Todo está oscuro a mi alrededor. No me atrevo a encender la antorcha. Debería hacerlo; el dragón puede olerme, quizás hasta pueda ver en la oscuridad. No voy a tener suerte esta vez, no puedo tener tanta suerte.
Adentrarme entre las rocas ha sido fácil, muy fácil. Avanzar despacio, en la oscuridad, intentando no hacer ruido. Desenvainar la espada y enarbolarla frente a mí, como si pudiera hacer daño al dragón, como si fuera capaz de hacerle daño.
Éste es rojo, como el fuego. Sólo lo he visto de lejos, volando en la distancia mientras los lugareños lo señalaban asustados. Tienes que ir por él, me decían. Tienes que matarlo, antes de que arrase la aldea. Tienes que acabar con él. Virgil Cazadragones. Ése soy yo. Así me llaman. Así me hago llamar cuando llego a un lugar donde no me conocen. Les enseño la escama que conservo de recuerdo, pesa en mis alforjas y tiene un intenso color cobalto, porque aquel dragón era azul. Enorme y azul. Me miraba a pesar de que tenía una nube rojiza delante de los ojos y no podía verme. Yo no dejaba de temblar. Eso no lo cuento. No. Eso nunca lo cuento.
Eran días confusos, cuando la guerra llegó a nuestra pequeña aldea y todos corríamos para huir de los dragones. Dejamos atrás la casa, la huerta, el camino y el bosque. Corríamos montaña arriba y cada vez éramos menos, cada vez estábamos más cansados. Yo no llevaba más armas que una azada que había cogido al pasar por el establo. El dragón pasaba volando sobre nuestras cabezas y nos encogíamos de terror.
Algunos decían que era mejor quedarse allí, tumbado sobre la tierra húmeda. Que no importaba cuanto corriéramos porque el dragón siempre podría alcanzarnos. Algunos imploraban que atacara ya, que era mejor la muerte que soportar ese miedo espantoso que nos atenazaba cada vez que lo veíamos a lo lejos. Yo no estaba de acuerdo. Yo quería seguir adelante. Quería continuar vivo y los empujaba a continuar. Hasta que todos se quedaron atrás y me quedé solo. Subiendo aquella montaña que no parecía terminarse nunca. Intentando alejarme de aquel monstruo que planeaba bajo las nubes y que nunca parecía estar demasiado lejos.
Encontré un riachuelo de agua fresca y me detuve allí a descansar. Estaba atardeciendo y tenía que encontrar un lugar donde esconderme. A lo lejos mi aldea era simplemente una mancha de humo que se retorcía en torno a los dragones que aún la sobrevolaban. Lo veía todo muy lejano y pensé que había escapado. Nadie me buscaría en las montañas. Sólo era un campesino. ¿Por qué iban a hacerlo? Me lo decía a mí mismo para tranquilizarme porque, aunque estaba lejos, yo seguía sintiendo el miedo al dragón.
Es una sensación extraña que aún no he conseguido olvidar. Un pavor que te paraliza o te hace correr sin parar, sin pensar en lo que estás haciendo. Los guerreros sueltan sus armas y salen corriendo. Los indefensos se quedan quietos, sin poder moverse. Ni siquiera los héroes se libran de ese miedo y yo no soy un héroe. Pero eso tampoco lo cuento.
Ahora no tengo miedo. El dragón tiene que estar todavía lejos, me queda mucho camino por recorrer hasta encontrarlo. Debería envainar la espada y avanzar más deprisa. Tiene que ser ya de noche aunque aquí dentro no se nota el paso del tiempo. Los segundos se alargan hasta el infinito. Creo que llevo horas caminando y en realidad sólo habrán sido minutos, o quizás días. Los brazos me duelen de sostener la espada tan tensa. Podría volver atrás. No tengo que demostrar nada, sólo reconocer que he estado mintiendo. Miré a un dragón azul a los ojos. Lo que nunca cuento es que él no me vio.
El hocico estaba frente a mí, olisqueando el aire. Buscándome. No sé cómo me di cuenta de que sus ojos estaban ciegos. Uno lo tenía cerrado completamente, como si el dolor que sintiera en él fuera tan grande que le impidiera abrirlo. El otro tenía una mancha sangrienta delante la pupila. Lo movía, pero no me veía. Abrió la boca, como si quisiera decirme algo, pero no lo hizo. Tal vez fuera una palabra de amenaza, tal vez simplemente era un bostezo. Yo no lo sabía. Mis piernas estaban paralizadas pero mis ojos miraron a mi alrededor, buscando algo con lo que pudiera defenderme. La azada había resbalado de mis manos y no me atrevía a agacharme a recogerla. Hubiera sido como atacarle con una brizna de paja y lo sabía. Busqué, pero no encontré nada.
Levantó su enorme cuerpo muy despacio. Yo no podía dejar de mirarlo. Nunca había estado tan cerca de un dragón. Nunca he vuelto a estarlo. Intenté incorporarme, pero no por valentía. Enfrentarse a la muerte con la cabeza alta es cosa de héroes y de caballeros. No sé por qué lo hice. En ese momento no pensaba. Quizás creía que podría escapar pese a todo. Posiblemente. Al final en lo único que piensas es qué hacer para sobrevivir.
Una de sus enormes garras arañó el aire. ¿Me estaba buscando o simplemente estaba intentando dar un paso? Venía hacia mí, de eso no había duda. Era el momento de salir corriendo. No podía esperar más. La garra se extendió en el aire y vi su sombra sobre mi cabeza. Entonces tembló. El animal se revolvió, como si le hubieran atacado desde algún sitio, abrió la boca y se desplomó delante de mí.
El suelo vibró y oí gritos a lo lejos. La garra había quedado a escasos centímetros de mi cuerpo y la cabeza del dragón estaba tan cerca que hubiera podido tocarla sólo con alargar la mano. Entonces me fijé en él y vi los desgarrones de sus alas, su cuerpo descamado en algunas zonas, las arrugas que se marcaban en las extremidades. El dragón había muerto y yo no había tenido que hacer nada. Quizá era demasiado viejo y no había podido soportar la batalla. Quizás estaba herido aunque yo no supiera dónde. No intenté averiguarlo. Pronto llegaron los demás y me vieron junto al dragón muerto. Me levantaron en brazos y me aclamaron como un héroe. Era el momento de decirles que no debían hacerlo, que yo no había hecho nada, pero me gustó que me llamaran héroe y no dije nada. Nunca he dicho nada.
Alguien le arrancó la escama y me la dio. Yo ni siquiera hice eso, aunque es lo que cuento cuando llego al final de la historia. No toqué al dragón, me daba miedo aunque estuviera muerto. La boca se le había quedado entreabierta y su ojo ensangrentado parece mirarme a través de los sueños. Aún lo veo en las noches oscuras y me despierto pensando que la brisa es su aliento.
Y ahora estoy aquí. Llevo años viviendo sobre una mentira. Esperando el momento en que me descubran. Quizás sea esta vez. Si sobrevivo. ¿Cómo explicar que he salido corriendo? Y ya he llegado demasiado lejos. Hace frío. Siento una fresca corriente de aire que tiene que venir de alguna parte. Del exterior. Quizás no sea tarde para salir corriendo. Veo luz al final de este estrecho pasadizo, el reflejo plateado de la luna. Todavía lo sigo pensando. Enfrentarme al dragón ymorir. Huir, marcharme muy lejos y no regresar nunca. Cambiar de nombre, olvidar la escama azul que llevo en las alforjas. Salir fuera de esta cueva y sentarme bajo la luz de la luna.
Estoy casi en la cima de la montaña. Ni siquiera me he dado cuenta de que todo este tiempo he estado subiendo. El pueblo está abajo, si bajo por esta ladera me verán... ¿Qué es eso? Una escama roja. Es mucho más brillante que la azul. Pero el dragón no puede entrar por ese agujero del que yo he salido. Tiene que haber otra entrada por aquí cerca, un hueco mayor en la roca que el que he visto. Quizás si subo un poco más... pero podría retroceder. Llevarles la escama roja y decirles que he matado al dragón. ¿Cómo distinguir un dragón de otro? Si me marcho esta misma noche nadie sabrá nada. Verán un dragón pero pensarán que es otro. ¿Cómo distinguir un dragón de otro? Yo lo he matado. Tengo la prueba. Regresaré
La pequeña aldea cercana a la montaña era toda una fuente de satisfacción para él. Le encantaba ver a los lugareños corriendo despavoridos cada vez que se dejaba ver. No hacía falta que hiciera nada. A veces desplegaba el miedo al dragón pero no era necesario. Gritaban y señalaban al cielo y luego huían hacia el bosque cercano. Como si él no fuera capaz de quemar aquellos enclenques árboles con su aliento.
Pero no debía fiarse de ellos. Los humanos eran incontrolables e imprevisibles. Cuando menos lo esperaba representaban un peligro. Lo habían demostrado durante la guerra y le volverían a plantear problemas en cuanto pudieran. Pero él no los iba a dejar esta vez.
Planeó suavemente, acercándose a la montaña muy despacio. Contemplando su nuevo hogar con orgullo, ninguno de sus congéneres sería capaz de dar con la entrada a su morada, ni se imaginaban el tesoro que había conseguido acumular dentro. No echaba de menos la guerra, aunque había sacado provecho de ella. Sabía que tarde o temprano le apetecería volver a luchar y la guerra le estaría esperando, pero no tenía prisa.
Ahora lo que le preocupaban eran esos pequeños humanos que lo miraban aterrorizados. No tardarían en intentar llegar hasta su cueva. Los conocía, sabía de lo que eran capaces, no se fiaba de ninguno de ellos. ¿Acaso no estaban ya allí? El dragón rojo contempló cómo la pequeña figura intentaba trepar por la ladera de la montaña. Desde allí era difícil saber si estaba subiendo o bajando. No importaba. Estaba demasiado cerca.
-¿Has venido solo? –la potente voz del dragón retumbó a su alrededor y el hombre comenzó a asentir con la cabeza, como si el nudo de su garganta fuera tan grande que le impidiera hablar-. Espero que sea verdad.
A su lado la escama roja brillaba bajo la luz de la luna.
Sinceramente, me encanta el tono en el que lo cuentas. Me encanta toda la reflexión del que vive de su leyenda y se ve superado.
ResponderEliminarTal vez me esperase otro final, pero, la verdad, es que el relato me dejo satisfecho. Muy bueno, Rae.
¡Qué bueno!
ResponderEliminarAunque el final no me ha sorprendido, me lo esperaba algo menos "corto" :)
Me ha gustado mucho
¡Gracias por los comentarios!!
ResponderEliminarAlgún día reescribiré ese final, que no le ha gustado a nadie, aunque no cambiaré lo que ocurre, pero si la narración, o el punto de vista, o lo alargaré un poco para que no quede tan brusco. Ya veremos.
¡Besos a los dos!