jueves, 5 de mayo de 2011

Al borde del Acantilado

Aviso: Contiene spoliers tanto de Al borde del acantilado como de Sin testigos, ambos de Elizabeth George


Friedrich
En cuanto se sentó en el banco a esperar, se percató de que, aparte de unos minutos después de despertarse, hoy no había pensado en Helen y aquel hecho provocó que su muerte cayera como una losa sobre él. Descubrió que no quería no pensar en ella cada día y cada hora, al mismo tiempo que entendía que existir en el presente significaba que Helen tendría que alejarse más y más en su pasado a medida que pasara el tiempo. Si embargo, le dolía saberlo. Amada esposa, hijo anhelado; los dos se habían ido y él se recuperaría. Aunque el mundo y la vida funcionaran así, el propio hecho de su recuperación parecía insoportable y obsceno.

No se puede olvidar a los muertos. A veces te puedes sorprender sentado en un coche, teniendo miedo de olvidar, de que el dolor desaparezca, porque ese dolor es lo que te queda y, si desaparece, te dejará completamente vacío. Así que es más fácil agarrarse a él, pero duele tanto que caminamos al borde del acantilado. Caminamos, intentando no pensar para que el dolor no nos arrastre. Difícil equilibrio. 

El tiempo pasa y los rasgos que recordamos se desdibujan, los recuerdos se seleccionan, algunos se olvidan perdidos para siempre igual que la persona que ya no está. Con el tiempo volvemos a sonreír, nos sorprendemos un día cuando nos damos cuenta de que el dolor ya no ocupa todos nuestros pensamientos. Dejará de hacerlo y a veces recordaremos y nos sentiremos culpables por no echarlos más de menos.  

A pesar de la trama policíaca, es de lo que trata este libro, del dolor de la pérdida, de cómo se convierte en el centro de nuestra vida y cómo se va difuminando después, aunque nunca desaparece del todo. No se olvida. Se sigue adelante, pero nunca se olvida del todo. Las cicatrices que dejan los muertos no se borran nunca.

Repartido el peso de la trama entre los distintos personajes, a veces tenía la sensación de que Lynley deambulaba por el libro como si no formara parte de él, no es un pilar, la inspectora Hannaford sí lo es, firme, segura, hace avanzar la trama en cada aparición que tiene. Lynley no, él se ve arrastrado por ella, en el frágil equilibrio del que no está del todo metido en la investigación y tampoco está del todo relacionado con los sospechosos. Lynley camina al borde del acantilado en más de un sentido en este libro.

Eché de menos a Havers, aparece en un segundo plano, una sombra de lo que es en otros libros, su presencia es más un guiño al lector que una necesidad para la trama, el contraste entre ella y Hannaford no me termina de convencer, en cierto sentido son personajes que se parecen bastante, no consiguen complementarse.

Las subtramas se centran en padres (no madres, las madres no importan en este libro) e hijos (e hijas, las hijas sí importan), los conflictos se solucionan, casi hay un final feliz. Y eso hace más dura, más palpable la soledad de Lynley, el padre que no verá nacer a su hijo, el hombre que es incapaz de seguir adelante después de una gran pérdida y a la vez con miedo a ser capaz de hacerlo.

A la mañana siguiente, Lynley se descubrió tarareando en la ducha. El agua le resbalaba por el pelo y la espalda e iba por la mitad del vals de «La bella durmiente» de Chaikovski cuando paró bruscamente y se percató de lo que estaba haciendo. Sintió que lo invadía la culpa, pero sólo fue un momento. Lo que siguió  fue un recuerdo de Helen, el primero que le hacía sonreír después de su muerte.
 

5 comentarios:

  1. Rae, estaba buscando una imagen y sin querer vine a dar a tu blog... Las madres no figuran, según dice tu reseña, pero la pérdida es universal o más bien en este caso es aún cercana a mi... y tal como dice, se esta desdibujando... Gracias por la lectura Rae... =) Un gran abrazo...

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    1. Y por cierto, soy Laurie Miau...

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    2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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    3. Las madres no figuran en este libro, porque no es lo que la autora quiere contar, porque el que ha sufrido la pérdida es un hombre y se centra en eso, en hombres que pierden. Pero la pérdida en sí es universal, como bien dices, y las frases del libro creo que podemos aplicárnoslas todos. Es curioso como a veces te lees una novela policiaca, buscando evasión, aventura, y te encuentras asomada al borde de tu propio acantilado.

      Gracias por comentar. :)

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  2. Rae, estaba buscando una imagen y sin querer vine a dar a tu blog... Las madres no figuran, según dice tu reseña, pero la pérdida es universal o más bien en este caso es aún cercana a mi... y tal como dice, se esta desdibujando... Gracias por la lectura Rae... =) Un gran abrazo...

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