martes, 24 de mayo de 2011

Crónicas de Robots de Isaac Asimov

¿Por qué no he leído nada de Asimov antes? (Insertar aquí un icono golpeándose la cabeza contra una pared xD). Lo cierto es que es de esos autores con los que siempre he tenido prejucios. Pensaba que sus libros me resultarían muy complejos, llenos de tecnicismos que no entendería y que ahogarían las historias. No podía estar más equivocada, la prosa de estos relatos es muy fluida y se lee muy bien y los términos científicos que tanto me asustaban son pocos y están bien explicados por lo que en ningún momento me he perdido.

En la edición que tengo se recopilan muchos de los relatos de robots de Asimov. No sé si están todos o  si faltará alguno, están dispuestos de forma cronológica, con lo que, aunque sean relatos sueltos, tenemos a lo largo de ellos toda la historia de los robots con la humanidad. Aparecen algunos personajes de forma recurrente en muchos de los relatos, con lo que tenemos la sensación de estar viendo siempre el mismo mundo, de forma fraccionada, pero cada relato es un avance en la relación entre robots y humanos.

En realidad, Asimov usa estos relatos más para hablar del hombre que del robot, en sus relaciones con los robots lo que estamos viendo son comportamientos humanos, en unos relatos son de índole particular, en otros son comportamientos sociales lo que le interesa mostrar, se puede decir que no hay un personaje concreto protagonista, sino que es la sociedad en su conjunto la que protagoniza estas historias y lo que le interesa mostrar es como evoluciona esa sociedad al mismo tiempo que también evolucionan los robots.

Reconozco que me ha sorprendido el miedo a la máquina que se desprende de muchos de los relatos. Ahora estamos tan acostumbrados a tener máquinas por todas partes que ese miedo parece algo exagerado, Asimov camina sobre muchos temas, el miedo del creador a su criatura es sólo uno de ellos, el amor es otro tema recurrente que aparece en varios relatos, así vemos al niño que se encariña más con un robot que con una criatura viva o la mujer que prefiere el ideal del robot a la realidad de un hijo propio, haciendo que nos preguntemos si merece la pena un ideal falso más que una realidad que no nos gusta, pero que es auténtica. El tema del ideal también es recurrente y aparece en varios relatos.

El robot aparece en la mayoría de los relatos como un ser aparentemente complaciente, aunque poco a poco vemos que no siempre lo es, en realidad el robot va evolucionando a lo largo de los relatos, adquiriendo cada vez más consciencia de sí mismo, humanizándose más a cada relato.

Entre los personajes recuerrentes que aparecen destaca Susal Calvin. La robotpsicóloga es uno de los personajes más maravillosos que he visto. Aparentemente fría, a veces más que los robots que trata, decidida y enérgica, al mismo tiempo es muy humana. Me ha gustado muchísimo el tratamiento que le da Asimov, la forma en la que nos muestra cómo se la ve desde fuera y cómo es en realidad; es un personaje muy complejo que va evolucionando a lo largo de los relatos sin perder su personalidad y que, incluso cuando su nombre sólo es un recuerdo para la humanidad, sigue presente en muchos de los relatos en forma de imagen antigua o nombrada por alguien, el personaje es tan potente que su sombra planea sobre relatos donde no aparece.

Y ahora entramos en terreno de Spolier, porque me gustaría hablar de los últimos relatos del libro un poco más en profundidad, especialmente de El hombre del bicentenario.



Si en personajes como Susan Calvin hemos visto el deseo de robotización del ser humano, el intentar apartar los sentimientos y centrarse en la razón; si en algunos relatos vemos robots que adquieren conciencia de qué son, y de sus diferencias con los humanos,en El hombre del bicentenario nos encontramos con un robot que desea ser humano. Es uno de los relatos más impactantes del libro, porque en él Asimov se plantea qué es en realidad el ser humano, ¿el cuerpo? ¿el pensamiento? ¿lo sentimientos? ¿la muerte? En su proceso para convertirse en humano, vemos a un robot practicamente perfecto mutilarse para semejarse más a esos humanos como los que desea ser. Busca un cuerpo con las debilidades humanas, busca pensamientos, sentimientos, provocar todo eso artificialmente aunque le perjudique, aunque nadie lo entienda ¿Merece la pena? Es un relato que te deja con un nudo en la garganta, queriendo gritarle al protagonista que no es necesario que haga todo eso, que no merece la pena ser otro, que no merece la pena ser humano. Sin embargo, en el fondo es tan fácil de entender.

jueves, 5 de mayo de 2011

Al borde del Acantilado

Aviso: Contiene spoliers tanto de Al borde del acantilado como de Sin testigos, ambos de Elizabeth George


Friedrich
En cuanto se sentó en el banco a esperar, se percató de que, aparte de unos minutos después de despertarse, hoy no había pensado en Helen y aquel hecho provocó que su muerte cayera como una losa sobre él. Descubrió que no quería no pensar en ella cada día y cada hora, al mismo tiempo que entendía que existir en el presente significaba que Helen tendría que alejarse más y más en su pasado a medida que pasara el tiempo. Si embargo, le dolía saberlo. Amada esposa, hijo anhelado; los dos se habían ido y él se recuperaría. Aunque el mundo y la vida funcionaran así, el propio hecho de su recuperación parecía insoportable y obsceno.

No se puede olvidar a los muertos. A veces te puedes sorprender sentado en un coche, teniendo miedo de olvidar, de que el dolor desaparezca, porque ese dolor es lo que te queda y, si desaparece, te dejará completamente vacío. Así que es más fácil agarrarse a él, pero duele tanto que caminamos al borde del acantilado. Caminamos, intentando no pensar para que el dolor no nos arrastre. Difícil equilibrio. 

El tiempo pasa y los rasgos que recordamos se desdibujan, los recuerdos se seleccionan, algunos se olvidan perdidos para siempre igual que la persona que ya no está. Con el tiempo volvemos a sonreír, nos sorprendemos un día cuando nos damos cuenta de que el dolor ya no ocupa todos nuestros pensamientos. Dejará de hacerlo y a veces recordaremos y nos sentiremos culpables por no echarlos más de menos.  

A pesar de la trama policíaca, es de lo que trata este libro, del dolor de la pérdida, de cómo se convierte en el centro de nuestra vida y cómo se va difuminando después, aunque nunca desaparece del todo. No se olvida. Se sigue adelante, pero nunca se olvida del todo. Las cicatrices que dejan los muertos no se borran nunca.

Repartido el peso de la trama entre los distintos personajes, a veces tenía la sensación de que Lynley deambulaba por el libro como si no formara parte de él, no es un pilar, la inspectora Hannaford sí lo es, firme, segura, hace avanzar la trama en cada aparición que tiene. Lynley no, él se ve arrastrado por ella, en el frágil equilibrio del que no está del todo metido en la investigación y tampoco está del todo relacionado con los sospechosos. Lynley camina al borde del acantilado en más de un sentido en este libro.

Eché de menos a Havers, aparece en un segundo plano, una sombra de lo que es en otros libros, su presencia es más un guiño al lector que una necesidad para la trama, el contraste entre ella y Hannaford no me termina de convencer, en cierto sentido son personajes que se parecen bastante, no consiguen complementarse.

Las subtramas se centran en padres (no madres, las madres no importan en este libro) e hijos (e hijas, las hijas sí importan), los conflictos se solucionan, casi hay un final feliz. Y eso hace más dura, más palpable la soledad de Lynley, el padre que no verá nacer a su hijo, el hombre que es incapaz de seguir adelante después de una gran pérdida y a la vez con miedo a ser capaz de hacerlo.

A la mañana siguiente, Lynley se descubrió tarareando en la ducha. El agua le resbalaba por el pelo y la espalda e iba por la mitad del vals de «La bella durmiente» de Chaikovski cuando paró bruscamente y se percató de lo que estaba haciendo. Sintió que lo invadía la culpa, pero sólo fue un momento. Lo que siguió  fue un recuerdo de Helen, el primero que le hacía sonreír después de su muerte.