios del Reto, yo pienso que el relato no hubiera funcionado bien si lo hubiera quitado, la necesitaba, pero meter tres puntos de vista en un relato tan corto puede ser problemático, porque no hay espacio suficiente para que los tres se desarrollen bien y los cambios pueden resultar muy bruscos para el lector, que puede sentirse confuso; de todas formas a posteriori he pensado en ello y no he encontrado otra forma mejor para expresar lo que quería.

Otro personaje que me criticaron mucho fue la inclusión de Emilio. Emilio era simplemente una escusa para que Sabina tuviera un motivo para matar a Quinto, el motivo tenía que estar centrado en la lujuria porque no quería que el tema tuviera menos importancia que los otros dos, si la lujuria no hubiera sido uno de los temas, es posible que hubiera buscado otro motivo distinto, pero quería que fuera parte importante de la trama. Debí haber desarrollado mejor esa parte de la trama, quizás mencionar a Emilio desde el principio, que no apareciera de pronto cerca ya del final del relato. 

La historia es muy sencilla, no cuento nada importante, me centré entonces en los personajes, la historia está montada alrededor de ellos, tomando a Sabina como eje central, mientras que el resto gira alrededor de ella. Cuidé también la ambientación todo lo que pude, el lector tenía que creerse que está paseando por una villa romana, eso creo que sí lo conseguí. Otro punto que marqué mucho es que todo tenía que ser muy obvio, el lector tenía que saber desde el principio que era la historia de un crimen, porque era la forma de que al final se sorprendiera al ver que ese crimen no llegaba a suceder. 

El final fue la parte que más reescribí, a veces me parecía demasiado precipitado, a veces demasiado largo. Creo que hay un cambio muy brusco ahí de punto de vista, pero por más que lo intenté no conseguí suavizarlo. La frase final, ya lo he comentado antes, es un homenaje a Lo que el viento se llevó.

sábado, 18 de diciembre de 2010

[Relato] Setas

Para el Reto X, teníamos que escribir un relato donde estuvieran presentes la lujuria, la pereza y la gula. Este fue el resultado:

SETAS


Setas.

El tribuno Quinto Marcio miró el plato que la esclava situaba delante de él y después levantó la vista hacia su esposa, recostada en el triclinio al otro extremo de la mesa, que le devolvió una sonrisa sugerente mientras levantaba su copa de vino.

Setas. 

Quinto se sentía satisfecho, el banquete había sido tan abundante como de costumbre y le parecía que, por mucho que lo deseara, ya no podría comer nada más; incluso había pensado en prescindir de los confites esa noche, pero aquel plato de setas parecía que pronunciaba su nombre en un murmullo dulce, suplicándole que lo comiera. Las setas se veían tiernas y jugosas, adornadas con hierbas aromáticas que inundaban su olfato, tenían esa textura suave y sedosa que no podía resistirse a tocar. Miró a su esposa de nuevo y probó un sorbo de vino. Sabina le parecía especialmente hermosa esa noche, invitadora incluso, no dejaba de mirarlo con una intensidad que Quinto hacía tiempo que no veía. “Me gusta verte comer” le había dicho ella una vez, realmente en eso era fácil complacerla. La esclava ya se había alejado dejando el plato delante de él, estaría feo volver a llamarla para que lo retirara.

Setas.

Estaban deliciosas. 

 * * *

A sus espaldas la llamaban “la griega”, aunque Sabina era tan romana como el panteón de Agripa. El linaje de su familia se remontaba a los primeros reyes Tarquinios y, a decir de todos, Quinto Marcio había hecho un excelente matrimonio al desposar a la hija de Gneo Sabino, cónsul de Grecia. Sabina había vivido un tiempo en Roma, siendo muy niña, pero no había vuelto a la ciudad hasta que lo hizo en calidad de esposa del tribuno Quinto Marcio.

Marcia pensaba que su cuñada era como una de esas bellas estatuas que habían traído de Grecia: quieta, calmada, de movimientos lánguidos y mirada altiva. Apenas se relacionaba con las otras matronas con las que tenían amistad y había dejado todo el peso de la casa sobre los hombros de Marcia. Sabina prefería pasarse las horas tumbada en el jardín, mirando cómo creían las plantas, como si la mejor sociedad de Roma no fuera suficiente para ella.

A veces, Marcia se preguntaba qué la había llevado a desposarse con su hermano. Quinto distaba mucho de ser el hombre ideal: grueso, entrado ya en años y en canas, de escaso ingenio y torpe en maneras. Marcia no veía muestras de interés hacia él en su cuñada, se dirigía a él con una tibia apatía que Quinto no parecía notar. Sólo había un momento en el que los ojos de Sabina se iluminaban cuando miraba a su esposo: en los banquetes.

Sabina apenas comía, se entretenía picando descuidadamente de alguno de los platos mientras miraba a Quinto fijamente a través de la mesa. Sabina sonreía. A Marcia le parecía algo obsceno, veía a su hermano engullir un plato tras otro mientras su esposa no apartaba la mirada de él, sonreía, incluso se estremecía, y, al final del banquete, Sabina se dejaba caer sobre el triclinio como si estuviera agotada.

 * * * 

El cuerpo de Sabina era perfecto. Quinto podía pasarse horas contemplándolo antes de decidirse a tocarla; ella nunca decía nada, ni temblaba de excitación cuando al fin sentía las manos de su esposo recorriéndola. No protestaba cuando sentía el peso de Quinto sobre ella, aunque a veces exhalaba algún suspiro. No se movía, solía permanecer en silencio, mirando fijamente el techo hasta que él terminaba, incluso se apartaba un poco de él, como si no quisiera más contacto con su esposo del imprescindible.

“Me gusta verte comer”, decía ella y Quinto cubría su cuerpo de miel, ponía cerezas confitadas en sus pezones y rodeaba de trozos de fruta su ombligo. No parecía complacerla mucho, Sabina seguía distraída, mirando al techo mientras su marido la devoraba, suspirando con resignación cuando se subía encima de ella y, a veces, cuando Quinto jadeaba con más intensidad, lo miraba con curiosidad. Quinto se preguntaba por qué no podía tener en el lecho las miradas tentadoras que veía en la mesa, aquellas miradas que lo excitaban mucho más que la lánguida frialdad que encontraba en la cama.

* * *

—Me he debido casar con el único hombre que no corre por la casa persiguiendo a las esclavas.

La imagen de Quinto corriendo era ridícula, con sus piernecillas delgadas que parecían a veces no ser capaces de sostener el peso de su vientre. Marcia miró a su cuñada, en vez de con satisfacción y orgullo le parecía que había una queja en sus palabras; puede que solo fueran imaginaciones suyas, porque Sabina no le gustaba. ¿Quién sabía lo que podía estar pensando realmente? Apenas hablaba, apenas mostraba conformidad con nada, se dejaba llevar por Marcia en todo lo referente a las cuestiones de la casa, nunca decía que no a un deseo de Quinto pero ¿qué sentía ella realmente? Marcia estaba a veces tentada a preguntárselo. No esperaba que Sabina le dijera la verdad, no se fiaba de ella, pero esperaba poder sacar algo del fondo de sus mentiras, sería mejor que ese incómodo silencio.

—¿Te encuentras bien, Sabina?  —había preguntado, su cuñada se había puesto más seria de pronto, una fina línea en su máscara de mármol. Sabina miró a Marcia y se encogió de hombros.

—Estoy cansada —respondió.

* * *

Quinto acudía a su habitación todas las noches. Al principio se queda quieto, junto a la cama, mirándola. Eso no le importaba, hacía que se sintiera hermosa y deseada. Ella no lo miraba mientras se desvestía, una matrona debía mostrarse siempre recatada, sonrojarse era adecuado pero Sabina no era capaz de conseguirlo ni aunque se pellizcara las mejillas, tenía que recurrir al color artificial.

Pronto se dio cuenta de que no importaba demasiado, Quinto apenas prestaba atención a los detalles, nunca se fijaba en los pequeños cambios de su apariencia. Sabina había dejado de aplicar color a sus mejillas después de la primera semana de matrimonio.

Después de mirarla la tocaba, Sabina sentía sus dedos gruesos siguiendo la curva de su cuello, apretando sus pezones, deslizándose hasta sus muslos, hurgando entre ellos. En esos momentos volvía la cabeza y lo miraba. Quinto la miraba con adoración, pero no parecía verla realmente, la miraba como si Sabina fuera una pierna de cordero, dispuesta para ser devorada, incluso un hilillo de saliva se escapaba por la comisura de sus labios. Y se subía entonces encima de ella. Pesaba. Entraba y empujaba, empujaba una y otra vez, parecía incapaz de terminar, jadeaba sobre ella, babeaba y empujaba, hasta que al final todo su cuerpo se tensaba y se dejaba caer. La primera noche se dejó caer justo encima de ella, Sabina emitió un grito al sentir el enorme cuerpo de su esposo aplastándola, pero por más que lo intentaba no podía moverlo, hasta que él se dio cuenta y se apartó de ella. El resto de las noches Quinto había intentado dejarse caer a su lado, sudando copiosamente. Sabina intentaba acurrucarse al extremo de la cama, reacia a tocar aunque fuera de refilón el cuerpo pegajoso de su marido.

Había, sin embargo, buenos momentos. Quinto era un hombre complaciente que hacía realidad todos sus caprichos. Era rico y llevaba una vida cómoda. Las esclavas la lavaban, la peinaban, la vestían y la llevaban al jardín donde le gustaba sentarse a la sombra los calurosos días de verano, y estaban también los copiosos banquetes a los que asistía.

Sabina veía pasar los platos delante de ella sin apenas tocarlos, nunca tenía hambre. Quinto en cambio siempre estaba hambriento, la comida desaparecía en su boca a una velocidad increíble, sus manos se llenaban de grasa, se entreveía su lengua, húmeda y rosada, su saliva. Al principio se quedaba mirándolo, fascinada; después empezaba a sentir un cosquilleo que iba recorriendo su cuerpo, subiéndole de entre las piernas, Sabina no podía dejar de mirar a su esposo mientras el placer iba subiendo en intensidad. A distancia. Siempre había una mesa entre ellos. Su cuñada, Marcia, la miraba con reprobación, como si estuviera fingiendo en público una admiración por su marido que no mostraba en privado. No era eso, Marcia no podía entenderlo.

Sabina no sabía por qué su cuñada la odiaba. Nunca hacía nada que pudiera contrariarla, en realidad nunca hacía nada si podía evitarlo. A veces pensaba en ayudarla en la casa, pero no le apetecía y Marcia se las arreglaba bien sola. Otras veces pensaba en acompañarla a hacer visitas, pero salir la cansaba, era mucho más agradable sentarse en el jardín.

Había descubierto las setas en el jardín una mañana. Sabía que eran venenosas, su madre le había enseñado a distinguirlas; su madre solía ser muy pesada, le repetía las cosas una y otra vez hasta que se clavaban en su cabeza y la regañaba por estar siempre distraída. Ahora Sabina recordaba de pronto cosas que no sabía que conocía, aunque nunca lo mencionaba. Tampoco dijo esta vez nada de las setas, de todas formas no había peligro si nadie las cogía. Las setas venenosas eran las más bonitas, las que tenían una apariencia más sabrosa. Sabina recordó que Quinto adoraba las setas.

* * *

Allí estaba, tumbada en el jardín como si fuera una estatua de mármol. Inmóvil. Marcia a veces se preguntaba si Sabina respiraba, hasta ese sería un esfuerzo demasiado  grande para ella, como extender la mano y saludarla. Sabina fingía que no la había visto, si se acercara a ella quizás esbozara una sonrisa. Marcia no quería acercarse, esa mañana tenía muchas cosas que hacer, el cónsul Marco Emilio llegaba esa misma tarde y pasaría una semana alojado en su casa. Había demasiadas cosas que preparar.

Emilio era un viejo amigo de su padre, que llevaba años destinado en la Galia. Hacía mucho tiempo que Marcia no lo veía, lo encontró muy envejecido y tan grueso que, a su lado, su hermano parecía delgado. Marcia no pudo evitar mirar a Sabina, los ojos de su cuñada, curiosos, no se apartaban del invitado, que parecía encantado con las muestras de interés.

Aquella noche, en el banquete que organizaron en honor de Emilio, las miradas de Sabina fueron sólo para su invitado. Marcia se dio cuenta de que los ojos de su cuñada brillaban mucho más de lo habitual; su rostro, por lo general inmóvil, parecía transformado y lleno de color, sus labios se entreabrían, su piel se mostraba sonrojada. Incluso parecía que Sabina estaba sofocada, a cada bocado que Emilio se llevaba a la boca, Sabina se encogía, llegó a morderse los labios, como si quisiera reprimir un gemido. 

Al terminar el banquete, Sabina estaba agotada, sudorosa, se había dejado caer sobre el triclinio intentando calmar su respiración agitada y no dejaba de mirar a Emilio. Marcia pasó a su lado y la fulminó con la mirada, pero parecía que su hermano no se había dado cuenta de nada.

Marcia no veía el momento en que la semana terminara y Emilio partiera de nuevo rumbo a la Galia, sólo respiró tranquila cuando vio su carruaje alejarse, contrastaba con la tristeza de Sabina, su cuñada no se molestaba en ocultarla, pero no dijo nada. Marcia la observaba y, al cabo de uno días, la tristeza empezó a remitir y el rostro de Sabina volvió a su estoicismo habitual.

Ninguno de aquellos días preguntó por Emilio, aunque Marcia presentía que era quien ocupaba sus pensamientos. Se sentaba durante horas, con mirada soñadora, en realidad no era muy distinto a lo que hacía antes, pero Marcia pensaba que había cambiado, que suspiraba más. Un día, Sabina dijo algo que la sorprendió:

—Podríamos servir setas esta noche.

Nunca se había preocupado por el menú, y su sugerencia hizo que Marcia mirara a su cuñada frunciendo el ceño, pero Sabina no añadió nada más y no veía motivos para negarse a su capricho. No quería oír los gritos de Quinto por negarle un deseo tan simple a su esposa. Marcia dio las órdenes precisas para complacerla, aunque sentía que había algo raro en la sugerencia y estuvo nerviosa toda la noche.

Sabina había insistido en servir las setas al final de la comida, después del copioso banquete los platos de setas fueron rechazados por la mayoría de los comensales. El plato de Sabina permanecía delante de ella, sin tocar, la mirada de su cuñada estaba prendida en su hermano, que no parecía tener problema en dar buena cuenta de las setas. Le pareció que Sabina sonreía en cuanto las mandíbulas de Quinto comenzaron a masticar.

—Están deliciosas —dijo su hermano, mientras comía hasta dejar el plato vacío.

* * *

Sabina había observado cómo Marcia daba instrucciones a los esclavos con los cambios de última hora para la cena. Ella había preferido no levantarse de su cómodo sillón en el jardín. Las setas estaban a sus pies, tan tentadoras. No sería difícil agacharse y recogerlas, una a una, sin que Marcia se diera cuenta. Sabía cómo hacerlo, sabía cómo pasar por la cocina y dejarlas a mano para la cocinera, nadie lo notaría. Las venenosas eran las más grandes y siempre servían a Quinto los mejores bocados, el resto de invitados no correría peligro y, si lo corrían… bueno, a veces en las grandes batallas mueren inocentes. Sería tan fácil, sólo tenía que agacharse y coger las setas, sería libre para hacer realidad sus sueños, para correr hacia la Galia y reencontrarse con el cónsul Emilio.

¿No era eso lo que deseaba? ¿Con lo que soñaba desde que se había ido?

Sí, lo deseaba intensamente. Sabina se incorporó. Sólo tenía que levantarse, agacharse, arrancar de la tierra las setas, aplanar el suelo después para que no se notara…

Suspiró.

Sabina se dejó caer de nuevo en el sillón, tampoco había prisa. Ya lo haría mañana.




Y en unos días, el "como se hizo"







domingo, 12 de diciembre de 2010

De monstruos, jurados e inseguridades

En la entrada anterior hablaba de un viejo relato, en esta en cambio voy a hablar de uno muy reciente. "Regreso al hogar" nació hace pocos meses, en un ejercicio de escritura automática en el Multiverso. Si el relato de la entrada anterior es mi pasado, este es mi presente, si en aquel debía darle las gracias a unos amigos, aquí tengo que darselas a otros: a Bry y Caballero, que lo inspiraron, y a Manchi que nada más leerlo me dijo: "Envíalo al Monstruos de la Razón".

Me gusta mucho como quedó ese relato, quedé contenta con él, algo que no puedo decir de todo lo que escribo y al final le hice caso a Manchi y lo presenté al monstruos, pensando que tendría posibilidades.

Cuando envías un relato a un concurso pueden ocurrir dos cosas, que te curres mucho un relato y lo mandes pensando que tienes posibilidades, o que mandes cualquier cosa que tengas por ahí sabiendo que no va a cuadrar pero que total, lo mandas por si cuela. A mí me suele pasar que cuando pienso que tengo posibilidades no consigo nada y cuando pienso que he mandado un churro, resulta que esos relatos terminan gustando. De todas formas, tampoco importa mucho, en la mayoría de los concursos mandas el relato y te olvidas hasta el día de los resultados, a veces hay suerte y a veces no.

En el Monstruos de la Razón no te olvidas en ningún momento.

En un certámen en el que los relatos están expuestos al público y te pueden dejar comentarios, vas midiendo las posibilidades que puede tener el tuyo: si los comentarios son positivos te animas, si son negativos ves que el relato no ha llegado a la gente; pero también hay una tercera opción, que no tengas ningún comentario. Eso es lo más desesperante, porque ya no sabes si es que a la gente le parece tan malo el relato que le de cosa comentarlo o si es por indiferencia, lo cual también es malo. 

Y entonces, por mucho que te guste tu relato, empiezas a darle vueltas, y a ver cada vez menos posibilidades. Lo relees y te preguntas dónde está el fallo, qué está mal, cada día que pasa piensas que ha sido un error presentarte, y le das vueltas y más vueltas hasta que te desanimas completamente. La organización del concurso también me tenía de los nervios. Solicité el voto cuando colgué los relatos, era septiembre, tenía tiempo de sobra para leer y comentar, pero pasado un mes no tenía todavía asignado un grupo para votar, recordé por el foro un par de veces que no tenía grupo, había otros participantes en mi misma situación. Cada vez tenía menos tiempo, veía que la fecha límite se echaba encima. Agobio y desánimo al mismo tiempo, mala combinación. A un semana de plazo me mandaron por fin el grupo al que tenía que votar, fue una de las semanas que más agobiada estaba, con mucho trabajo y otros proyectos con fecha de entrega encima. Me planteé seriamente retirarme y no votar. ¿para qué? me decía. No tengo posiblidades y tampoco tengo tiempo. Entonces, Manchi de nuevo: "Tú vota que a ver si te han votado aunque no te comenten y te quedas fuera" (no es literal, mi memoria no da para tanto). 

De nuevo, le hice caso. El último día, in extremis y sin que me diera tiempo a comentar, me leí del tirón los seis relatos y voté.

Y al día siguiente veo la lista con los resultados y... no estoy en ella. Bueno, era lo que me esperaba. Me llamó la atención que el primer finalista del premio de jurado y el del público fuera el mismo relato, pero no le di mucha importancia, después vi que habían eliminado ese relato doble de la lista del público y que había subido a la lista de finalistas el sexto relato favorito del público: el mío. O.O

Ese fue el momento de subidón, estaba la sexta en la lista a pesar de no tener ningún comentario en el relato. No me lo esperaba, pensaba que mi relato estaría hundido en las profundidades de la clasificación. Es algo que veo en mí misma y en otros amigos escritores. Nunca pensamos que hemos quedado a un paso, que hemos estado entre los últimos descartados, siempre pensamos que nuestro relato no ha gustado nada, que no ha sido ni considerado siquiera, que se ha quedado olvidado y solo en los últimos puestos de la clasificación. A veces me pregunto porqué somos tan negativos, porqué no podemos confiar un poco más en nosotros mismos. Todo influye a la hora de valorar un relato, no sólo que el relato sea bueno, también hay que considerar cómo son los relatos con los que te mides, si hay relatos parecidos eso hace que el tuyo no destaque, o que quizás haya otros relatos que se adecuen mejor a las bases del concurso, o a los gustos del jurado; a mí me pasó cuando voté que había dos relatos que ya había leído de antes y, como los conocía, me llamaron menos la atención que relatos que leía de nuevas. Todo influye.

Al final me fue muy bien en el Monstruos de la Razón, después de haberme colado de rebote en la lista de finalistas llegaron las votaciones finales y allí subí hasta el cuarto puesto en la votación del público y me colé en el tercerdo de la votación del jurado, mucho mejor resultado del que me esperaba. ¿Cual era la diferencia? Competir con otros relatos, personas distintas votando a las que les gustó más mi relato que las que lo votaron la primera vez. Y, sin embargo, todo ha sido suerte, porque si en vez de quitar el relato repetido de la votación del público lo hubieran quitado de la votación del jurado habría sido otro relato el que habría subido a la lista de finalistas y nunca habría sabido que me había quedado ahí, a las puertas, y estaría deprimida porque uno de los relatos que más me gustan de los últimos que he escrito no había llegado a gustarle a nadie.

Y me digo que a partir de ahora voy a ser positiva y pensar siempre que no lo consigo por poco... pero en el fondo sé que la próxima vez volveré a comerme la cabeza igual que ahora; la inseguridad es algo que, por mucho que no quiera, forma parte de mí. Y de muchos de vosotros.



 



miércoles, 8 de diciembre de 2010

De Calabazas y viejos amigos

Me han seleccionado para la antología Calabazas en el trastrero: Peste. Debería estar dando saltos de alegría, feliz y contenta; no es sólo que me hayan elegido, ni que vaya a compartir antología con muchos escritores que conozco, a algunos les tengo muchísimo cariño, a otros los admiro mucho, sin embargo me siento un poco triste, nostalgica, porque el relato con el que entro es muy especial.

Lo escribí hace ya cinco años, cuando llevaba poco tiempo navegando por foros y no imaginaba que algún día vería mi nombre impreso en papel. Visitaba por aquel entonces foros de literatura fantástica y de rol, en uno de ellos surgió una discusión sobre si un clérigo de un dios de la enfermedad podía tener hijos, William decía que no, yo que sí y me surgió la idea de hacer un relato con ese tema.

Había algo especial en esa época, cuando las ideas surgían de conversaciones, o tomaba el nombre de una ciudad de la campaña que estaba planificando alguno de mis amigos. No siempre escribía, pero cuando no lo hacía tenía detrás a Klangor que me empujaba, me animaba y me desafiaba, obligándome siempre a dar un paso más. A veces me decía que debería publicar y yo me reía, sin tomarle en serio, y le decía que publicaría cuando él fuera editor. Klangor fue mi primer lector, el primero que me dijo que mis relatos eran buenos, el primero que intentó convencerme de que lo eran, cuando yo no confiaba en mí misma.

Creo que todavía no confío del todo, y me asaltan a menudo dudas e inseguridades. Nunca se habla de esas personas que tienes detrás, apoyándote, los que te leen, los que se interesan por lo que estás haciendo, te preguntan, te animan cuando estás de bajón. Te preguntan qué escritores te han influido y a veces los que te influyen son esas personas, porque son los que hacen no que tires la toalla y lo dejes todo, los que te hacen sentir que lo que haces vale para algo. Y ahora he perdido el contacto con casi toda la gente con la que hablaba entonces, y no sé, quizás es una tontería, pero cuando leí el resultado sólo podía pensar en escribirle a Klangor para contarle que había conseguido entrar en una antología con un relato de los que escribí en aquella época, cuando cada vez que hablaba con él por messenger me decía: escribe, escribe, escribe.

A William lo sigo viendo, se pasa por aquí y sé que leerá esto y que me mandará un abrazo. Klangor no lo leerá, la vida real lo absorve y apenas pasa por el mundo virtual, pero espero que le llegue el correo que le he mandado.  

Así que perdonad que me ponga moñas pero le quiero dedicar este relato, porque tengo claro que sin él detrás yo no estaría hoy escribiendo esta entrada, quizás ese relato nunca lo hubiera escrito. En su momento metí un pequeño homenaje dentro, el nombre de la ciudad que menciono es un ciudad en la que él estaba montando una campaña, un nombre que tuve que cambiar al enviarlo a esta convocatoria. Fue lo más difícil cuando revisé el relato, porque era eliminar el guiño que le hacía, el homenaje. Y realmente se lo merece.

Así que este relato va dedicado a todos los que me leían hace cinco años: a Leydhen, a Ciaran, a Ariana, a Alhana, a Astaroth, a Basalt, a William... a todos los que soñabamos con dragones.

Y muy especialmente a Klangor, que fue el que aguantó todos mis bajones y el que conseguía siempre que me ilusionara.


  Os dejo la nota con la selección

El equipo seleccionador de la Biblioteca Fosca, tras valorar los 158 relatos válidos recibidos para la convocatoria, ha decidido que serán incluidos en la antología Calabazas en el Trastero: Peste los siguientes trece relatos:

Caballito (por Darío Vilas Couselo)
Demeter (por Juan Ángel Laguna Edroso)
El juego de la peste (por Elena Montagud)
El vino de Narbog (por Carmen del Pino [Raelana])
José Hernampérez - Días de Peste (por Santiago Eximeno)
La manzana podrida (por Manuel Osuna Blanco)
La protección de los árboles (por Charly Gang)
PESTE S.A. (por Ignacio Cid Hermoso)
Ring-a-ring-a-roses (por Silvia González García)
Schnabel (por Jesús Cañadas)
Su voluntad, su gloria (por Ricardo Montesinos)
Tiempo subjetivo (por Manuel Mije)
Todo empezó con aquella maldita lavadora (por Silvia Barbeito)





miércoles, 1 de diciembre de 2010

Nanowrimo

Para los que no lo sepan, Nanowrimo es un reto que consiste en escribir 50.000 palabras en un mes. La idea es tener al final del mes una novela terminada, que habrá que pulir y arreglar, pero el primer borrador estará listo. Tienes que obligarte a seguir, a no pararte para arreglar detalles, se reescribe una vez está la novela completa.

Esta ha sido la primera vez que me he apuntado, aunque en mayo hice un ejercicio parecido, cuando no sabía ni que existía Nanowrimo, aquella novela la tenía muy clara en mi cabeza, tenía mi lista de personajes y una estructura base de cómo iban a ir los capítulos. Escribía una media de 2000 palabras diarias y porque no me daba tiempo a más, era una historia que tenía que contar y el resultado no es que saliera perfecto, pero al menos era aprovechable.

Cuando me hablaron de Nanowrimo el reto había empezado ya, me apunté una semana tarde y me planteé hacer lo que pudiera aunque no consiguiera las 50.000 palabras. Pense que podría hacerlo, porque ya lo había hecho antes, y no me paré a pensar demasiado (nunca me paro a pensar demasiado, ains). 

Las cosas eran distintas, no sólo porque empecé tarde, también este mes de noviembre he tenido mucho menos tiempo libre, llegaba a casa muy cansada y me costaba concentrarme; me agobiaba. Admito que algunos días me ponía a escribir a ver qué salía, por inercia, sin tener muy claro a dónde quería llegar, y así ha salido el desastre que ha salido.

Tenía una idea base, pero la trama y los personajes no estaban bien definidos y ahí empezaron los problemas. La estructura es un caos, a la novela le falta coherencia por todas partes. Al principio pensaba: "bueno, lo arreglaré más tarde", pero al final ya veía que eso iba a ser muy complicado de arreglar, porque los fallos de coherencia se van acumulando y acumulando hasta que al final la trama va por derroteros muy distintos a los que tenía previstos.

Con los personajes también he tenido problemas, algunos se me perdían a media trama y sí, sabía que los estaba dejando de lado, pero es que veía que no me cuadraban con lo que estaba escribiendo, uno se me perdió en el capítulo tres y no sé qué ha sido de él, está en el limbo de los personajes olvidados. Otro personaje que tenía previsto que tuviera más importancia se ha quedado bastante desdibujado y un personaje que iba para secundario ha cogido protagonismo, un personaje encima que no me gusta nada y al que he terminado rebanándole la cabeza.

También he tenido problemas con el  género, intentaba hacer una novela romántica de aventuras, pero nada mas empezar aquello empezó a derivar hacia la fantasía. Llevaba la mitad y no había metido ni una escena romántica, las de acción eran pésimas, no salen dragones (¡Claro! ¡tenía que haber metido un dragón!). En fin, que todo es tremendamente predecible y aburrido y no termina de encajar en ninguno de los tres géneros.

Al final he llegado hasta las 30.141 palabras, de las que no voy a poder aprovechar gran cosa. La última semana sobre todo fue bastante deprimente, me parecía que estaba perdiendo el tiempo y que era mejor dejarlo y no seguir, que no merecía la pena. Al final me animé a escribir el final, más que nada por ver hasta donde llegaba, por no dejarlo a medias aunque la novela no me vaya a servir para nada. Desanima bastante escribir algo que no te está gustando.

No todo es negativo, tomádolo como ejercicio te sirve para crearte un ritmo de trabajo, para forzarte a no dejar las cosas para mañana ni distraerte con otros proyectos, la dispersión es el gran enemigo cuando me pongo a escribir relatos largos; pero para que hubiera servido realmente de algo habría hecho falta un mes de trabajo previo, de estructurar, planificar y tener los cabos bien atados; no ponerse a escribir a lo loco sin tener clara la dirección en la que vas.

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Imagen de Enrique Climent