jueves, 21 de mayo de 2009

[Relato] La Caza del Dragón



LA CAZA DEL DRAGON


Todo está oscuro a mi alrededor. No me atrevo a encender la antorcha. Debería hacerlo; el dragón puede olerme, quizás hasta pueda ver en la oscuridad. No voy a tener suerte esta vez, no puedo tener tanta suerte.

Adentrarme entre las rocas ha sido fácil, muy fácil. Avanzar despacio, en la oscuridad, intentando no hacer ruido. Desenvainar la espada y enarbolarla frente a mí, como si pudiera hacer daño al dragón, como si fuera capaz de hacerle daño.

Éste es rojo, como el fuego. Sólo lo he visto de lejos, volando en la distancia mientras los lugareños lo señalaban asustados. Tienes que ir por él, me decían. Tienes que matarlo, antes de que arrase la aldea. Tienes que acabar con él. Virgil Cazadragones. Ése soy yo. Así me llaman. Así me hago llamar cuando llego a un lugar donde no me conocen. Les enseño la escama que conservo de recuerdo, pesa en mis alforjas y tiene un intenso color cobalto, porque aquel dragón era azul. Enorme y azul. Me miraba a pesar de que tenía una nube rojiza delante de los ojos y no podía verme. Yo no dejaba de temblar. Eso no lo cuento. No. Eso nunca lo cuento.

Eran días confusos, cuando la guerra llegó a nuestra pequeña aldea y todos corríamos para huir de los dragones. Dejamos atrás la casa, la huerta, el camino y el bosque. Corríamos montaña arriba y cada vez éramos menos, cada vez estábamos más cansados. Yo no llevaba más armas que una azada que había cogido al pasar por el establo. El dragón pasaba volando sobre nuestras cabezas y nos encogíamos de terror.

Algunos decían que era mejor quedarse allí, tumbado sobre la tierra húmeda. Que no importaba cuanto corriéramos porque el dragón siempre podría alcanzarnos. Algunos imploraban que atacara ya, que era mejor la muerte que soportar ese miedo espantoso que nos atenazaba cada vez que lo veíamos a lo lejos. Yo no estaba de acuerdo. Yo quería seguir adelante. Quería continuar vivo y los empujaba a continuar. Hasta que todos se quedaron atrás y me quedé solo. Subiendo aquella montaña que no parecía terminarse nunca. Intentando alejarme de aquel monstruo que planeaba bajo las nubes y que nunca parecía estar demasiado lejos.

Encontré un riachuelo de agua fresca y me detuve allí a descansar. Estaba atardeciendo y tenía que encontrar un lugar donde esconderme. A lo lejos mi aldea era simplemente una mancha de humo que se retorcía en torno a los dragones que aún la sobrevolaban. Lo veía todo muy lejano y pensé que había escapado. Nadie me buscaría en las montañas. Sólo era un campesino. ¿Por qué iban a hacerlo? Me lo decía a mí mismo para tranquilizarme porque, aunque estaba lejos, yo seguía sintiendo el miedo al dragón.

Es una sensación extraña que aún no he conseguido olvidar. Un pavor que te paraliza o te hace correr sin parar, sin pensar en lo que estás haciendo. Los guerreros sueltan sus armas y salen corriendo. Los indefensos se quedan quietos, sin poder moverse. Ni siquiera los héroes se libran de ese miedo y yo no soy un héroe. Pero eso tampoco lo cuento.

Ahora no tengo miedo. El dragón tiene que estar todavía lejos, me queda mucho camino por recorrer hasta encontrarlo. Debería envainar la espada y avanzar más deprisa. Tiene que ser ya de noche aunque aquí dentro no se nota el paso del tiempo. Los segundos se alargan hasta el infinito. Creo que llevo horas caminando y en realidad sólo habrán sido minutos, o quizás días. Los brazos me duelen de sostener la espada tan tensa. Podría volver atrás. No tengo que demostrar nada, sólo reconocer que he estado mintiendo. Miré a un dragón azul a los ojos. Lo que nunca cuento es que él no me vio.

Dragonhead por Eic


Era enorme, brillante, el sol del atardecer daba reflejos plateados a sus escamas. Me quedé paralizado ante él, sin saber qué hacer. El terror era tan grande que aunque deseaba salir corriendo mis piernas se negaban a responder. O quizás era que estaba demasiado cansado ya.

El hocico estaba frente a mí, olisqueando el aire. Buscándome. No sé cómo me di cuenta de que sus ojos estaban ciegos. Uno lo tenía cerrado completamente, como si el dolor que sintiera en él fuera tan grande que le impidiera abrirlo. El otro tenía una mancha sangrienta delante la pupila. Lo movía, pero no me veía. Abrió la boca, como si quisiera decirme algo, pero no lo hizo. Tal vez fuera una palabra de amenaza, tal vez simplemente era un bostezo. Yo no lo sabía. Mis piernas estaban paralizadas pero mis ojos miraron a mi alrededor, buscando algo con lo que pudiera defenderme. La azada había resbalado de mis manos y no me atrevía a agacharme a recogerla. Hubiera sido como atacarle con una brizna de paja y lo sabía. Busqué, pero no encontré nada.

Ninguna espada reposaba en el suelo, a mis pies, brillante como un don de los dioses. No la cogí sintiendo que no pesaba nada, no ataqué con ella al dragón. Eso es lo que cuento en las tabernas por las noches, cuando mis oyentes se quedan con la boca abierta, asombrados. Les enseño la espada que llevo ahora, un acero pulido y brillante, con la empuñadura dorada. No les cuento que se la compré a un buhonero y que no hubiera podido atravesar con ella la coraza azul del dragón. Tampoco les cuento que no me hizo falta.

El dragón levantó la cabeza y yo retrocedí un paso. Nada más que un paso. El miedo me impedía hacer más. Extendió una de las alas y el viento me tiró al suelo, entonces enterré la cabeza en la tierra y esperé. Quizás fueron sólo segundos pero se me hicieron eternos. Intentaba no moverme, no respirar. Soñaba que el dragón no se daría cuenta de mi presencia y levantaría el vuelo. Vi que la azada estaba a mi alcance y extendí la mano para cogerla. El dragón debió oírme porque olisqueó otra vez el aire y plegó las alas. Levanté la cabeza y lo miré, esperando el final.

Levantó su enorme cuerpo muy despacio. Yo no podía dejar de mirarlo. Nunca había estado tan cerca de un dragón. Nunca he vuelto a estarlo. Intenté incorporarme, pero no por valentía. Enfrentarse a la muerte con la cabeza alta es cosa de héroes y de caballeros. No sé por qué lo hice. En ese momento no pensaba. Quizás creía que podría escapar pese a todo. Posiblemente. Al final en lo único que piensas es qué hacer para sobrevivir.

Una de sus enormes garras arañó el aire. ¿Me estaba buscando o simplemente estaba intentando dar un paso? Venía hacia mí, de eso no había duda. Era el momento de salir corriendo. No podía esperar más. La garra se extendió en el aire y vi su sombra sobre mi cabeza. Entonces tembló. El animal se revolvió, como si le hubieran atacado desde algún sitio, abrió la boca y se desplomó delante de mí.

El suelo vibró y oí gritos a lo lejos. La garra había quedado a escasos centímetros de mi cuerpo y la cabeza del dragón estaba tan cerca que hubiera podido tocarla sólo con alargar la mano. Entonces me fijé en él y vi los desgarrones de sus alas, su cuerpo descamado en algunas zonas, las arrugas que se marcaban en las extremidades. El dragón había muerto y yo no había tenido que hacer nada. Quizá era demasiado viejo y no había podido soportar la batalla. Quizás estaba herido aunque yo no supiera dónde. No intenté averiguarlo. Pronto llegaron los demás y me vieron junto al dragón muerto. Me levantaron en brazos y me aclamaron como un héroe. Era el momento de decirles que no debían hacerlo, que yo no había hecho nada, pero me gustó que me llamaran héroe y no dije nada. Nunca he dicho nada.

Alguien le arrancó la escama y me la dio. Yo ni siquiera hice eso, aunque es lo que cuento cuando llego al final de la historia. No toqué al dragón, me daba miedo aunque estuviera muerto. La boca se le había quedado entreabierta y su ojo ensangrentado parece mirarme a través de los sueños. Aún lo veo en las noches oscuras y me despierto pensando que la brisa es su aliento.

Y ahora estoy aquí. Llevo años viviendo sobre una mentira. Esperando el momento en que me descubran. Quizás sea esta vez. Si sobrevivo. ¿Cómo explicar que he salido corriendo? Y ya he llegado demasiado lejos. Hace frío. Siento una fresca corriente de aire que tiene que venir de alguna parte. Del exterior. Quizás no sea tarde para salir corriendo. Veo luz al final de este estrecho pasadizo, el reflejo plateado de la luna. Todavía lo sigo pensando. Enfrentarme al dragón ymorir. Huir, marcharme muy lejos y no regresar nunca. Cambiar de nombre, olvidar la escama azul que llevo en las alforjas. Salir fuera de esta cueva y sentarme bajo la luz de la luna.

Estoy casi en la cima de la montaña. Ni siquiera me he dado cuenta de que todo este tiempo he estado subiendo. El pueblo está abajo, si bajo por esta ladera me verán... ¿Qué es eso? Una escama roja. Es mucho más brillante que la azul. Pero el dragón no puede entrar por ese agujero del que yo he salido. Tiene que haber otra entrada por aquí cerca, un hueco mayor en la roca que el que he visto. Quizás si subo un poco más... pero podría retroceder. Llevarles la escama roja y decirles que he matado al dragón. ¿Cómo distinguir un dragón de otro? Si me marcho esta misma noche nadie sabrá nada. Verán un dragón pero pensarán que es otro. ¿Cómo distinguir un dragón de otro? Yo lo he matado. Tengo la prueba. Regresaré

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El dragón rojo planeó sobre el pequeño pueblo pero no hizo nada. De momento se conformaba con las cabras y las ovejas, no quería llamar la atención y que lo llamaran a la guerra que se libraba ya lejos de allí. Él había preferido instalarse allí y tomarse un descanso, reposar en aquella cálida cueva que había encontrado y pensar tranquilamente si era más divertido unirse a los dragones en guerra o mantenerse al margen y sembrar el terror dónde le apeteciera y cuando le apeteciera. Aquél era un buen lugar para sentir el miedo de los hombres.

La pequeña aldea cercana a la montaña era toda una fuente de satisfacción para él. Le encantaba ver a los lugareños corriendo despavoridos cada vez que se dejaba ver. No hacía falta que hiciera nada. A veces desplegaba el miedo al dragón pero no era necesario. Gritaban y señalaban al cielo y luego huían hacia el bosque cercano. Como si él no fuera capaz de quemar aquellos enclenques árboles con su aliento.

Pero no debía fiarse de ellos. Los humanos eran incontrolables e imprevisibles. Cuando menos lo esperaba representaban un peligro. Lo habían demostrado durante la guerra y le volverían a plantear problemas en cuanto pudieran. Pero él no los iba a dejar esta vez.

Planeó suavemente, acercándose a la montaña muy despacio. Contemplando su nuevo hogar con orgullo, ninguno de sus congéneres sería capaz de dar con la entrada a su morada, ni se imaginaban el tesoro que había conseguido acumular dentro. No echaba de menos la guerra, aunque había sacado provecho de ella. Sabía que tarde o temprano le apetecería volver a luchar y la guerra le estaría esperando, pero no tenía prisa.

Ahora lo que le preocupaban eran esos pequeños humanos que lo miraban aterrorizados. No tardarían en intentar llegar hasta su cueva. Los conocía, sabía de lo que eran capaces, no se fiaba de ninguno de ellos. ¿Acaso no estaban ya allí? El dragón rojo contempló cómo la pequeña figura intentaba trepar por la ladera de la montaña. Desde allí era difícil saber si estaba subiendo o bajando. No importaba. Estaba demasiado cerca.



Se acercó a él y se posó sobre una roca. Lo miró. El humano tenía una espada en la mano y no dejaba de temblar. Lo miró a los ojos y el dragón rojo le devolvió la mirada, curioso más que enfadado. No parecía haberse llevado nada de su tesoro. El hombre abrió la mano y dejo caer algo pequeño y rojo al suelo. El dragón esperó. Esperó, pero el hombre no echó a correr. Se limitó a quedarse allí, temblando y tragando saliva.

-¿Has venido solo? –la potente voz del dragón retumbó a su alrededor y el hombre comenzó a asentir con la cabeza, como si el nudo de su garganta fuera tan grande que le impidiera hablar-. Espero que sea verdad.


El dragón rojo abrió la boca en lo que parecía ser una sonrisa y, cogiendo aire, dejó que las llamas surgieran de sus entrañas y cubrieran la figura temblorosa del humano. Le parecía que había intentado echar a correr, al final, cuando ya era demasiado tarde. El cuerpo carbonizado quedó a sus pies. Con un gesto de satisfacción en el rostro, el dragón aferró el cuerpo con sus garras, arrastrándolo hasta su cubil. La espada se quedó allí, sobre las rocas, la dorada empuñadura ennegrecida por el fuego se había deformado hasta convertirse en un muñón grisáceo.



A su lado la escama roja brillaba bajo la luz de la luna.

sábado, 9 de mayo de 2009

Crónicas desde las tierras del dragón: Preludio.



Carta de Dhariil Rashas a su hermana Dharashana


Querida Hermana:


No va a ser esta una carta llena de trivialidades para que sepas como estamos. Hoy más que nunca echo de menos que estés a mi lado y me ayudes a entender todo lo que me ha pasado. No estoy en casa, sino de camino hacia un lugar desconocido que puede que sólo exista en las leyendas. Pero creo en él, sí, creo. Quiero creer que todo lo que me ha pasado nos trae una esperanza.

Viajo con desconocidos, nos hemos sentado a descansar después de muchas horas cabalgando. Lucan, el humano, ha hecho una hoguera. Ineluki es enana y viajo también con otro compatriota elfo, un kalanesti que aprecia las virtudes de la civilización y ha estado estudiando magia con nuestros hermanos silvanestis. Hemos hablado un rato y después he sacado el pergamino para escribirte. No debería haberlo hecho, debería primero pensar y poner en orden mis ideas, pero siento la necesidad de contártelo todo. Y no sé cómo empezar.

Nuestro padre ya expuso su gran ambición ante la Asamblea, crear una única ciudad elfa, donde los distintos pueblos podremos vivir en armonía, paz y, con el tiempo, volver a ser un único pueblo. Es una idea hermosa, aunque parece tan difícil de lograr. Demasiadas cosas nos separan y el proceso será largo y difícil, pero no por eso debemos dejar de intentarlo. Ya hemos renunciado a muchas cosas, a nuestra patria. Si el exilio permite que los elfos seamos de nuevo un único pueblo algo bueno habrá salido de nuestra desgracia.

Se trataron otros asuntos en la Asamblea, de proteger nuestras fronteras y mandar ayuda a los solámnicos, pero no es de eso de lo que quiero hablarte. Ineluki y yo fuimos enviados al pueblo kalanesti para contarles que habíamos decidido crear una gran capital elfa en Ergoth. No hay representantes kalanestis en la Asamblea, nuestro padre dice que no entenderían nada y pude comprobar que es cierto. Les costó entender la propuesta y no se mostraron muy contentos con ella. En realidad la mayoría lo tomaron muy mal y querían marcharse a pesar de nuestros esfuerzos por convencerles. Al final el consejo de sabios kalanesti decidió que fuéramos a preguntar a Sauce de Invierno, un druida muy anciano y muy respetado entre los kalanestis. No me importó ir, nosotros íbamos a explicarle las cosas mejor que los reacios kalanestis.

Bosque de Pedro González
Adentrarse en los bosques de Ergoth es como entrar en otro mundo. La naturaleza es arisca, salvaje y los kalanestis no sienten la necesidad de domarla y volverla agradable. ¿Puede un elfo sentirse fuera de lugar dentro del bosque? Así me sentía yo y seguramente tú te sentirías igual a pesar de estar acostumbrada a perderte durante días en el bosque de Qualinesti. Nos acompañaba un joven kalanesti llamado Curil-kal, que nos explicó que no había un camino para llegar hasta Sauce, sino que era el anciano elfo el que debía encontrarnos a nosotros.

La primera sorpresa en el bosque nos la llevamos al descubrir a un draconiano. Luchaba contra con un lobo blanco y nos aprestamos a ayudarle. Yo me quedé atrás, disparando flechas que me recordaban que tú eres la arquera de la familia, pues no dio ni una en el blanco. Mis compañeros en cambio tuvieron mejor suerte y consiguieron acabar con él. Nos preguntamos qué haría aquel draconiano solo en el bosque pero no tuvimos tiempo de pensar más. El lobo nos miraba como si quisiera que lo siguiéramos.

White Wolf de Indigo Ocean

No lo dudamos mucho y fuimos tras él. Curil-kal estaba seguro de que nos llevaría ante Sauce y tampoco teníamos otra forma de encontrarle. Nos internamos más en el bosque, cada vez era más complicado avanzar, parecía como si las plantas quisieran impedirnos el paso. En un momento incluso intentaron apresarnos como si fueran tentáculos, pero conseguimos escapar de ellas. Yo esperaba encontrar ya a Sauce de Invierno, pero todavía nos acechaban peligros.

Aquella fue una de las cosas más extrañas que he visto nunca. Unas extrañas criaturas llamadas "Gorros Rojos" que parecieron surgir de la nada y atacarnos. Me defendí con el estoque, ante el asombro de mi compañera enana, que no esperaba que las armas élficas sirvieran para algo. Le expliqué que las armas élficas son suaves, ligeras y certeras pero a pesar de eso no tiene mucha confianza en ellas. Ya sabes como son los enanos, si no sienten el peso del arma en sus manos les parece que sostienen aire.

Luchamos hasta librarnos de la criatura y lo sorprendente fue que, cuando conseguimos acabar con ella, su cuerpo desapareció y sólo quedó un diente en el suelo. Me acerqué al diente con curiosidad, extrañado por todo aquello, pero no llegué a tocarlo pues al momento nos vimos rodeados por un grupo de esas criaturas con las mismas malas intenciones que la primera. Hermana, puede que te parezca extraño lo que voy a contar, y aun así me debato entre si fue real o no, pero veo la sagrada llave esmeralda y me convenzo de que sí es real y que hay esperanza, una parte de mi mente me dice que no me deje llevar por mis deseos pero quizás sea bueno por una vez dejarse llevar. Al menos quiero intentarlo.

El despliegue de poder que se desató de pronto fue enorme y los Gorros Rojos desaparecieron. ya no me preocupé de recoger ninguno de los dientes que quedaron desperdigados por el suelo y se quedaron allí. Nosotros, apremiados por la llamada del lobo y el convencimiento de que Sauce estaba estaba cerca y nos esperaba, seguimos adelante. El bosque parecía volverse más amable cuando nos acercábamos a él, como si le rindiera pleitesía a ese anciano elfo que nos esperaba y que parecía saberlo todo de nosotros.

Nunca he visto a nadie tan anciano, pensar que él vivió una época en la que la Reina Oscura no dominaba el mundo, que conoció a los dioses del Bien antes de que se convirtieran en leyenda. Me hubiera gustado quedarme con él y simplemente sentarme a su lado y oírlo hablar.

Me disperso, han sido tantas las cosas que he vivido en estos últimos días que no parece suficiente una carta para contártelas todas. Ya llego al final y es tan importante que no sé cómo contarlo con el respeto y la devoción que se merece Sauce.
Nos recibió bien, como si nos llevara esperando mucho tiempo. Sentí un enorme respeto por él y lo saludé con educación, explicándole los motivos que nos habían llevado a buscarle. Nos respondió mediante acertijos, habló de un libertador para los kalanestis. No entendí eso, no necesitan liberarse de nosotros, somos sus hermanos y aprenderán nuestras costumbres y formaran parte de nuestro pueblo. Intenté explicarle que no somos un peligro para ellos pero reconozco que a veces yo mismo dudo, nuestra cultura es muy superior a la suya y debemos ayudarlos a cambiar. Es lo mejor para ellos, aunque a veces me pregunto si realmente debemos ayudarlos. Ellos son felices. ¿no sería mejor dejarlos elegir su propio camino? Claro que si no les enseñamos las alternativas, no pueden elegir si no las conocen. Estoy muy confuso.

Sauce me preguntó entonces si creía en los dioses del Bien. ¡Oh, hermana! Ojalá hubieras estado aquí conmigo! Sauce sabía que he estudiado mucho al respecto, que he leído muchos libros antiguos. ¿Y creo? No podía decir que sí, no tengo ninguna prueba. Mi corazón quiere creer, lo desea más que nada, pero no tengo ninguna certeza. ¿Cómo puedo afirmar que existen? Mostrar una seguridad que no poseo. Así me mostré ante Sauce, ingenuo y torpe. Quería decirle que sí, pero no fui capaz. El anciano me miró entonces con comprensión, y me entregó la llave esmeralda, un objeto sagrado de los dioses del Bien. Ese objeto es la esperanza, me dijo que estoy cerca de los dioses y desde entonces estoy preguntándome si realmente soy capa de alcanzarlos. No tengo aún la fe que sentía Sauce, sé que soy débil e inseguro todavía, pero estoy en el camino para encontrarlos y los encontraré. Ahora es como si los dioses me estuvieran mirando.

Tenemos que viajar hacia un lugar para usar la llave. No me asustan los peligros ahora, he sido elegido para esta misión y voy a cumplirla. No decepcionaré a Sauce ni a los dioses. Sólo me arrepiento de no haberme quedado a ayudarle, seguí sus órdenes y me alejé de allí, con la llave y la esperanza. Quizás el tenía razón y no podíamos salvar su vida de los draconianos que lo buscaban, lo importante era poner a salvo la reliquia... pero dudo, dudo.

Las decisiones que tomo no siempre han sido correctas y me dejo llevar por los que son más sabios que yo. Sauce lo era y me ordenó seguir adelante, depositó la llama de los dioses en mí y yo pretendo ser su sucesor. Y, a pesar de todo, dudo.

Mañana cruzaremos el portal que nos llevará al otro lado de la tormenta de arena y comenzará esta aventura. No he pasado por casa antes de emprender el viaje, no le he contado nada de todo esto a nuestro padre. Ya lo conoces. Transformaría una cuestión de fe en un asunto político y no quiero, no es lo que Sauce habría querido. Me eligió a mí y no a él. Espero no tener que arrepentirme de mi decisión. Ojalá pudiera conocer tu respuesta antes de dar el próximo paso, pero no puedo esperar. Ni siquiera estoy seguro de poder mandarte esta carta, ni de si te llegará. Ojalá estuvieras aquí y pudieras compartir esto conmigo, sé que tú también estás luchando y que tu lucha es importante. Yo voy a empezar a hacerlo ahora. Espero estar a la altura.

Me despido, mis compañeros están inquietos, pronto amanecerá. Espero poder enviarte pronto esta carta.

Tu hermano

Dhariil.

domingo, 3 de mayo de 2009

La Guerra Florida

Georgia O'Keeffe - Orquidea


Crónica después de la batalla

Se fue abril, y camino sobre un campo de flores.

Restos de la guerra, que son suaves bajo mis pies descalzos. Me he dejado llevar. He dejado que la lluvia de pétalos caiga sobre mi y he bailado mientras me cubrían lentamente. Ahora los pétalos se esparcen con el viento y yo camino entre las flores, descubriendo todavía nuevos capullos que antes no había visto. Lágrimas y risas se han mezclado en mi rostro este abril. Me siento... ¡tan viva!


Waterhouse - Narcissus



La Guerra Florida siempre me provoca sentimientos encontrados. Este año no tenía fuerzas para luchar, ni siquiera para escribir. Apenas he escrito nada en lo que llevamos de año hasta que ha llegado abril. Y no era solo eso, era defender algo que ya no me importa, disfrutar con un ánime que ya siento muy lejos y miro más con nostalgia que con pasión. Recordaba los problemas de otros años, las cosas malas y tambien las cosas buenas, me preguntaba si merecía la pena participar tan baja de ánimos como estaba, pensé en no asistir, perderme el evento... No quería perderme el evento... Las cosas buenas siempre han superado a las malas, había gente a la que me apetecía volver a ver. Sin ganas, sin pasión, pero quería estar aunque solo fuera mirando y animando. Montar al menos la trinchera y hacer algun post gracioso. Hay quien piensa que no puedo hacer nada de humor, quizás porque solo hago cosas divertidas cuando simplemente quiero disfrutar y no me preocupa si lo que escribo está bien o no. Y este año yo solo quería disfrutar.


Ernest Quost- Rosas


Así que entré tímidamente, con el ánimo por los suelos y las ilusiones desaparecidas en el fondo de un agujero negro. Y fue como recibir un gran abrazo. Reencontrarme con viejas amigas a las que hacía mucho tiempo que no veía. Conocer a otras que me acogieron de forma maravillosa aunque siempre voy a contracorriente. Y todo un festival de creatividad empezó a desarrollarse a mi alrededor y empezé a ver, a descubrir y a escribir. ¿Cuánto tiempo hacía que no escribía con esta intensidad, con esas ganas? La historia se iba desarrollando en mi cabeza y sólo tenía que plasmarla, sin esfuerzo. Una historia sencilla y sin pretensiones con la que he disfrutado como hacía tiempo no lo hacía escribiendo. Y cada imagen que veía, cada texto que leia, me traía nuevas ideas que ahora bullen en mi cabeza y no sé si llegarán a salir o no, pero es tan maravilloso no sentirme vacía. Me han dado tanto este mes, me han dado alegría, ilusión, amistad, confianza. Me he divertido y me he sentido querida.

Ahora abril se ha marchado y me quedan las flores, y me resisto a marcharme y paseo sola por el campo de batalla. El perfume no se ha disipado todavía, los ecos de la música aún suenan. Las lágrimas de la despedida no se han secado. Y yo paseo y me siento feliz.



Georgia O'Keeffe - Rosa blanca nº2


Gracias a todas