Siobel es una Dama de Solamnia que viaja con un grupo de aventureros, trasfondo para una partida por foro que estoy jugando actualmente.
Ahora todo ha terminado, y puedo empezar de nuevo. No tengo miedo. Todo ha quedado atrás, ahora no soy nadie. ¿Lo fui, alguna vez? Ya no importa. Tengo que dejar el pasado atrás. Nunca volveré a Palanthas. Allí están mi padres, mis amigos, si voy me mirarán a la cara y sabrán que me han derrotado. No he estado a la altura de lo que se esperaba de mi. Mi madre me echará en cara la lista de todos sus antepasados hasta llegar a aquel que fue amigo de Vinas Solamnus. Procedo de familia antigua pero solo es la mitad de mi sangre, y es sangre que a veces parece débil y aguada. ¿Qué héroes hay en la familia desde hace cien años, madre? O desde hace trescientos. He hecho lo que he podido.
Con mi padre será distinto, con él no puedo poner excusas, entre mi abuelo y él hicieron un imperio comercial de la herrería que heredaron de mi bisabuelo. Ahora mi padre controla el gremio de comerciantes de Palanthas. Se casó con una dama de rancia familia para asegurarse una posición. Diseñó su propio escudo de armas. ¿Qué más da que se enriqueciera con métodos a veces poco lícitos, aprovechando las guerras que han asolado Ansalon en los últimos cuarenta años? Es el honor del que finge tenerlo, eso es lo importante. Si hubiera fallado y nadie lo supiera daría igual, pero todos lo saben y soy una vergüenza para él, para la familia. He fracasado.
A mis espaldas llevo muchos muertos, dos maridos que murieron en el campo de batalla, en Sanction. Quise viajar con ellos, luchar con ellos pero no me dejaron. Esperaba en casa, en las dos casas que realmente nunca fueron mi hogar a que volvieran. Uno detrás de otro, me casé con el segundo antes de que se enfriara el cadáver del primero. Eran hombres importantea, valientes caballeros. Era lo que me convenia, lo que convenía a mi familia. Ahora me alegra no haber tenido hijos con ninguno de los dos.
También en eso fallé. Como dama y como guerrera, no tengo un lugar realmente. Obligaciones sin cumplir una y otra vez. Aunque fueran fáciles. Conocí a mucha gente y extendí las relaciones de mi familia. Eso sí pude hacerlo. Pero eran mentiras, siempre mentiras. Sonrisas falsas para atraer relaciones, usarlos para firmar tratados que no siempre se cumplen. Fingir que las cosas van bien, que las amenazas de los grandes dragones no nos afectaban. Perderme en leyes y normas que nunca he llegado a comprender muy bien, y que tampoco importan si no sirven para lo que necesitamos.
El honor es mi vida. Una frase vacía que mi padre quería incluir en nuestro escudo de armas. No ha habido honor en nuestras vidas y, cuando he querido ganármelo, solo ha servido para que mucha gente muriera por mi culpa.
Tras la muerte de mi segundo marido quise irme de la ciudad. No lo amaba. Apenas pude conocerlo pues se marchó un mes después de la boda. Su muerte fue la muerte de un desconocido que afectó a mis cuñadas y a mis suegros y me hicieron ver que aquel no era mi lugar. Pensaron que estaba destrozada de dolor cuando les dije que tomaría las armas y lucharía como no había podido luchar él, que vencería donde no había podido vencer él. No me lo impideron. Ya no está tan mal visto que una mujer entre en la caballería y realmente no soy una dama. En momentos como este es cuando me alegra tener la sangre de mi padre, que es roja y fuerte y nadie olvida de dónde viene.
No les dije nada a ellos. Para mis padres me estaba comportando mal. Sé que si los hubiera mirado a la cara habría visto negativas y decepción. Una dama no se subía en un caballo ni atacaba al enemigo espada en mano. Pero yo no quería casarme otra vez. Un nuevo castillo, una nueva familia, un nuevo esposo que se marcharía a luchar y a morir y me volvería a quedar sola. Y yo quería luchar, ganarme por la espada ese honor que mi padre tanto ansiaba. No que lo ganaran por mi, con mi enseña prendida en el casco mientras luchaban. Yo quería estar allí y sentir que era mi espada la que derrotaba a los enemigos. Que huían y nuestro mundo volvía a estar en paz. Una paz que yo nunca he conocido.
Pero fracasé. Me nombraron dama de Solamnia y luché por mi país durante la Guerra de los Espiritus, me enfrenté a seres incorpóreos luchando contra ellos y contra mis temores. Ayudé a evacuar pueblos atacados. A reconstruir pueblos derrotados. Y entonces, cuando mis jefes tuvieron confianza en mi, cuando pusieron a mis órdenes un pequeño destacamento y lo lancé a la batalla, entonces fallé.
Si hubiera muerto no pasaría nada. Mis errores habrían quedado tapados por mi valor y mi heroísmo. Si hubiera muerto el orgullo seguiría intacto y me habrían enterrado en el panteón familiar. Pero no he muerto. Aun peor. Huí y dejé que los demás murieran. Ahora veo los rostros de los muertos todas las noches cuando duermo, los veo acusándome de cobardía. Yo era su capitán, ellos hicieron lo que yo les dije. Y yo me equivoqué. Ahora no puedo perdonármelo.
Mis superiores sí me perdonaron. El consejo de guerra duró varios días y no sé cuanto tuvo que pagar mi padre para que me declararan inocente. No lo soy, todos saben que no lo soy. Me miran y lo leo en sus ojos. Y son desconocidos, por eso no quiero volver a casa y leerlo en los ojos de los que me conocen. Decidí entonces dejar mi cargo. No merecía llevar la Espada de Kiri Jolith en mi escudo. El dios había vuelto justo para ver cómo yo fracasaba, ahora tengo que ganarme su favor antes de volver a lucir sus colores. Aunque me dijeron que todo estaba bien, yo preferí marcharme.
Encuentro trabajos como mercenaria, a veces, otras intento ayudar a aquellos que lo necesitan, ni siquiera sé si busco una redención o si tengo derecho a ella. Salvar una vida no compensa a los que murieron por mi culpa, ni siquiera salvar miles de vidas lo compensaría. Si al menos no los hubiera dejado solos. Si hubiera muerto con ellos. Si hubiera aceptado que cometí un error y sufrido sus consecuencias.
Me digo una y otra vez que no sirve de nada lamentarlo, que podría esperar unos años y luego volver, casarme de nuevo y todo se olvidaría. Pero yo no soy capaz de olvidarlo, necesito una redención que no llega. Necesito sentir que puedo enfrentarme al peligro sin echarme atrás, que soy capaz de tomar una decisión correcta, aunque sea una única vez. Necesito poder mirar a mi padre a los ojos y decirle: "El honor es mi vida" y que sea verdad, que no sea una mentira que fingimos ante los demás, que me he ganado el escudo que llevo. Es posible que a él no le importe, que mi madre no lo comprenda. Su sangre llega hasta Vinas Solamnus, la mia no ha empezado a derramarse por el honor todavía. Quizás no lo haga nunca. Quizás, la próxima vez que me enfrente a un enemigo terrible también tenga miedo y más hombres mueran por mi culpa. Y quizás esa vez sea capaz de quedarme a morir con ellos.
Ahora todo ha quedado atrás. No olvido el pasado, lo llevo sobre el alma y pesa, pero voy a empezar de nuevo y me prometo a mí misma no cometer errores. Tierras nuevas que no he visto, gente que no me conoce y que no me juzga. Los dioses han vuelto, los grandes dragones han muerto pero aún es tiempo de héroes. Tengo una oportunidad y también tengo miedo.
Recuerdo a Siobel, aunque tuve que dejar la partida por falta de tiempo.
ResponderEliminarDe hecho hace tiempo que no me paso por NR ¿sigue viva la partida?
Si, sigue viva aunque vamos a paso de tortuga. Una pena porque empezó muy bien pero en verano se paró y aunque hay post de vez en cuando no termina de arrancar de nuevo.
ResponderEliminartus pesonajes son siempre reales por ese toque dramatico que le das. Realmente es un personaje interesante y digno de ver en acción.
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