domingo, 31 de enero de 2010

[Relato]Más vale tarde que nunca



La Verja - Rusiñol



MÁS VALE TARDE QUE NUNCA

Llegaba tarde. Lo sabía. Había dudado hasta el último minuto, intentando decidir si debía asistir o no desde el momento en que leyó la noticia en la prensa; no había recibido ninguna llamada avisándole, había perdido el contacto con todos sus antiguos condiscípulos y ahora se preguntaba si alguno de ellos lo reconocería, si le dejarían entrar. La vida a veces da vueltas a tu alrededor como una peonza y algunas veces llegamos al punto donde estábamos al principio. Una verja cerrada, nada más. Ya había llegado hasta allí, a las puertas del viejo internado donde había pasado su adolescencia. ¿Le abrirían si llamaba? Sacudió la cabeza, retirando la mano. Era mejor que las cosas fueran como habían sido siempre, saltaría la reja y entraría por la ventana de su vieja habitación.

Ya no era el jovenzuelo rebelde que se escapaba por las noches del colegio, los años le habían pasado factura. Presumía de conservarse bien, estaba en forma, su talla apenas había cambiado durante todos esos años y las arrugas que empezaban a agolparse alrededor de sus ojos todavía eran finas y, sin embargo, sentía la edad que tenía en los músculos y en los huesos, la agilidad de la juventud hacía mucho que lo había abandonado. Conservaba bien su apariencia, el cabello siempre un poco largo, la misma intensidad en los ojos, presumía también de conservar el espíritu, pero eran muchas cosas las que habían cambiado.

Se ocultó entre los árboles al ver pasar a la gente, alguno quizás le reconociera aunque él no era capaz de reconocer a sus antiguos compañeros en aquellos hombres serios de aire satisfecho. ¿Cómo lo verían a él? En realidad toda su apariencia era mentira.

En el teatro da igual cómo seas de verdad, existe el maquillaje y las pelucas, las luces que ocultan o resaltan lo que interesa, te han parecer joven aunque no lo seas. El cable nunca se ve cuando extiendes los brazos y empiezas a volar.

Las verja continuaba igual y la recorrió hasta llegar a la parte trasera, allí donde tantas veces la había saltado. Trepar ahora le costaba más, sentía que se resbalaba son los zapatos se dijo, son los zapatos. Cayó al suelo tras saltar al otro lado, antes caía de pie, como los gatos, antes no perdía el aliento al correr, no le crujían las rodillas. Corrió hacia la colina.

Todo parecía estar igual a cómo lo recordaba, el viejo árbol donde solía subir, las ramas donde se recostaba a tocar la armónica, nada había cambiado. Cerró los ojos y se imaginó de nuevo joven, con sueños, con esperanzas, con la excitación que produce el miedo cuando haces algo que no deberías. Encender un cigarrillo ya no era una provocación, sus sueños se habían convertido en humo, las esperanzas se habían revelado espejismos. Estaba viviendo la vida que había elegido, tenía una esposa y un hijo, un teatro que lo aplaudía ¿Porqué echaba de menos aquellos días en los que no era feliz?

-Supongo que siempre me preguntaré si lo que perdí es mejor que lo que tengo. Aunque en realidad no lo sea.

Caminó despacio, el edificio no estaba muy lejos, ahora sí veía cómo las cosas habían cambiado. La fachada era de otro color, veía un grupo de ventanas que antes no existía, habían añadido un ala al edificio. Buscó la ventana que le interesaba y sonrió al comprobar que estaba entreabierta, todavía podía escalara la pared hasta ella, no era tan viejo. Todavía podía hacerlo. Se dio impulso más con obstinación que con fuerza y comenzó la escalada, los zapatos le resbalaban, sentía cómo la pared raspaba sus manos, pero siguió adelante. Recordaba cada una de las veces que había subido hacia esa ventana, se había escapado muchas noches pero siempre había vuelto. Esa habitación había sido su hogar.

Se dio un último impulso para llegar hasta la ventana y cayó dentro de la habitación, dándose un golpe contra una silla. Se quedó un momento en el suelo, mirando a su alrededor. Había cambiado. La cama estaba apoyada ahora contra la pared contraria a la que él recordaba, los muebles eran distintos, no había ropa tirada en el suelo aunque algunos detalles personales le dijeron que esa habitación estaba ocupada.

Se levantó y comprobó que se había roto la chaqueta a la altura del codo. Se miró en el espejo y se ajustó la corbata. Un gesto que a todos los que le conocieron en otra época le hubiera resultado extraño. ¿Me parezco a mi padre? pensó. Se miró a la cara y observó que había algunas hebras grises en su cabello.

Oyó voces en el exterior.

-Ten cuidado, si descubren que te has encontrado con ella en el establo…

-Nadie lo sabrá, tengo que ir, me lo ha pedido en la carta, tiene que ser para algo importante… Se que tú no dirás nada.

-Yo no, pero como se entere el infeliz de Ned y se lo cuente a la bruja de su hermana se va a liar una bien grande.

Una puerta se abrió y se cerró, después se abrió otra, demasiado cerca. Se volvió y se encontró delante de un joven alto y desgarbado, de cabellos oscuros y ojos azules.

-Señor… -el joven parecía confuso, pero le parecía que su tono tenía algo de desafiante-. Esta es mi habitación.

-Fue la mia hace ya muchos años, quería ver si las cosas seguían igual.

-¿Y siguen igual?

-Hay cosas que nunca cambian.

-¿Ha venido al funeral?

-Sí… creía que viviría para siempre y que siempre sería la directora de este lugar.

-Estos últimos años lo único que hacía era regañar y asustar, estaba ya muy mayor. Cuando yo llegué ya había otra directora. ¿Se lo hizo pasar mal?

-Creo que fue algo mutuo. ¿Es la carta de una chica? –al mirar el papel que el chico sostenía en la mano, éste se ruborizó.

-A veces las cartas son falsas y cuentan mentiras, sobre todo si tiene enemigos cerca. Y si tus enemigos tienen hermanas yo en tu lugar me aseguraría que la letra no fuera la de ella.

El muchacho tragó saliva.

-Gracias, señor.

-Voy a presentar mis respetos a la difunta –sonrió al recordar a la antigua directora del internado- . Sé que le haría ilusión.

-Hay muchos antiguos alumnos abajo, seguro que encuentra a viejos conocidos, señor.

Asintió y salió de la habitación. Señor, señor… ¿realmente me pareceré a mi padre? Oyó voces a su espalda.

-¿Quién era ese?

-Viene al funeral. ¿Puedes conseguir una muestra de la letra de Margaret?

-¿De Margaret? ¿para qué?

-Tú cosiguela y después te cuento.

Las voces se fueron difuminando conforme bajaba las escaleras. El féretro estaba dispuesto en una amplia sala, rodeado por el resto de las profesoras y más gente de la que nunca hubiera imaginado que asistiría. Algunos habían traído flores. Muchos fumaban, a la anciana no le habría gustado eso. Se quedó un momento en la puerta, observando, quizás buscando una cabeza llena de rizos rubios o esperando oír una risa contagiosa. No estaba. Dio un paso hacia el interior y estrechó con fuerza la mano de un hombre calvo que se acercó a saludarle. Lo miró a los ojos pero le resultó imposible recordar su nombre.

-Pensaba que la vieja nos sobreviviría a todos –dijo su antiguo condiscípulo, no había lágrimas, ni dolor. Era algo natural, era ya muy anciana-. Oí que te van bien las cosas, el teatro lleno todas las noches.

-Voy a presentarle mis respetos –dijo, y evitó la palmada que el hombre intentó darle en la espalda. Avanzó hacia el féretro, se quitó la corbata y desabrochó el cuello de la camisa. Llevaba la chaqueta desgarrada.

No me parezco tanto a mi padre. Me reconocerá.

 
Magritte

2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho el tono costumbrista. El aire tranquilo que deja respirar el relato, deberías echar un ojo a algunas teclas mal golpeadas (o frases reescritas a medias, no lo sé) para corregir asperezas visuales, pero por lo demás... me ha parecido un bonito relato.

    Me gusta el rollo melancólico, qué le vamos a hacer.

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  2. Ups, pues voy a revisarlo porque tuve un montón de problemas al colgarlo y a ver si al final he colgado una versión anterior en vez de la última.

    ¡¡Gracias por el comentario!!

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